En una magnífica sesión de una cincuentena de mayores, rondando o por encima de los sesenta, debatimos este tema tan controvertido y actual, moderados por el profesor Javier Dorado Porras, de la universidad Carlos III de Madrid, que realizó una labor de encauzamiento y síntesis verdaderamente complicada y por ende admirable. Los intercambios de opiniones fueron de gran riqueza, al ser algunas de ellas aportadas por personas implicadas directamente en asuntos de este tipo con familiares directos. Previamente se había visionado una película de las muchas que se han acercado al asunto. De entre las tres inicialmente planteadas, «Mar adentro», «Million dollar baby» y «Las invasiones bárbaras», se optó por esta última si bien en ella se trata una casuística especial que en realidad es la «ortotanasia», palabra que no existe en nuestro diccionario pero que significaría muerte correcta si atendemos al significado del prefijo «orto». Es el caso de las personas que asumen que van a morir en un plazo determinado y eligen el momento y las condiciones antes de que se cumpla.
La palabra eutanasia, que sí está en el diccionario, significaría simple y etimológicamente «buena muerte» aunque la Real Academia aclara que se trata de la «acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él». En una segunda acepción, en terminología médica, indica que se trata de «muerte sin sufrimiento físico» que sería más parecido al significado etimológico. En todo caso, hubo un acuerdo unánime en que es mejor hablar de «derecho a una muerte digna» para evitar significados matizables.
Aunque podría llegar a confundirse, el suicidio es absolutamente diferente y no admite comentario en este apartado. Una cuestión a dilucidar es si el derecho que tenemos todos a una vida digna incluye el derecho también a una muerte digna como parte de nuestros derechos vitales, en los que estaría posibilitado el derecho a decidir el momento en que queremos abandonar este mundo e incluso en la forma de hacerlo. Aquello, en planteamientos serios, de que «paren este mundo, que me bajo». Suicidarse, no lo olvidemos, es otra cosa, es «quitarse voluntariamente la vida» por condiciones subjetivas y sin que existan las correspondientes objetivas.
Hay muchos aspectos que revolotean alrededor del tema. Uno de ellos es el llamado encarnizamiento terapéutico que puede llegar a ocurrir cuando la medicina se empecina en mantener una vida utilizando todas las posibilidades a su alcance por encima de las opiniones del paciente. También es interesante conocer que el interesado puede decidir con anticipación en lo que se conoce como «Testamento Vital», para el que existe un registro oficial o bastaría una manifestación ante notario o dos testigos.
Para empezar por el final, el resumen es que se trata de una más de las hipocresías con las que vivimos. Los planteamientos que afectan al tema pueden ser éticos, religiosos, médicos, legales, sociológicos, culturales… y lo que ocurre normalmente es que se mezclan unos y otros enmarañando las vías y cercenando la claridad. Por ello lo mejor es delimitar claramente el paradigma, contexto y esquema, en el que vamos a movernos.
Por ejemplo, si utilizamos conceptos religiosos o incluso culturales en general, que nos hablan de la santidad de la vida y de que no es nuestra, que es sagrada y que nos ha sido dada, no hay nada más que añadir. Debemos esperar pacientemente a que nos llegue nuestro final. Pero, como en todo, hay matizaciones; cuando nuestro final se acerca y estamos en una fase terminal, mantenidos casi artificialmente por tecnología médica, por ejemplo en un coma… ¿es lícito abortar el tratamiento y dejarnos en manos de ese ser superior que supuestamente nos ha dado la vida?
Abandonando el paradigma religioso y centrándonos en un punto de vista laico, es conveniente considerar en cada situación personal el punto de vista biológico ligado al biográfico. Lo biológico alude a los aspectos animales de la vida y su subsistencia mientras que los biográficos se relacionan con nuestra inteligencia, nuestro pensamiento, nuestra libertad y nuestra autonomía en las decisiones. En este sentido, un punto a tener en cuenta es que si nuestra vida biográfica se ha agotado y no tenemos capacidad de desarrollo por esta vía, la vida biológica probablemente carezca muy mucho de sentido.
El interés personal debe primar por encima de todo siempre y cuando no vaya en contra del interés colectivo. Y por ello es fundamental que en este asunto se hable de unas condiciones objetivas que permitan establecer de forma inequívoca que la calidad de vida ha disminuido. Aquí surge de nuevo el problema de establecer los parámetros, pero aun a riesgo de simplificación y dentro del apartado biológico, podríamos establecer tres niveles tales como «disminuida» en temas de movilidad o autonomía personal, «muy disminuida» como situaciones de postramiento o inmovilidad y «bajo mínimos» que podrían aludir a estados vegetativos o de coma. Pero lo fundamental en los casos segundo y tercero, el tercero sin discusión aunque habría de considerarse la posible reversibilidad, sería determinar cómo afectan a la vida biográfica de la persona, a sus planes de funcionamiento diario y futuro en el terreno de lo intelectual. Personas que podríamos considerar de forma clara en un estado muy disminuido siguen adelante con sus vidas y las desarrollan, como por ejemplo el caso el científico Stephen Hawking y otros en otros ámbitos como por ejemplo el deportivo.
Solamente dándose de forma objetiva una vida biológica muy disminuida o bajo mínimos, puede empezar a hablarse de la posibilidad de introducir el elemento subjetivo por el que el individuo desea acabar su transitar por este mundo. Si tiene capacidad y autonomía para hacerlo por medios propios, sería un suicidio y estaríamos fuera del tema. En el caso de requerir ayuda de otros, familiares o médicos, es fundamental que exista un «consentimiento válido», bien por un testamento vital bien por la aquiescencia de sus familiares o tutores mostrada de forma libre y asesorados convenientemente por médicos y/o psicólogos.
En este punto llegamos a cómo ejecutar la decisión, lo que trae a colación las formas «activas» o «pasivas» de la ejecución. Y aquí vuelve de nuevo la hipocresía al entrar en disquisiciones de las diferencias entre acción y omisión, matar o dejar morir. Una vez decidido y consensuado entre todos que se va a proceder, lo mejor es pensar en la calidad de vida del que nos deja. Desde el punto de vista del dolor y el sufrimiento, las formas activas evitan prolongar dolor y agonía y serían las más recomendables.
No hemos tratado, deliberadamente, las connotaciones penales que tiene todo este asunto y que deben estar alerta para no encubrir posibles asesinatos, generalmente a manos de familiares por intereses económicos o simple desafección.