He estado tentado de cambiar una de las letras del título de esta entrada, concretamente la «l» por una «r», para expresar el sentimiento que nos produce a muchos ciudadanos esa manía que tienen las empresas de cambiarlo todo. Se supone que es para mejor, pero los cambios se suceden de una forma tan rápida que nos encontramos con algunos problemas con demasiada frecuencia y repetitividad.
Supongo que no solo es mi caso sino el de muchos otros, el ver como proliferan en nuestras casas cajones llenos de trastos y cachivaches, archiperres, en un intento siempre infructuoso de estar al día, especialmente si de nuevas tecnologías hablamos. Los dos cajoncitos que se pueden ver a la izquierda de la imagen están repletos de cables y accesorios relacionados con el mundo de los ordenadores y adláteres que poco a poco se van incorporando a nuestros hogares: cables de red, eléctricos, USB de varias formas, formatos y larguras, machos y hembras, transformadores, cables para la placa base, enchufes-transformadores de ereaders, tabletas y teléfonos, tornillos, conectores, ladrones, clemas, conectores de telefonía y de red... Y estos dos cajones son los relacionados con este mundillo, pero hay otro repleto de lo mismo relacionado con el sonido, otro con mandos a distancia de televisiones y aparatos, otro con pilas, cargadores, transformadores…
Y lo malo de todo ello no es tener tamaña proliferación, sino que con demasiada frecuencia ocurre, leyes de Murphy ya se sabe, que no tenemos el que necesitamos. Parece imposible que entre tantos no esté el que nos hace falta, pero ocurre, y con inquietante frecuencia. Los ingenieros y desarrolladores de las empresas deben de gastar bastante materia gris en inventar y poner en el mercado nuevos «gadgets» para confundir al personal e ir generando entropía. Se dice que es el progreso y con toda seguridad lo será, pero los malos momentos que nos hacen pasar a los ciudadanos de a pie en los períodos de migración solo los conocemos los que los sufrimos en carnes propias.
Cada uno tendrá sus batallitas que contar en relación a este tema. Yo tengo algunas que empezaron allá en los setenta del siglo pasado cuando los sistemas de vídeo empezaron a irrumpir en nuestras casas, pero para no irme tan atrás voy a referir la última, que le puede ocurrir a cualquiera.
Hace un par de meses cambié mi ordenador portátil. El antiguo ya tenía siete años y era el momento de renovarse. Como suelo hacer cuando adquiero un aparato nuevo, me leo el folleto que lo acompaña de cabo a rabo. Bien es verdad que en muchos casos, con harta frecuencia ya, el folleto brilla por su ausencia y hay que acceder a internet para ver o descargar el manual, que viste más y es más moderno. Como digo, acostumbro a darle un buen repaso y ver las novedades que me aporta, en este caso con respecto al anterior. Descubrí una de ellas, cuál era la salida de señal HDMI, con lo que incorporé a mi maletín de transporte un cable de este nuevo tipo por si fuera necesario en algún momento. Pero hubo una diferencia que no descubrí y que a punto estuvo de llevarme por la calle de la amargura.
El martes pasado tenía que dar una charla en una biblioteca local. Suelo apoyarla con unas cuantas imágenes enclaustradas en el clásico «power-point». Una día de estos tengo que darme una vuelta y cambiar a «prezi» pero lo voy procrastinando haciéndome ver a ni mismo que lo importante es lo que se cuenta y no las formas y el programa utilizado. Como ya he visto muchas batallitas en este mundo de las charlas y presentaciones, más como oyente que como ponente, me gusta ir unos días antes para verificar las condiciones tales como observar la sala donde va a tener lugar, comprobar que se dispone de alargadores eléctricos para los enchufes aunque yo me llevo los míos —es la experiencia—, probar la conexión del proyector o cañón a mi ordenador, ver si hay sistema de sonido —me llevo mis altavoces portátiles— o la mejor forma de situar el proyector, ya que en una ocasión acabé utilizando una papelera dada la vuelta, cubierta con una bolsa de basura y puesta encima de una mesa. En este caso tuve que utilizar una pila de libros por aquello de que estaba en una biblioteca.
Menos mal que fui unos días antes a probar. Descubrí que mi flamante, moderno y nuevo ordenador no tiene salida VGA. Ni me había enterado, era una cosa que daba por supuesta en TODOS los ordenadores portátiles, para poder enchufarlos a una pantalla auxiliar. Pues, no, HDMI y solo HDMI. ¿Cuántos cañones o proyectores de los que existen en colegios, bibliotecas, empresas, universidades o centros en general tienen entrada vía HDMI? Yo no he visto todavía ninguno por unos cuantos con la clásica VGA. Los modernos, he consultado en internet, si van disponiendo de conexión HDMI, pero hasta que sea normal encontrarse con ellos, lo que hay y mucho por ahí son VGA.
Quedaba lo de siempre, un cable nuevo conversor de HDMI a VGA, como el que se ve en la parte derecha de la imagen. Pero no fue fácil encontrarlo en el comercio local y me tuve que desplazar otra localidad. Y encima ni que fuera de oro, casi 24 euros el cablecito, aunque supongo que buscando por internet en Ebay o sitios similares serán más baratos, pero el tiempo apremiaba.
Otro cable más que echar al cajón de los cables perdidos y olvidados. Y me hago la observancia personal de que en la parte HDMI es macho y en la parte VGA es hembra. ¿Intuyen por qué me lo pregunto?