Hay cosas con las que llevamos conviviendo toda la vida y que a pesar de las innovaciones rápidas y continuas a las que nos tiene acostumbrados la vida moderna no han cambiado nada o muy poco. Una de ellas son las latas de conserva, que yo recuerdo desde que era niño hace ya muchas décadas. Bien es verdad que antiguamente se utilizaban para muchos menos alimentos que ahora, en que se han generalizado y se utilizan incluso en el mundo de las bebidas, un terreno reservado antaño para los envases de cristal, los conocidos como cascos que había que andar trayendo y llevando a la bodega para no tener que abonar su coste, que lo tenían. Díganselo sino a algunos chavales, que se sacaban unas propinillas rescatando cascos de los más variados lugares para llevarlos al bodeguero y cambiarlos por unas monedillas. Dicho sea al hilo de esto, que me parece que la humanidad ha perdido una gran oportunidad de conservar el medio ambiente, y los bolsillos, al trastocar el envase de cristal por la lata: aquel se reutilizaba varias veces y la lata de ahora, que nos cuesta nuestros buenos dineros, la tiramos a la basura o al reciclaje. Ya escribíamos de todo ello en este blog hace seis años, en julio de dos mil nueve, en la entrada «CASCOS».
Recuerdo que a los niños nos estaba vedado el abrir las latas, pues era muy alto el riesgo de corte con el filo sinuoso que quedaba al aplicar el abrelatas y levantar la tapa para acceder al contenido, generalmente sardinas o conservas de pescado que era lo más corriente en este tipo de envasado. El abrelatas de la época era el clásico denominado «explorador», que tenía el mecanismo de un chupete y que funcionaba a las mil maravillas. Conservo, ya sin uso, un ejemplar que puede verse en la fotografía que acompaña a esta entrada. Hice ayer mismo el ejercicio de preguntar en dos ferreterías del pueblo y me dijeron que ya no tenían esa marca. Aparte de que los abrelatas ya no se venden, disponían de uno de tipo alicate y de otro incluso eléctrico, pero el de la marca «explorador», me dijeron, hace años que dejó de verse.
En internet se puede encontrar de todo y para aquellos interesados, una rápida búsqueda permite encontrar todavía a la venta ejemplares del abrelatas marca «explorador», aunque su uso ha quedado prácticamente relegado por los cambios introducidos en las tapas. Y es que no nos damos cuenta de las cosas hasta que nos vemos en la necesidad de utilizarlas.
No me ha quedado muy claro, en una sucinta investigación, pero parece que preocupados por la conservación de los alimentos en temas militares o de navegación, un francés llamado Nicolás Appert inventó en 1804 el sistema que fue luego patentado en 1810 por el inglés Peter Durand. Ya hacia 1830 se utilizaban las latas en temas alimenticios, por lo que a mediados del siglo XX eran comunes para ciertos alimentos, como los pescados en conserva que ya hemos comentado.
Las latas de bebida supusieron una revolución, por las mejoras aportadas para fabricantes y distribuidores y no tanto, como ya hemos comentado, para el bolsillo de los consumidores o del medio ambiente, pero parece que estos temas no nos preocupan mucho… por ahora. Las latas de bebidas trajeron una innovación cualitativa en el modo de apertura, pues no se podía pretender el estar usando abrelatas tipo «explorador» o similares por los peligros de corte que supone. A finales de los años ochenta del siglo pasado aparece la apertura en forma de anilla no desprendible denominada «stay-on tab», que es la que más se utilizada hoy en día.
He buscado por casa, infructuosamente, alguna lata de alimentos con el sistema clásico de apertura, es decir, con el que era necesario el uso del abrelatas. En los tiempos actuales, podemos encontrarlas de dos tipos. Uno de ellos es el sistema de anilla, que permite su apertura sin herramienta adicional, solo con las manos, pero que representa todavía un peligro por la posibilidad de hacerse un corte al tirar de la anilla si no sujetamos firmemente la lata, apoyada en la mesa, y con cuidado.
El nuevo sistema de apertura que se utiliza últimamente, en el que la tapa es de un aluminio casi cercano al simple papel, con su lengüeta y su poca resistencia es casi un juego de niños, pues además la posibilidad de corte es inexistente. Solamente cuando veamos una lata antigua, sin mecanismo de apertura manual, nos daremos cuenta del avance que suponen estos cambios, que nos han pasado, casi con seguridad, inadvertidos.