Hace
años que mi gran amigo Miguel Ángel lo practica en sus paseos matutinos y me viene
hablando de ello. También lo ha hecho anteriormente mi cuñado Hermann y esta
semana otro buen amigo, José María, ha incidido en el tema de los «podcast»,
otro universo de los que nos rodea, del que hemos oído hablar pero que no
acabamos de viajar a él por falta de tiempo, interés o que simplemente no se
dan las condiciones para que nuestras antenas se orienten para captar todo lo
que puede ofrecernos un viaje a ese mundo.
Yo
he sido de siempre un amante de la radio a la vez que he ignorado y sigo
ignorando la televisión todo lo que me es posible. Aunque algunas personas,
especialmente los jóvenes, son expertas en manipular los móviles al tiempo que
ven la televisión, esta requiere una atención plena si de verdad quieres
enterarte de lo que se cuece, pues numerosos detalles visuales acompañan a los
sonoros en un conjunto armónico y necesario para seguir la historia que se
cuenta. La radio, por el contrario, te permite estar escuchándola al tiempo que
realizas otras tareas o disfrutas de otra actividad como puede ser pasear,
hacer deporte o…conducir.
Pasé
innumerables horas escuchando programas de radio cuando empleaba mi tiempo en
largas sesiones vespertinas en mi laboratorio fotográfico mientras revelaba
negativos o positivaba fotografías y también en mis pinitos como ebanista o
carpintero aficionado en un pequeño taller improvisado que conseguía en mi
garaje sacando el coche a la calle. La radio era una compañera fiel y llegué a
dominar el dial y los horarios para escuchar numerosos programas interesantes o
simplemente amenos. No podía faltar la radio al lado mientras me afanaba en mis
tareas. Quizá fuera una continuación de una época de niño en la que no había
todavía televisión y la radio presidía desde su repisa en el comedor de la casa
de mis padres y acompañaba a la familia durante todo el día con el programa de
los «Porretas» por la mañana, las novelas interminables que escuchaba mi abuela
mientras remendaba nuestros pantalones en la mesa camilla al calor del brasero
o, ya por las noches, con toda la familia escuchando algunos programas de los
que únicamente recuerdo uno titulado «Ustedes son formidables" conducido
por Alberto Oliveras.
En
los años setenta, con aquellos radiocasetes que integraban radio y posibilidad
de grabación en cinta, muchos días utilizaba un programador en el enchufe y
dejaba preparado todo para que se encendiera el aparato a una hora determinada
y grabara algún programa favorito que luego escuchaba en diferido cuando podía.
La media docena de cintas de casete que tenía para este menester se grababan y
regrababan una y otra vez de forma que era casi milagroso que tras varios meses
y grabaciones se pudieran seguir escuchando.
Ahora
todo ha cambiado para mejor. Los programas de radio se pueden oír a cualquier
hora con solo conectarse a internet. Y no solo de emisoras de radio digamos
oficiales, sino de numerosas alocuciones que solo se generan en el mundo de
internet por personas desconocidas o no tanto, que al igual que otros juntamos
palabras en un blog se dedican a hacerlo de forma sonora. Pero además de esto
está el mundo de los «podcast», que pongo entre comillas porque no he logrado
encontrar la correspondiente palabra en español que defina el asunto. Una
consulta al fantástico mundo de la Fundeu dice que… «El uso de esa palabra (podcast) es correcto y su plural es invariable
(los podcast). No hay equivalente en español.». Así que a partir de ahora
la escribo sin comillas.
Y… ¿por
qué ahora sí y antes no mi acceso a este universo de los podcast? Mi actual
situación laboral me fuerza a desplazarme en automóvil una hora de ida y otra
de vuelta. He intentado el transporte público para poder ir leyendo pero serían
casi dos horas de ida y no menos de dos y cuarto de vuelta, lo cual es un
horror a pesar de que podría leerme casi un libro diario según el tamaño. Al principio
brujuleaba por las emisoras de radio que me acabaron hartando a los pocos días
por sus repeticiones de noticias por las mañanas a la ida y por sus anuncios y
la falta de interés por las tardes a la vuelta, con lo que el refugio estaba en
escuchar música grabada. Pero una de las cosas maravillosas que tiene el coche
es la posibilidad de conexión «bluetooth».
Hay
numerosos gestores de podcast en el móvil que permiten descargar al mismo miles
de programas interesantes de forma casi automática. Al llegar al coche,
enciendo la radio del mismo, activo el «bluetooth» de mi teléfono y empiezo a escuchar
cosas interesantes o que en principio pueden serlo. Si no me interesan, con
pasar a la siguiente se soluciona el asunto. Ahora lo que viene es dar con un buen
gestor de mis podcasts alojados en el teléfono de forma que todos los días
laborables, al inicio de la mañana, disponga de dos horas de contenidos para
llenar ese viaje que de alguna forma ha cobrado un nuevo interés y me recuerda
otros tiempos. ¡Qué maravilla!