Esta
auto imposición de juntar unas letras una vez por semana que vengo cumpliendo,
salvo contadas ocasiones, desde hace ya casi ocho años, me permite o me obliga a
dedicar un tiempo a mejorar mi vocabulario y mis conocimientos de la lengua.
Cualquier excusa es buena y aunque todos sabemos lo que es un álbum, me he
permitido acudir al diccionario. Se pueden encontrar tres acepciones, más o
menos parecidas, pero me quedo con la segunda que reza así: «libro en blanco de hojas dobles, con una o
más aberturas de forma regular, a manera de marcos, para colocar en ellas
fotografías, acuarelas, grabados, etc.». Pero los tiempos han cambiado y en
el caso de las fotografías, aquellos viejos álbumes que tenían las hojas con
plástico autoadhesivo o con paspartús han pasado a mejor vida.
Allá
por los años setenta y ochenta el siglo pasado cursaba yo con una gran afición
a la fotografía. No solo hacía fotos con mi cámara fotográfica sino que tenía
mi propio laboratorio en casa en el que pasaba muchas tardes entre líquidos y
cubetas revelando negativos y positivándolos después. Nunca me acostumbré al
proceso mágico que hacía surgir la fotografía latente en un papel blanco por
efecto del revelador bajo aquella luz roja de poca intensidad que era la única
permitida. Disponía de un buen equipo y ello hacía que fuera buscado
primeramente por familiares y posteriormente por amigos e incluso conocidos
para pedirme que les tomara las fotografías de eventos familiares, tales como
bautizos, comuniones y …bodas.
Aunque
pudiera parecer lo contrario, lo de las bodas era un verdadero suplicio.
Mientras todos disfrutaban, quizá no los novios pero sí el resto de invitados, yo y algunas
veces mi mujer nos dábamos una paliza de campeonato en la iglesia, en el
parque, en el banquete y luego en la discoteca. Y cuando todo parecía que
acababa, realmente para mí empezaba. Llévate los carretes a un laboratorio
profesional, recoge a las horas las fotos, elige un álbum, selecciona, coloca…
Hasta que al día siguiente a la celebración, si no se habían ido de viaje,
podías entregar el álbum terminado a los novios, no te quedabas tranquilo. Tuve
suerte y no metí la pata en ninguno de los eventos, que fueron numerosos,
quedándome algunos francamente bien. El hecho de ser amigo o familiar permitía
ciertas licencias con novios y familiares que luego podían apreciarse en los
resultados al obtener ciertas fotografías claramente especiales y poco
corrientes. Ello hizo que personas particulares requirieran mis servicios, a lo
que me negué en redondo, ya que ni era profesional ni quería hacer una
competencia desleal a los fotógrafos oficiales que tenían esa profesión como
medio de vida de ellos y de sus familias.
Han
pasado treinta años de aquello pero me vienen estos recuerdos a la mente al
asistir el pasado fin de semana a la boda de un sobrino. Los contrastes fueron
tremendos. Solo los fotógrafos que conocieran otras épocas sabrán apreciar lo
que supone no tener que estar cambiando el carrete cada treinta y seis tomas,
no poder comprobar las fotos a medida que se iban haciendo, tener mucho cuidado
con las baterías de los flases, no tener que revelar, poder hacer cientos o
miles de fotos sin coste para luego poder elegir…
Pero
los tiempos actuales traen cosas sorprendentes consigo que quiero compartir con
los lectores que hayan llegado hasta aquí. En la actualidad, todos los
invitados, incluso los niños, son fotógrafos en potencia, pues antes, durante y
después de los acontecimientos, sus teléfonos móviles echan humo tomando fotografías y vídeos a diestro
y siniestro. Los grupos de wasap funcionan a tope enviando y recibiendo todo lo
que se cuece… Aquí es donde viene lo último que me sorprendió porque no lo
conocía y me parece una buena idea: Wedshoots, una aplicación para el
móvil en la que los novios abren un álbum y pasan la identificación del mismo a
todos los asistentes, que pueden subir de forma fácil y cómoda todas las
fotografías que deseen, eso si, de diez en diez. De esta forma todos, novios e
invitados, pueden ver las fotos de todos e incluso hacer comentarios y
marcarlas con el típico «me gusta». No lo sé con certeza, pero al parecer los
propios novios pueden descargar las fotos y en todo caso tienen ellos, tenemos
todos, acceso a un montón de tomas que unos y otros han o hemos compartido. Si
bien la cosa no es nueva porque ya existían los álbumes compartidos en las «nubes»,
el hecho de que esté disponible como una aplicación en el móvil la convierte en
un culto a la inmediatez, pues permite seguir el evento en directo por personas
que están muy alejadas, como por ejemplo y en este caso, la abuela del novio
que estaba a miles de kilómetros viendo las fotos que continuamente iban
subiendo los invitados.
Nuevos
tiempos, nuevas formas. ¿Qué nos queda por descubrir?
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