Cuando
uno ha superado ciertas fronteras vitales y quemado, casi, la etapa laboral tal
y como se entiende actualmente, es bueno poner el magín a dilucidar qué hacer
en el futuro, donde en teoría el tiempo libre se incrementará de manera
significativa, eso sí, acompañado de una merma en los ingresos que pueden
condicionar las decisiones, aunque también existen en este momento, aunque
peligran de cara al futuro, ciertas facilidades para los mayores en lo que se
ha dado en llamar el estado del bienestar en temas como asistencia a museos, viajes, excursiones, vacaciones, obras de teatro,
etc. etc.
Los
cambios vertiginosos a los que no estamos acostumbrados pero que se producen de
un día para otro están cambiando de forma profunda los usos sociales. Hasta no
hace muchos años, incluso ahora, la educación en nuestra época de adolescentes
y jóvenes se preocupaba principalmente de dotarnos de herramientas y conocimientos
para incorporarnos al mundo laboral. Para nada esta educación contemplaba la
inevitable fase posterior, tras la jubilación, que bien es verdad y por lo
general en caso de los hombres solía durar muy poco, pues las expectativas de
vida no eran como ahora y la percepción de habernos convertido en ciudadanos
inservibles, «abuelos», aceleraba nuestro abandono de este mundo.
Según
estadísticas, los españoles tenemos en estos momentos una media de dieciocho
años de vida tras nuestro retiro. Son muchos años para estar mano sobre mano,
por lo que ya que no nos llenaron la mochila en nuestra época de estudiantes
para afrontar con garantías esta etapa, bien haremos en procurarnos por
nosotros mismos entretenimientos y actividades en las que emplearnos que nos
permitan transitar por esta etapa de la vida con suficientes mimbres para
mantener un interés y una curiosidad que alejen de nosotros la monotonía y el
aburrimiento.
Siempre
se aprende de la historia. Y en este asunto lo mejor es observar a los que nos
rodean o han rodeado de nuestras propias familias y amigos para ir tomando nota
de, sobre todo, lo que no debemos de hacer. Por otro lado, y teniendo en cuenta
como se negocian por parte de nuestros políticos los montantes dedicados a
nuestras coberturas futuras, léase pensiones, más vale que nos planteemos
ciertas cuestiones con la suficiente antelación para no tener que sufrir
situaciones adversas cuando ya no tengamos capacidad de reacción. Cada vez se
habla más de una «vejez activa y productiva» que permita llevar una vida
placentera siempre que la salud nos lo permita.
Conozco
varios ancianos que pasan el día somnolientos o, como dicen ellos, despiertos
con los ojos cerrados, sin nada que hacer. Bien en sus casas o en residencias,
sus aficiones y su vida no les han dotado de entretenimientos que les permitan
desarrollar actividades gratificantes, con lo que toda actividad es una
televisión emitiendo imágenes y sonidos a la que no prestan atención pero no
apagan. Cuando tienen la oportunidad de hablar con alguien, familiares o
amigos, su comunicación es reiterativa hasta la saciedad, repitiendo una y otra
vez los mismos hechos, muy pocos hechos, que por lo general versan sobre lo mal
que está el mundo, lo que han sufrido en sus tiempos y sus problemas físicos y
los de los que le rodean. Y esto lo digo por experiencia propia, pues aunque he
reiterado hasta la saciedad a mi madre que no me hable de historias y problemas
de gente que no conozco, su conversación trata únicamente de estos temas, los
mismos, una y otra vez. Es mi madre y no me queda más remedio que estar con
ella en las visitas y lidiar como puedo con sus mensajes.
Nuevamente
me tengo que referir al extraordinario curso sobre los Desafíos y Retos del
Siglo XXI que estamos a punto de finalizar bajo las extensas explicaciones del
profesor Antonio Rodríguez de las Heras. Nos comentó una de sus metáforas que
son de lo más acertadas. Nos mostró una serie de anuncios de los años 50-60 del
siglo pasado en España, donde se podía ver siempre a la mujer en un entorno
hogareño en su papel de casada y eficiente compañera del marido, en actitudes a
todas luces que hoy en día están pasadas de moda. La mujer en aquella época era
considerada como era considerada y más si recordamos que en España hasta los
años treinta no podía ejercer su derecho al voto y hasta bien entrados los
setenta necesitaba el permiso de su marido para abrir una cuenta bancaria. Las
mujeres de aquella época estaban en «estado de exclusión social». Pues bien,
ahora, los ancianos, viejos, abuelos, tercera, cuarta o quinta edad, son
considerados de similar manera, personas que están entre nosotros pero que…
estorban. Se obvian sus papeles de consumidores como los que más, de
cuidadores, de hacedores de recados y solo se pone el foco en que ya han
cumplido su papel y, como se hacía antes en las sociedades de cazadores
recolectores, lo que deberían hacer es retirarse al bosque para finalizar sus
días. De forma parecida ahora, los mayores están en «riesgo de exclusión
social».
Cuando
pueden llegar tiempos en que la movilidad de las personas se vea reducida y
comprometida, hay que recordar que se puede escribir un blog, leer un libro, se
puede conversar por Skype o similares, se pueden realizar cursos MOOC por
internet… entre otras actividades enriquecedoras que permitirán al mayor seguir
teniendo un proyecto de vida con ilusiones por seguir en este mundo el máximo
tiempo posible. Pero como todo, se necesita una educación y entrenamiento para
esta etapa que la sociedad hoy por hoy no proporciona ni fomenta y que habrá de
buscarse cada uno por su cuenta. Y ¡ay! de aquellos que no lo hagan.
El
número de personas mayores va en aumento en sociedades que no les valoran y que
no pueden o no quieren invertir en ellas. Ante esto solo queda apelar a la
imaginación y evolucionar adaptándonos a los tiempos: como estemos esperando
que otros, incluso nuestros familiares, se preocupen y ocupen de nosotros,
estamos listos.