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domingo, 29 de mayo de 2016

SOPORTES




Se estima que hace algo más de siete millones de años, las crías de unos chimpancés presentaron rasgos ligeramente diferenciados a los de sus progenitores, lo que supuso los inicios de una nueva especie que ha derivado en lo que hoy somos los humanos. Los esqueletos más antiguos hallados de esta larga etapa se cifran en una antigüedad superior a los tres millones de años, siendo una genuina representante de los mismos la conocida como «LUCY» a la que dedicamos una entrada en este blog en octubre de 2015. «Las palabras se las lleva el viento» y por ello no quedan registros de la evolución del lenguaje desde los sonidos guturales que hoy en día exhiben los chimpancés y afines hasta el habla humana. La transmisión oral de pensamientos e ideas se pierde en la profundidad de los tiempos y se supone que era suficiente en las pequeñas bandas de cazadores y recolectores que formaban los grupos humanos.

En algún momento hace cuarenta mil años, algunos homo neanderthalensis o sapiens sintieron la necesidad de plasmar esas ideas en un soporte de forma que adquiriesen una materialización que perdurase en el tiempo una vez ellos no estuvieran presentes y pudieran ser contempladas o aprendidas por otros seres. Me estoy refiriendo a las primeras pinturas denominadas rupestres en las que aparte del mayor o menor arte del autor y de los materiales empleados, era necesario un soporte que en este caso se trataba de la piedra de los techos o paredes de las cavernas o refugios en los que moraban. Me he quedado sobrecogido al contemplar algunas de estas expresiones en cuevas de Cantabria, por desgracia no en la original Altamira, o en sitios especiales como el barranco de la Valltorta en Castellón.

Con la transformación en sociedades agrícolas y el nacimiento de las ciudades, las necesidades de registrar fehacientemente las cosas propiciaron uno de los mayores inventos de la humanidad: la escritura, que apareció de forma concurrente en varias zonas del planeta, siendo las más antiguas manifestaciones las sumerias registradas sobre un soporte imperecedero y, muy importante, transportable: las tablillas de arcilla, que una vez cocidas eran muy perdurables, habiendo llegado algunas de ellas hasta nuestros días. Una vez visto que la palabra y las ideas podían ser plasmadas dejando testimonios para la posteridad, la elección de los soportes ha sufrido una continua evolución.

Dos mil años antes de Cristo, la civilización egipcia optó por el papiro, fabricado a partir de la planta del mismo nombre y que permitía fabricar rollos continuos más o menos largos que se enrollaban en torno a varillas de madera.

Los romanos utilizaron un soporte más volátil para sus transacciones diarias como eran las tablillas enceradas, pero se cuidaron de dejar textos para la posteridad en la piedra de muchos monumentos o piezas de bronce o metal. También otras manifestaciones artísticas habían ido quedando en madera, hueso o incluso telas como la seda u otras.

Es en la ciudad griega de Pérgamo y alrededor de trescientos años antes de Cristo cuando los griegos empezaron a utilizar el pergamino para dejar constancia de hechos y opiniones. Realizado con piel de animales permitía una encuadernación a base de coser sus lomos en una anticipación de lo que podríamos considerar un libro. Durante mucho tiempo este soporte, el pergamino, fue utilizado como base de escritos y códices, permitiendo el progreso del conocimiento y el avance de la civilización.

Pero se debe a la cultura china, doscientos años después de Cristo, el descubrimiento del papel, que fue dado a conocer en la cultura occidental hacia el año ochocientos de nuestra era al ser importado por los árabes. De menor durabilidad y consistencia que el pergamino, su facilidad de fabricación y su menor coste hizo de él un soporte por excelencia, que adquirió una profundidad excepcional con la invención de la imprenta por Gutenberg al permitir la generación de un número indeterminado de copias que podían llegar a cualquier rincón del Globo.

El papel sigue plenamente vigente hoy en día como soporte básico para todo tipo de comunicaciones, pero no hace muchos años en esta línea del tiempo que venimos comentado aparecieron otros soportes denominados magnéticos: con la ayuda de un ordenador podíamos dejar constancia de nuestras ideas en discos duros o en CD's, DVD's y ahora más recientemente en «pendrives», tarjetas de memoria o incluso en el propio teléfono móvil. Pero una idea que conocimos hace años de la mano de un libro de Enrique Dans titulado «Todo va a cambiar», referenciado en la entrada «VERTIGINOSOS» de este blog, hablaba de la disociación entre el continente y el contenido, entendiendo como continente la hoja de papel, el disco o el celuloide y como contenido lo que realmente está escrito o grabado y las ideas que se nos quieren transmitir. Hasta hace muy poco, ambos conceptos estaban indisolublemente unidos siendo necesario disponer de forma física del soporte-continente para poder acceder a su contenido.

La digitalización ha permitido que los contenidos, esas series de ceros y unos grabados en algún soporte magnético, sean consultados a través de dispositivos desde cualquier parte por esa maravilla que es la red. Se habla de que los contenidos están en la «nube» y solo hace falta un acceso y una prótesis para consultarlos y disfrutar de ellos en cualquier parte del mundo, incluso ponerlos en papel si lo deseamos y disponemos de una impresora. No hacen falta copias físicas materiales para que una idea se difunda a los cinco continentes en un santiamén. Las tablillas que los escribas sumerios confeccionaban pacientemente eran únicas pero lo que escribe hoy cualquiera en el teclado de un ordenador y pone a disposición general es repetible casi infinitamente de forma instantánea. El último soporte por ahora es una pantalla donde podemos visualizar enormes cantidades de información.


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