En estos días de verano y vacaciones uno anda más relajado pero el tiempo transcurre a toda velocidad: se quieren hacer muchas cosas pero los días se acaban casi sin darse cuenta. Queremos desarrollar actividades diferentes a las de nuestra rutina diaria porque para eso hemos escapado de la monotonía. Con la vorágine actual, cada vez es más necesario eso que se ha dado en desconectar, aunque el progreso se encarga de llevar nuestra oficina a la toalla de la playa, donde continuamos leyendo y contestando correos electrónicos de nuestro trabajo o personales a través de nuestros teléfonos inteligentes.
Como uno está vago en esto de escribir,
me ha venido a la mente un cuento o fábula que tiene relación con lo comentado
en el párrafo anterior. Hay algunas versiones que difieren un poco, pero el
trasfondo se entiende. Tomado de una de las muchas páginas de internet donde se
puede encontrar, lo reproduzco a continuación.
Un banquero americano estaba en el muelle
de un pueblito caribeño, cuando llegó un botecito con un solo pescador. Dentro
del bote había varios atunes amarillos de buen tamaño. El americano elogió al
pescador por la calidad del pescado y le preguntó cuánto tiempo le había tomado
pescarlos. El pescador respondió que sólo un rato. El americano le preguntó que
por qué no permanecía más tiempo y sacaba más pescado. El pescador dijo que él
tenía lo suficiente para satisfacer las necesidades inmediatas de su familia.
El americano le preguntó qué hacía con el resto de su tiempo. El pescador dijo:
“Duermo hasta tarde, pesco un poco, juego
con mis hijos, hago siesta con mi señora, caigo todas las noches al pueblo
donde tomo vino y toco guitarra con mis amigos. Tengo una vida agradable y
ocupada.”
El americano replicó: “Soy graduado de
Harvard y podría ayudarte.”
“Deberías gastar más tiempo en la pesca
y, con los ingresos, comprar un bote más grande y, con los ingresos del bote
más grande, podrías comprar varios botes; eventualmente tendría una flota de
botes pesqueros. En vez de vender el pescado a un intermediario lo podrías
hacer directamente a un procesador y, eventualmente, abrir tu propia
procesadora. Deberías controlar la producción, el procesamiento y la distribución.
Deberías salir de este pueblo e irte a la Capital, donde manejarías tu empresa
en expansión”.
El pescador le preguntó: “¿Pero cuánto
tiempo tardaría todo eso….?”.
A lo cual respondió el americano: “Entre
15 y 20 años”.
“¿Y luego qué?”, preguntó el pescador.
El americano se rio y dijo que esa era la
mejor parte. “Cuando llegue la hora deberías vender las acciones de tu empresa
al público. ¡¡¡Te volverás rico….tendrás millones!!!”
“¿Millones….y luego qué?”.
“Luego te puedes retirar. Te mudas a un
pueblito en la costa donde puedes dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con
tus hijos, hacer siesta con tu mujer, caer todas las noches al pueblo donde
tomas vino y tocar guitarra con tus amigos”.
Y el pescador respondió:
“¿Y acaso eso no es lo que ya tengo?”.
Estoy finalizando la lectura en estos días
de un libro que contiene un montón de claves que provocan al magín y le hacen
dar vueltas y vueltas a estos asuntos. Su autor es Sergio del Molino y lleva por título «La España vacía. Viaje por un país que nunca
fue». La España de la ciudad y la España rural, pero por extensión el mundo
rural y el mundo de la ciudad. Nos vendieron
las ciudades como símbolo de progreso, como calidad de vida, como la
forma de vida del futuro y ahora cada vez más nos sentimos atrapados en ellas y
estamos deseando tener un poco de tranquilidad en nuestras vidas. Se busca la fórmula,
a veces imposible, de disfrutar lo máximo de la ciudad pero sufriendo lo menos
posible. Claro está, habría que definir con precisión de cirujano los términos
de «disfrutar» y «sufrir» porque los conceptos varían enormemente de una
persona a otra.
Como se puede constatar año tras año, la huida
de la ciudad es una constante generalizada en cuanto disponemos de unos días
libres, unas vacaciones, un puente… y dinero, claro está, para gasolina,
alojamientos y comidas. En el principio de estos éxodos actuales era la playa
el destino por excelencia, pero ahora también las playas están masificadas y se
vuelve al interior en busca de la paz y la tranquilidad. Los cambios sociales son vertiginosos y
nos vamos adaptando a ellos en mayor o menor medida. La fábula que he incluido
en esta entrada nos habla de dar vueltas a las cosas y gastar nuestras energías
para al final darnos cuenta de que volvemos al origen.