Esta
vez acudo a la Fundeu para extraer una definición del título de esta entrada. El
clientelismo se define como «un sistema
de protección y amparo con el que los poderosos patrocinan a quienes se acogen
a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios». Existe en muchos
ámbitos, tantos como la condición humana pueda llegar a imaginar, siendo unos
más flagrantes que otros. El político, el clientelismo político, es de los
peores, aunque el laboral no queda a la zaga.
En
los albores de este siglo y por sufrir en propias carnes un episodio brutal de
acoso psicológico en el trabajo, me recomendaron la lectura de un libro: «Ajuntament,
bon dia», de Arnau Ramis i Pericàs. Como puede derivarse del título, está
escrito en catalán, bueno, más concretamente en mallorquín. Ardua tarea a la
que enfrentarse para un español sin idea de ese idioma, pero todo es ponerse y
hoy en día es más sencillo pues contamos con traductores online en la red que
son de gran ayuda. Un libro, muy recomendable incluso en los tiempos actuales,
que comenzaba con el siguiente texto:
Aquest llibre és una novel-la. Tot el que s'hi conta és invenció de l'autor. Encara que en aquest relat pogués haver-hi similituds amb personas i fets reals, això s'hauria de contemplar com remota inspiració i com simple estímul de la imaginació per crear lliurement unes situacions, una història i uns personatges completament ficticis.
La
traducción podría concretarse como
Este libro es una novela. Todo lo que se cuenta es invención del autor. Aunque en este relato pudiera haber similitudes con personas y hechos reales, esto debería contemplarse como remota inspiración y como simple estímulo de la imaginación para crear libremente unas situaciones, una historia y unos personajes completamente ficticios.
La
historia se desarrolla en un ayuntamiento ficticio en el que ocurren hechos
tremendos que llegan incluso a terminar con una muerte. Pues bien, a pesar de
la advertencia inicial, ocho funcionarios, ocho, demandaron al autor pidiendo
la intervención de la obra y medio millón de euros de indemnización; la noticia
puede leerse todavía en este enlace . El juez les dijo que era
una obra de ficción… ¿Se sentían identificados los demandantes con personajes
del libro? ¿Hacían ellos esas cosas que ahí se relataban?
A
finales de los años setenta del siglo pasado había un departamento de una gran
empresa con sesenta empleados. La alta dirección de la empresa decidió
potenciar el departamento y lo primero que hizo, en contra de la opinión de
todos los empleados, fue descabezar al jefe y poner uno nuevo, que llegó como
elefante en cacharrería con nuevas formas y métodos «revolucionarios» que no
eran inicialmente compartidos por los empleados. Pero no olvidemos que el que
mandaba, con todo el apoyo de la alta dirección, era el nuevo jefe. Había que
bajar los humos al personal, así que lo primero que hizo fue afanarse en aplicar
la famosa máxima de Julio César: «Divide
et impera, divide y vencerás».
Como
había que ampliar el departamento y toda la formación era de carácter interno
ya que no había expertos en la materia en el mercado, el jefe mandó una carta
personalizada a cada uno de los sesenta empleados sugiriendo que presentaran a
una persona cercana para incorporarse al departamento. La única condición es
que fuera despierta y con ganas de formarse, aprender e integrarse en un
departamento en crecimiento de una gran empresa, no era necesaria ninguna titulitis. También sugería en la misiva
que se fuera discreto y no se comentara esto entre los propios empleados. Los
que entraron en el juego no comentaron nada, pero sí lo hicieron los que no
iban a entrar en la propuesta.
La cosa
fue prosperando y en esta fase inicial, treinta de los sesenta empleados
enfrentados se convirtieron en «tocados». La división estaba en marcha. Como en
breve tiempo se incorporaron al departamento los treinta nuevos empleados, se
alcanzó la cifra total de noventa trabajadores, pero con cambio muy
cualitativo: de estos noventa, solo treinta eran «enfrentados» mientras que
sesenta eran… fieles al jefe. Cuando se hablaba de muchos de los nuevos, no se
les citaba por su nombre, sino como «el hermano de…», «la cuñada de…» o «el
hijo del portero de…».
Como
anticipaba, cualquier parecido de esta historia con la realidad es pura
coincidencia. Pero según dice el muy sabio refrán, «Quién tiene padrinos se
bautiza» y esto ha sido así, me imagino, por lo menos desde que existe el
bautizo y quizá desde que el mundo es mundo. Unas épocas más, otras menos, en unos ambientes más, en otros menos, quién
tiene un catedrático afín… tiene un master universitario. O más, vaya Vd. a
saber.