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domingo, 13 de enero de 2019

APORTAR




Cuando uno empieza a acumular unos cuantos años en su casillero, hay veces que da por pensar que la vida se está acabando si bien no de una forma inmediata salvo algún suceso o enfermedad imprevisible. Y con ello se empieza a tener una vaga sensación de que hay que aprovechar el tiempo; los días, semanas, meses y años pasan a toda velocidad, casi sin darnos cuenta, y eso implica que no se puede perder el tiempo dado que cada vez va quedando menos.

Controlar el propio tiempo es una tarea difícil, especialmente si una vez retirado de una labor principal como es el trabajo hay que decidir en qué asuntos meter las narices para aprender de modo que la relación entre disfrute y sufrimiento compense. Es difícil acertar porque muchas veces hasta que no nos vemos metidos en el fregado no podemos calibrar el alcance del tiempo y la energía que nos consume. Con ello, uno puede meterse en un proyecto a medio o largo plazo y a los pocos meses darse cuenta de que el esfuerzo es mucho mayor de lo previsto y no compensa. Es algo así como acometer la lectura de un libro de considerable tamaño y a las pocas páginas iniciales darse cuenta de que es un ladrillo. Salvo compromisos de clubes de lectura o autores, no hay que dar muchas explicaciones si se abandona la lectura de un libro.

Pero cuando el compromiso afecta a otras personas, el retirarse de un proyecto no es tan sencillo. Estoy hablando de cosas lúdicas, que no supongan una merma en los ingresos y que por tanto se puedan dejar sin afectar a los actos básicos y vitales de la vida. Lo que sí que se ve afectado en la persona es su propia conciencia que por un lado le impele a mantener el compromiso y por otro a dejarlo, aunque se enfaden los colegas.

Una cuestión que cada día va tomando más cuerpo para mí son las conversaciones, contactos, comidas o reuniones con otras personas. Como tengo esa sensación de no querer perder el tiempo y además la edad puede conllevar el aumento de ciertas dosis de egoísmo, me empiezo a cuestionar seriamente mi asistencia a ciertos actos, especialmente si las personas con las que me tengo que relacionar no me aportan nada interesante. Para hablar de banalidades me puedo poner la tele, cosa que evito hacer en la medida de lo posible.

Hacía mucho tiempo que no veía a Jorge. Le conocí hace muchos años porque coincidimos en un magnífico y práctico curso de hipnosis, científica y profesional, no de la que se publicita por ahí o se exhibe en programas de televisión. Jorge es médico y por aquel entonces se dedicaba a hacer sedaciones para intervenciones quirúrgicas: poner anestesia, vamos. Ya ha dejado la medicina y se dedica a actividades de coaching en grandes empresas impartiendo charlas para desarrollar el potencial de las personas y ayudarles a alcanzar sus objetivos personales o empresariales. También ha escrito tres libros y anda siempre en activo movimiento.

Esta semana hemos quedado a tomar un café que nos llevó dos horas de animada conversación que tuvimos que cortar porque ambos teníamos otras obligaciones que atender y no habíamos previsto una parrafada tan larga. Yo no sé si yo le aporté algo a él, pero lo que sí que tengo claro es que él me aportó mucho a mí, que las dos horas que estuvimos hablando de lo divino y de lo humano se pasaron volando y que ambos nos llevamos un montón de notas sobre libros, documentales y aspectos interesantes que se añadieron a lo ya pendiente desde hace tiempo, que no hace más que incrementarse más y más.

La cosa debió de resultar interesante para ambos tras esos años de no haber coincidido de forma que hemos quedado de nuevo esta semana para seguir nuestra charla y nuestro «intercambio de cromos». Los correos electrónicos con notas, archivos, direcciones de páginas web interesantes, documentales en RTVE o YouTube sobre mil y una cuestiones han sido continuos hasta que hemos tomado la decisión de cortar este flujo hasta nuestro próximo encuentro porque la perspectiva de cuestiones a investigar crecía exponencialmente hasta resultar abrumadora.

Cuando la conversación fluye y el contenido es interesante, el tiempo vuela sin que te des cuenta. Y como puede verse en la imagen, una servilleta de la cafetería puede servir para hacer un esquema rápido y darte toda una clase maestra, en un tema en que él es experto, sobre cómo organizar tu vida con planteamientos prácticos contrastados y deberes a realizar para tomar decisiones que mejoren tus días en este mundo.

Por todo lo anterior, una de las cuestiones que me pongo como deber es elegir bien mis interacciones con los demás, de forma que sean generadoras de satisfacción para ambas partes. Yo suelo pedir poco, porque intento hasta la extenuación buscarme la vida y resolverme mis problemas; y cuando pido ayuda es porque he llegado a un punto, tras mucho batallar, en el que estoy en una encrucijada y no veo claro qué camino tomar, por lo que una indicación de alguien más experto puede facilitarme el seguir adelante.

Tengo muchos conocidos que me piden cosas, directamente, no que les enseñe como hacerlas, sino que se lo dé todo hecho. Un dicho popular refiere «en comunidad no demuestres habilidad» porque «te llenarán el cesto de peticiones». No sé si hasta ahora he demostrado habilidad en alguna cosa pero tengo la (sana) intención de volverme lo más tonto posible, para tener tiempo para cultivar encuentros similares a los de Jorge que me aporten y me resulten placenteros e interesantes. Muchas gracias, amigo Jorge.

Y por si alguna empresa o alguien que lea este blog quiere contactar con Jorge y sus servicios profesionales, haga clic en este enlace para acceder a su página web.