Al
parecer la fundación de la ciudad de Mayrit, —Madrid—, se remonta a una decisión de los
árabes en el siglo IX en consideración, entre otras cosas, a la abundancia de
agua en la zona. Las vicisitudes de Madrid fueron variadas a lo largo de los
siglos hasta que la cabeza visible de la Monarquía Hispánica, Felipe II,
decidiera en 1561 establecer la Corte de manera estable en la ciudad de Madrid.
Hasta entonces, los diferentes reyes castellanos iban moviéndose por las
ciudades importantes del reino, Segovia, Toledo, Valladolid e incluso Granada,
arrastrando una serie de seguidores y estamentos que suponían un coste elevado
para las arcas que en muchas ocasiones estaban llenas de… telarañas.
Una veintena de años más tarde y con motivo de ser coronado rey de
Portugal el propio Felipe II, hubo un intento de mover la capital de la
península a Lisboa por aquello de la miríada de posesiones allende los mares en
todo el orbe. Pero la cosa no cuajó y la «capitalidad» se quedó en Madrid. Con
excepción del «pelotazo urbanístico» propiciado por el Duque de Lerma, mano derecha
de Felipe III, con el traslado de la corte a Valladolid por unos años, Madrid
ha sido ya desde hace siglos la sede de las altas instituciones del Estado y sus
gobernantes en las diferentes formas, monarquía, república o dictadura, que los
siglos han ido observando.
Cada
vez menos se puede hablar de política, de religión, de fútbol y de casi nada, porque
somos unos campeones en no respetar las opiniones de los demás y en estar convencidos de que lo que nosotros pensamos es lo único válido. Ponemos las emociones por
encima de todo y aunque no tengamos para comer, para vivir, para recibir una
educación o una sanidad o para otros menesteres, nuestras opiniones van a misa —no
hablemos de religión— y defendemos a capa y espada, literalmente a mamporros, lo
«nuestro».
Y ya
que aludimos a Lisboa, bien nos iría echar una mirada a nuestros vecinos, que
muchas veces han sido considerados como «inferiores» y a su marcha en los
últimos años, de una manera callada, sin hacer ruido, para ir sentando unas
bases estables del país en un crecimiento moderado del que yo al menos siento
una cierta envidia. Las noticias nos hablan todos los días de Venezuela, de
EE.UU. y de otras partes del mundo, pero nadie habla de los portugueses. No sé
si eso es bueno si hacemos caso al refrán ese que dice que «hablen de mí
aunque sea mal…». En algunos momentos pienso que sería bueno que, como en los
siglos pasados, nos invadieran los portugueses a ver si aprendíamos algo y
dejábamos de mirarnos el ombligo para dar importancia a las cosas que realmente
la tienen.
Los
que vivimos en Madrid, que es ciudad, provincia y autonomía, todo a la vez,
tenemos que soportar la carga de esa centralidad que desde hace siglos nos
impuso Felipe II. Yo tengo la impresión de que algunos españoles de algunas zonas
de España me odian sin que yo crea haberles hecho nada, ni siquiera he tenido
contacto con ellos. Y solo por el hecho de vivir o estar en Madrid y debido a
una figura gramatical de nombre extraño, sinécdoque, que consiste según el
diccionario en «designar una cosa con el
nombre de otra, de manera similar a la metonimia, aplicando a un todo el nombre
de una de sus partes, o viceversa, …».
Pudiera
parecer que los madrileños tenemos la culpa de todo lo que sucede en España o
en el Mundo mundial por el hecho de que el gobierno de la nación resida aquí.
Frases como «eso lo tiene que solventar Madrid», «se decidirá en Madrid», «a
ver con qué nos sale esta vez Madrid» o similares que se escuchan con
frecuencia, calan en el subconsciente de muchas personas, sobre todo las poco
formadas o poco pensantes, llegando a asociar a una capital o una región y sus
habitantes con todas las maldades —según su punto de vista— que ocurren y de
las que tiene toda la culpa… Madrid.
Que todo tipo de nacionalismo es malo (me) ha quedado bien patente a lo largo de la historia.
Y lo peor de todo es que adquieren más peligro a medida que sus riquezas, las materiales, crecen por encima de los demás.
Regiones pobres, menos desarrolladas económicamente, se guardan muy mucho de exhibir
sus nacionalismos y sus reivindicaciones de manera prepotente frente a los
demás, porque lo primero es comer, vivir y sacar adelante a sus familias.
Cuando estos asuntos parecen estar cubiertos, permitimos que unos visionarios nos
toquen nuestras emociones, nos dejemos llevar, y salgamos a la calle gritando
independencia, separatismo, «Madrid nos roba» y cosas por el estilo.
Es
necesario, cada vez más, conocer bien y en profundidad la Historia. Sentarnos y analizar las cosas
con paciencia y conocimiento. Pero en estas sociedades modernas, la cultura, la
cultura humanística, está vilipendiada y basta con limitar a las personas a los
conocimientos prácticos indispensables para desarrollar un trabajo cada vez más
especializado y deshumanizante. Vamos por los derroteros que nos marcan con las
orejeras de burro viendo lo que tenemos un par de metros por delante; un poco
más allá hay un precipicio…