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domingo, 1 de marzo de 2020

CELULAR



El título de esta entrada es un guiño a nuestros hermanos americanos que utilizan este vocablo para designar los teléfonos inteligentes, esos que se han convertido en amigos inseparables nuestros casi en todos los momentos del día. Había pensado en titular esta entrada «Smartphone», pero me hubiera ganado con toda justicia una reprimenda de mi buen amigo Juan por aquello de emplear palabras inglesas o extranjeras cuando en nuestro rico y extenso vocabulario podemos apañarnos; lo que ocurre es que desde hace ya más de doce años que llevo escribiendo mis ocurrencias en este blog trato de emplear un solo vocablo para los títulos… y los sinónimos se van acabando a medida que pasa el tiempo. Otro posible título podría haber sido «MÓVILES» pero ya fue utilizado en enero de 2010.

Hace unos días he asistido a unas charlas sobre lo que se ha dado en llamar transhumanismo. Han sido dos de muy diferente signo ya que una estaba enfocada desde un punto de vista filosófico-literario y la otra desde un punto de vista tecnológico. No es posible encontrar en el diccionario una definición de este concepto. Aunque el prefijo «trans-» indica «al otro lado de o a través de», no es muy de aplicación en este caso ya que haría falta una tercera acepción del tipo de «más allá de». Resumiendo, en muy pocas palabras, el transhumanismo trata de la mejora de las capacidades humanas e incluso la prolongación de la vida de forma indefinida, más allá de la muerte y por lo general apoyándose en apechusques tecnológicos.

Y que mejor archiperre que un teléfono inteligente incorporado a nuestras vidas. Ya hemos comentado que lo que menos es es un teléfono, pues aunque de vez en cuando hablemos por él, llevamos una linterna, un GPS, una agenda, el correo electrónico, cámara de fotos y vídeo, los diarios, el tiempo que va a hacer, acceso a internet y un montón de aplicaciones más que sería eterno detallar aquí pero que prolongan nuestras capacidades humanas hasta extremos que hace muy pocos años eran impensables. Podemos llevar en la memoria, en la memoria del teléfono, todos los apuntes de nuestros estudios, miles de documentos, libros, fotografías… y es casi como si los lleváramos en nuestra propia memoria humana, muy potente pero claramente limitada comparativamente. 

Hay un segmento de la población que tiene algunas dificultades con el uso de estas tecnologías tan avanzadas: los «yo-yas», los abanderados del «yo ya no estoy para estos trotes». Las edades de estos «yo-yas» están en un abanico muy amplio, pero por lo general se ubican en las últimas etapas de la vida. Lo que sí han hecho es un esfuerzo por manejar de alguna manera los teléfonos inteligentes, muchas veces presionados por sus hijos, para tenerlos localizados y poder hablar con ellos desde cualquier parte del mundo donde se encuentren.

Yendo a un ejemplo concreto, tengo algunos amigos que se acercan a los ochenta y que conducen perfectamente sus vehículos. Por aquello de que están jubilados y «no hacen nada» salvo esperar en sus casas los mandados no solo de familiares sino también de amigos, amiguetes, vecinos y hasta compañeros de clase, muchas veces son los encargados de hacer de taxistas para transportar personas a algunas actividades o bien recogerlas cuando llegan a los aeropuertos o a las estaciones de autobuses. En todos los sitios surge la figura del aparcamiento, por lo general de pago. Y este pago cada vez más es impersonal, a través de máquinas, con tarjetas, billetes o monedas.

Esto mismo ocurre en las famosas «zonas azules» o «zonas verdes» que hace bien poco eran exclusivas de muy grandes ciudades y que ahora nos encontramos en cualquier pueblo y hasta en la playa. El andar buscando la maquinita para meter las moneditas que eviten la multa muchas veces no es tarea fácil, no solo por llevar calderilla a mano sino por introducir la matrícula, saber la zona y otras zarandajas que convierten la operación de aparcar un rato en un quebradero de cabeza, directamente proporcional a la edad.

Hay aplicaciones para todo. Podemos llevarlas en nuestro teléfono inteligente y utilizarlas en diferentes acciones de nuestra vida, pero para ello hay que dejar de ser un «yo-ya» y dedicar un tiempo, variable según la predisposición y los conocimientos personales, a instalar, configurar y poner en marcha las diferentes aplicaciones que nos hacen la vida mucho más sencilla. Compare Vd. el pagar una zona azul para estacionar el coche con moneditas en la máquina o desde el teléfono inteligente. No tiene color y merece la pena para evitarse desplazamientos, tickets, ampliaciones si se nos acaba el tiempo…

Yo llevo dos APP’s en el teléfono para el tema de la hora y los aparcamientos, pues una funciona en algunas ciudades y la otra en otras. La imagen que acompaña a esta entrada es «otra» aplicación, la de AENA, para pagar en los aparcamientos del aeropuerto de Barajas y posiblemente sea válida para otros aeropuertos del país, cuestión que desconozco pues todavía no me ha surgido el «mandado» de recoger a nadie en otros aeropuertos. Pero todo llegará: un familiar residente en Madridque se marcha de vacaciones a Noruega me ha dicho que ha sacado los billetes desde el aeropuerto de Alicante porque los precios no aguantan comparación; le merece la pena la ida y vuelta al aeropuerto de Alicante y el aparcamiento del coche allí con tal de ahorrarse una pasta gansa en el precio de los vuelos. ¡Vivir para ver! Hay veces que cuesta más el taxi o el aparcamiento en el aeropuerto que el propio billete del avión.

Hay cosas costosas, en mayor o menor medida en función de nuestras necesidades. La tecnología lo es. Pero en muchas ocasiones nos compensará el tiempo dedicado a inmiscuirnos en ellas, tiempo que se irá progresivamente reduciendo a medida que cojamos práctica y soltura. El pedir al compañero de clase o vecino que «nos compre una cosa en internet» puede estar bien la primera vez o la segunda, pera a la tercera se cansará y nos mandará a freír espárragos o gárgaras. Eso cuando no lo haga a la primera si por alguna cuestión hay que devolver el pedido…