Se acerca la Navidad y es la única época del año en la que todavía hago uso del correo convencional para mandar las felicitaciones y el intercambio de la lotería de Navidad a una media docena de amigos. En estos días pasaré por el estanco o la oficina de Correos a adquirir los sellos necesarios. Hoy en día, esta operación no deja de tener su nostalgia, pero me gusta mantenerla para no cortar radicalmente con procedimientos que ya pertenecen al pasado. Solo uno de mis amigos me contesta por el mismo medio; puede el curioso lector imaginar de qué formas o maneras lo hacen los otros.
En los años 80 del siglo pasado tenía yo entre mis cometidos el ser secretario de una organización que aglutinaba varias empresas. Manteníamos una reunión mensual que generaba la correspondiente acta que había que mandar a los asistentes junto con los datos de la convocatoria de la siguiente reunión. Cerca de una quincena de sobres había que preparar (casi) todos los meses, franquearlos y depositarlos en el buzón, una tarea tediosa pero que iba en el cargo.
En aquellos años, no recuerdo cuando, pero debió ser a finales de los 80, empezaron a aparecer las máquinas de FAX, pura tecnología de la casi inmediatez que en mi caso aparcó los envíos postales pasando a esta nueva modalidad. Llevaba su tiempo el enviar los tres o cuatro folios con el acta y la convocatoria a los participantes de las diferentes empresas, pero era una actividad que podía hacerse cómodamente desde el despacho de la secretaria de mi director.
A mediados de los noventa llegó el correo electrónico, el email. El FAX quedó relegado rápidamente al ostracismo y yo, que seguía de secretario de aquella organización, enviaba los correos desde mi mesa a través del ordenador. Ahorro de papel, de sellos, inmediatez al máximo… todo eran ventajas.
Por aquella época el uso del email estaba prácticamente vedado a los particulares, siendo las empresas las que nos proporcionaban acceso a esta forma cómoda, rápida y efectiva de comunicarnos. Yo tuve la inmensa suerte de que mi director me autorizara, eso sí, con moderación, a hacer un uso particular de esta formidable herramienta.
Pasado el tiempo, a principios de este siglo, internet llegó a nuestras casas y con ello disponíamos de una dirección de correo particular facilitada por nuestro proveedor de internet. En aquella época yo utilizaba una dirección de correo muy ingeniosa que en realidad no existía pero que era un reboteador de los correos hacia la dirección que tú le indicaras. Se trataba de «globalmail.com», una dirección-puente que te permitía tener un correo único, virtual y global que llegaría al correo real que tú le indicases y que en mi caso era mi dirección profesional, que de esta manera quedaba oculta.
Las direcciones de correo electrónico se fueron generalizando y en los primeros tiempos se empleaban para mandarse chascarrillos, chistes y demás ocurrencias graciosas entre los amigos. En mi caso llegó a ser un verdadero dolor, porque recibía las cosas duplicadas, tripitidas… Por más que les decías a todos que no querías recibir esto, te seguían inundando tu correo con ellas. Con el tiempo y la llegada de los teléfonos móviles, esta costumbre derivó hasta la mensajería instantánea —wasap y similares— dejando más o menos libre el correo. Iba guardando aquellas cosas que me parecían interesantes; en la carpeta donde las tengo, cerca de mil quinientas, la más antigua es de 1995 y es un pequeño texto que reproduzco aquí:
CARTA A UN BOMBÓN
Estimada señorita:
Son de tal magnitud mis tremendos deseos de formalizar mis relaciones con Vd. que gozo en comunicarla a todas horas del día, que daría mi pobre corazón, perturbado ante una joven tan bella, por dar gusto a mis grandes y poderosos conocimientos que se ven atravesados por aguijones. He sido informado de que Vd. es tan pura, así como amable, modesta, simpática y bonita, que espero que no oponga resistencia a mi natural carisma, mi gallarda presencia y mi garbo, que es capaz de destrozar el más fuerte corazón, que sienta tan sólo un mínimo y leve cariño. Esperando a unirnos sentimentalmente y preferentemente sin más demora, permítame acompañarla a la hora y sitio que Vd. tenga por gusto.
Un admirador
Pero ni mucho menos el correo electrónico ha quedado libre. Sigue siendo utilizado de forma peligrosa por enemigos de lo ajeno que buscan incautos para hacerles un agujero en sus bolsillos o en sus cuentas bancarias con diferentes técnicas cada vez más sofisticadas. Te puede llegar un correo de un amigo (al que han suplantado) adjuntando un documento o una dirección de internet para que lo abras o accedas y… ¡ya te han cazado! Eso por no hablar del maldito correo Spam que inunda los buzones electrónicos y al que hay que echar un vistazo para que no se cuele alguno bueno que de verdad te interesa. Hay que tener cuidado con los filtros activos e irlos ajustando lo máximo posible para desviar la basura a la pre-papelera.
El correo electrónico, el email, lleva cincuenta años entre nosotros. Yo le he podido disfrutar los últimos veintiocho. Usado con mesura y propiedad… ¡Qué maravilla!