Hace ya muchos años, más de treinta, en la presentación de un curso formativo de IBM oí a su directora general para España por aquel entonces, Amparo Moraleda, pronunciar la siguiente frase: «todo cambio trae consigo oportunidades». Desconozco si la frase era de su cosecha personal o por el contrario la había visto u oído en algún otro foro. El caso es que desde entonces ha tenido gran significado para mí porque la he visto corroborada a lo largo del tiempo, muchas veces con consecuencias positivas. Es indudable que las oportunidades surgen y que seremos nosotros los que tendremos que «gobernarlas» para tomar decisiones que nos beneficien con el paso del tiempo. Los humanos, dicen, somos animales de costumbres y por ello presentamos una cierta resistencia a los cambios, que nos producen desazón cuando estamos instalados en cómodos nichos porque nos obligan a salir de nuestra zona de confort y explorar nuevos caminos, lo que puede disparar la ansiedad y el miedo ante lo desconocido.
Imaginemos una persona de una cierta edad, pongamos 70 años o más, que en marzo de 2020 asistía plácidamente a sus clases (presenciales, matizo) para mayores en el campus de una universidad. De pronto, un cambio provocado de forma ajena, en ese mismo mes, cierra la posibilidad de asistencia a clase y tras una rápida reconversión, la única forma viable de continuar con las clases que se presenta es hacerlo de forma telemática a través de medios informáticos como el ordenador, tableta o teléfono, medios en los que esa persona mayor está poco versada amén de tener un cierto rechazo visceral hacia la tecnología. La diatriba está servida: o adaptarse al cambio o perder las clases que sigue con tanto entusiasmo y aprovechamiento.
Ha trascurrido más de un año y medio y durante ese tiempo, las clases telemáticas y por tanto «ausenciales» han sido la única forma de seguir en la brecha, satisfaciendo la curiosidad y explorando nuevas áreas de conocimiento que mantienen vivas a las personas y las preparan para tratar de comprender un poco mejor este mundo. Me viene a la memoria una entrada de este blog, ya antigua, de marzo de 2015, titulada «INTONSOS» en la que me hacía eco de la importancia de la educación como medio de sacarnos de la incultura y de la ignorancia.
El confinamiento de marzo de 2020 por mor de la COVID-19 potenció de forma exponencial las clases y conferencias telemáticas, lo que abrió un campo enorme de posibilidades al poder asistir a una miríada de ellas desde casa. Ha pasado el tiempo, estamos en diciembre de 2021, y parece que la vuelta a las clases presenciales se está recuperando lentamente. Pero el cambio hace que la presencialidad pueda no ser la única opción, ya que facilita las relaciones personales en el aula, y en los pasillos y en la cafetería, pero restringe posibilidades a personas que por distancia o enfermedad no puedan acudir a clase.
Para muestra, un ejemplo. Asisto en estos meses a un magnífico curso de la Universidad Carlos III de Madrid titulado «V Centenario de la Guerra de las Comunidades. La construcción del poder legislativo», impartido telemáticamente por el profesor Eduardo Juárez Valero. El curso comenzó en septiembre de 2021 y desde sus inicios se planteó como «ausencial», es decir, telemático. Pero la situación ha ido cambiando y se están recuperando las clases presenciales, con lo que muchos alumnos expresaban su deseo de volver a asistir a las aulas y dejarse de ordenadores, pantallas, chats y micrófonos. La dirección de los cursos se hizo eco de esta petición y planteó clases híbridas ─presenciales y telemáticas─, para tratar de ir volviendo a la (antigua) normalidad.
En este caso concreto, el profesor impartía las clases desde su casa, con lo el cambio suponía para él un desplazamiento al campus, que en su caso no está precisamente cerca. Pero todo sea por el contacto humano. Las dos primeras clases con esta modalidad mixta resultaron un auténtico fiasco: la asistencia fue de 7 y 5 alumnos respectivamente de un total de más de 80. «Todos» queremos volver a las aulas, pero en el momento de hacerlo preferimos quedarnos en casita, calentitos. Trato de ponerme en la piel del profesor, con lo que supone el desplazamiento y el tener que dar una clase complicada ─la forma híbrida no está muy conseguida todavía─ para unos pocos alumnos en el aula. Como resultado y tras la experiencia se ha vuelto a las clases a distancia y espero no oír decir a nadie eso de que quiere volver a la presencialidad.
Pero las clases telemáticas han posibilitado opciones antes insospechadas. En mi caso personal, he podido seguir cursos de la Universidad de Alcalá de Henares que me hubiera sido imposible atender por la distancia. Cuando se vuelva a la presencialidad, mis opciones en esa y en otras universidades distantes desaparecerán, pero no olvidemos que las podían seguir alumnos desde cualquier parte del mundo. Lo mismo en conferencias interesantes y charlas que proliferan usando la red.
Estas son las oportunidades que conlleva el cambio motivado por la COVID-19 y que ha supuesto un salto tecnológico de varios años en la educación y en otros sectores como el trabajo desde casa. Pero no es oro todo lo que reluce: hay otros (posibles) problemas. Vea el curioso lector la imagen que encabeza esta entrada del blog: dos ordenadores atendiendo a dos clases diferentes al mismo tiempo porque puestos a disfrutar de las posibilidades esta es una de ellas. Claro está que una de las sesiones está siendo grabada para un visionado posterior y se atiende a la otra, lo que puede derivar en problemas de ansiedad y estrés que antes no se tenían.
En el momento de escribir esta entrada tengo unas diez clases grabadas por diferentes motivos, que hubiera perdido en caso de ser presenciales al no poder asistir a ellas. Eso sí, tengo que buscar unas cuantas horas para recuperarlas, con una ventaja adicional que ya atisbara mi querido y desaparecido profesor Antonio Rodríguez de las Heras: al ver las clases grabadas se puede ganar tiempo acelerando la reproducción… Y es que hay profesores y conferenciantes que hablan muy despacio….