Sería interesante conocer el porcentaje de personas que realmente leen los prospectos que, por ahora, se incluyen en las cajas de los medicamentos. De hecho, cuando tratas el tema, muchos coinciden en que es mejor no leerlos, primero porque no se entienden bien y segundo por si aparecen comentarios sobre los efectos secundarios que nos pueden poner los pelos como escarpias.
Una de las justificaciones de la industria farmacéutica para la toma de esta medida reza así: «A priori será algo que los ciudadanos no notarán. Los medicamentos que se dispensan en los hospitales no llegan a los pacientes en sus cajas, igual que los ciudadanos no vieron el prospecto de la vacuna de la Covid que le pusieron en su centro de salud o su “vacunódromo” de referencia».
Cuando me pusieron la primera dosis de la vacuna esta primavera en el Hospital Zendal de Madrid, solicité a la enfermera el prospecto de la vacuna que me estaba inoculando. Supongo que sería uno de los primeros sino el único en hacer semejante requerimiento, porque la cara que puso fue como para haberla hecho un retrato. Como ya esperaba, me dijo que no disponía de él y que no me preocupara y tal y tal.
Cuando llegué a casa, un rápido acceso a mi muy querida página de Vademecum me permitió consultar el prospecto en cuestión. Varias cosas serían de destacar en él, pero una de ellas era verdaderamente alarmante. Vean la imagen a continuación con un párrafo de este prospecto respecto de la efectividad de la vacuna:
Resulta que me habían puesto una vacuna, de nombre impronunciable —Vaxzevria— más conocida por el nombre del laboratorio Astrazeneka y que además el propio laboratorio reconocía que en sus ensayos no había probado en personas mayores de 55 años con lo cual desconocía su eficacia ¿Cómo es posible que se haya autorizado por los organismos (in)competentes para mi tramo de edad? Como decía mi abuela, con sus profundas convicciones religiosas, «no pasan más cosas porque Dios no quiere». Está claro que las urgencias, en cualquier cometido, otorgan una especie de patente de corso que minimiza los controles y acelera la puesta en marcha de soluciones que no están lo suficientemente testadas y probadas.
De todas maneras y como puede verse en la noticia que encabeza esta entrada, los prospectos en las cajas de medicamentos tienen los días contados. Se esgrimen razones de una y otra índole, pero no se menciona el fin primordial que van buscando: el ahorro de costes en los procesos de fabricación, amén de que muchas personas, especialmente las de cierta edad, se quedarán sin poder leer las bondades o maldades del medicamento que les ha recetado su médico. Ya hemos dicho que muy pocos lo hacían, pero alguno queda, como puede verse en la reproducción de esta carta al director de «El País» remitida Por Ana Gómez desde Santander y publicada el pasado domingo 12 de diciembre de 2021:
Parece que para leer el prospecto de cualquier medicamento que deba tomar por prescripción facultativa habré de gastarme dinero en un aparato de esos con pantallita multifunción, que ni tengo, ni deseo, ni necesito para nada. Los jóvenes informáticos tipo Silicon Valley son los que dirigen nuestras vidas. A quienes deseamos ser independientes y no plegarnos a sus intereses económicos y controladores nos convertirán en parias de la sociedad. Un mundo feliz y Farenheit 451 ya están aquí».
¿Y si no tengo un smartphone? ¿Qué ocurre con las personas mayores? Se está partiendo de la base —a mi modo de ver demasiado aceleradamente— de que todas las personas tenemos un teléfono móvil y acceso a internet y que sabemos manejarlo, lo cual no es cierto ni mucho menos en especial para personas de cierta edad que no han conseguido entrar en los mundos tecnológicos y se están quedando cada vez más desplazadas, especialmente si no cuentan con familiares o amigos que les puedan cubrir en muchos de los aspectos para los cuales no existe ya la posibilidad de otras acciones que no sean a través de internet, nubes, certificados digitales, Cl@ve y demás zarandajas que a estas personas les quedan en otro nivel no alcanzable por ellas.
Algunos hemos tenido la suerte, por ahora, de engancharnos a las nuevas tecnologías y poder seguir lidiando con estas agresiones que lejos de redundar en un beneficio claro para todos, marginan a unos a costa de llenarse los bolsillos —siempre el fin último será el dinero en esta sociedad capitalista—.
Todos sabemos del poco tiempo del que disponen los médicos en sus consultas para atendernos y especialmente en estos últimos tiempos donde conseguir acceso a ellos es poco menos que una lotería. Cuando nos recetan un medicamento, deberían tener en cuenta algunas características personales y de nuestro historial, pero no siempre lo hacen. Por ello, una lectura detallada del prospecto puede facilitarnos datos adicionales necesarios como los momentos de la toma (antes o después de las comidas), la cantidad (según nuestro peso, por ejemplo), los efectos en la conducción o manejo de máquinas, las interacciones con otros medicamentos que estemos tomando… Muchas cosas, algunas de ellas peligrosas que dado el exiguo tiempo del que dispone nuestro galeno le pueden ser imposible de controlar.
Seguiré leyendo los prospectos incluidos en los envases y cuando ya los retiren, que lo harán, no me cabe duda, espero que siga funcionando la página de Vademecum para poder seguirme preocupando de una manera razonable por mi salud. Sigo manteniendo aquello de que el mejor y primer médico para cada persona debe ser uno mismo.