Simplificando hasta el extremo las cosas, podríamos hacer una gran división entre cachivaches que no necesitan consumibles y los que sí los necesitan. Un ejemplo, una televisión como tal aparato no necesita —en teoría— nada más que enchufarla a la red eléctrica para que empiece a funcionar y se mantenga así por muchos años, aunque en la actualidad hay muchas opciones de suscripción y pago para poder ver más y más películas, series y documentales en ella que podríamos considerarlos como consumibles.
Otro ejemplo que ha variado con el tiempo son las cámaras de fotos. Antaño, no servía solo con comprar y poseer una cámara; había que comprar los carretes de película y llevarlos a revelar y positivar una vez impresionados, lo cual suponía un gasto nada desdeñable. Hoy en día esto ha cambiado de forma radical y todo lo más que necesitaremos será espacio en nuestros discos duros y tarjetas de memoria para almacenar los miles y miles de fotografías que se hacen a diario, incluso ya desde el teléfono móvil y sin ser necesaria la adquisición de una cámara de fotos.
El asunto, pues, está en los consumibles necesarios para el funcionamiento de un aparato. Y en este asunto vemos que hay algunos de ellos que casi te los podían regalar los fabricantes pues los precios de los consumibles son tan altos que ahí es donde está el verdadero truco. Son altos en comparación con el precio del aparato en sí.
Un ejemplo que lleva varios años en el candelero, aunque últimamente parece que empieza a cambiar son las impresoras de ordenador. El juego de seis cartuchos de color para reponer los gastados de mi impresora cuesta más que la propia impresora en sí, que lógicamente viene de fábrica con esos seis cartuchos, aunque al parecer no completamente rellenos. Se nos plantea la duda cada vez que hay que reponer cartuchos si no sería más interesante el tirar la impresora a la basura y comprar una nueva. Aunque también podemos optar por la opción de cartuchos compatibles que son drásticamente más baratos —de 17 euros el cartucho a 2 euros en algún caso— aunque siempre está la letra pequeña que dice que no es conveniente porque se estropea la impresora… ¡Quién sabe!
Seguro que hay más ejemplos, pero me he encontrado con este mismo dilema en otro aparato: un glucómetro que compré el año pasado y al que dediqué una entrada en este blog en septiembre de 2021. El aparato necesita unas tiras reactivas para cada medición de glucosa que se realiza, tiras que se van gastando hasta que es necesaria su reposición. En la imagen que acompaña esta entrada puede verse lo que ocurre: el valor del aparato original con 25 tiras cuesta prácticamente lo mismo que un repuesto de 50 tiras. Entra la duda si merece la pena optar por una solución o por otra, pero al final tampoco te vas a decidir por acumular aparatos en casa así que no te queda otra que comprar las tiras a un precio que, comparativamente, parece muy alto.