Casi todos los entrados en la penúltima etapa de la vida recordaremos aquellos «palitos» de cristal con una bolita de mercurio que por lo general había en casa: termómetro empleado para medir la temperatura corporal y saber si teníamos fiebre. Tras unas enérgicas sacudidas para bajar el mercurio y colocado en mil y un sitios del cuerpo que no vamos a detallar, había que esperar al menos cinco minutos para que «subiera» y marcase la temperatura. Nada de inmediatez, pitidos u otras zarandajas por el estilo que ahora es lo normal. Cuando en alguna ocasión se rompía, había verdaderas peleas entre los hermanos por hacerse con el mercurio para jugar con él.
Muchos años después, visité las minas de mercurio de Almadén, ahora convertidas en un fenomenal museo e intenté comprar algo de mercurio, por aquello de recordar viejos tiempos. Amablemente me dijeron que era tóxico, muy tóxico y que estaba prohibida su distribución. Pensé que yo y mis hermanos deberíamos estar muertos por tanto como tocamos y jugamos en nuestra infancia, pero por aquí seguimos todos.
Hace algo más de veinte años tuve la oportunidad de visitar Cuba. Lo que voy a referir puede parecer un cuento, pero así ocurrió en la realidad. Buscando la antigua casa de la abuela de mi mujer, hicimos una cierta amistad con una familia cubana de aquel barrio perdido al otro lado del canal, que nos indicó que esa casa ya no existía y su solar se había convertido en una gasolinera. Nos invitaron a cenar otro día y se nos ocurrió, todavía no sé por qué, obsequiarles con un termómetro de los que ya eran digitales, tardaban poco, pitaban cuando estaba listo y mostraba los guarismos en una ventanita.
Se quedaron atónitos y asombrados por el regalo, aunque dijeron que cuando se acabara la pila quizá no pudieran hacerse con una nueva, aunque la que tenía duraría años. Lo que sucedió a continuación, en un instante, es casi de ciencia ficción. Nos dijeron que casi nadie en el barrio tenía termómetro en casa, que cuando necesitaban tomarse la temperatura tenían que desplazarse y no precisamente al lado a un centro médico. Y sin que casi nos diera tiempo a reaccionar, nos montaron en el barrio una fiesta popular para agradecernos el regalo, porque desde ese momento, todos los habitantes del barrio tendrían termómetro, un termómetro comunitario que les ahorraría viajes al centro médico. Inaudito pero cierto.
Una de las tareas que se imponen las empresas en este mundo «avanzado» es ir llevando a nuestras casas aquellos aparatos que podemos necesitar. Por poner un ejemplo, a principios de los 80 del siglo pasado empezaron a llegar a las casas los reproductores y grabadores de vídeo, que hasta entonces estaban vedados a grandes empresas. A los pocos años aparecieron las cámaras de vídeo o incluso podemos decir lo mismo de los ordenadores personales y así, día tras día, un sinfín de aparatos que guardamos en nuestros cajones y que, en teoría, nos hacen la vida más sencilla.
En cuestiones médicas, el termómetro ha avanzado hasta llegar a diseños que permiten tomar la temperatura al instante, solo con acercarlo a la frente e incluso a distancia en la entrada de lugares públicos. ¿Qué termómetro utiliza Vd. en casa? Estos frontales están en el mercado por alrededor de 20 euros o menos. Algunos incluso hasta por 12 euros.
Otra de las enfermedades frecuentes es la tensión arterial alta. Miles y miles de ciudadanos toman pastillas para regular su tensión, pero una cuestión fundamental es tomarse la tensión regularmente. ¿Por qué no hacerlo a diario? Podemos disponer en casa de tensiómetros bastante sofisticados, prácticamente los mismos que utilizan algunos médicos en sus consultas, por alrededor de 30 euros. ¡Ponga un tensiómetro en su casa y tómese de forma regular la tensión!
Cuando empezamos a ser conscientes de la pandemia de COVID-19, allá por marzo de 2020, se pusieron de moda unos aparatitos conocidos como oxímetros o pulsioxímetros, que permiten conocer el porcentaje de oxígeno en sangre en unos segundos con solo insertar un dedo. Llegamos a convencernos de que era bueno para detectar una posible infección con COVID-19, además de tomarnos la temperatura, el conocer que nuestro porcentaje de oxígeno en sangre estaba por encima del 90%. Otro aparatito para añadir a la colección de medidores médicos a tener en casa. Podemos adquirirlo por 20 euros e incluso menos, aunque evidentemente hay otros más caros. Yo me mido el oxígeno en sangre y la temperatura, ya como una costumbre, todas las mañanas tras levantarme. Una cosa más a hacer regularmente como la ducha, el afeitado, el lavado de dientes o el desayuno. No está de más.
Otra «enfermedad» que tienen bastantes personas es la diabetes, es decir, un alto índice de glucosa en sangre que puede devenir en problemas graves. En muchas farmacias disponen de medidores del nivel de glucosa, pero hay también aparatitos llamados glucómetros que nos permiten hacerlo en casita: un pinchacito en el dedo, una gota de sangre y conoceremos en cualquier momento nuestro nivel. En la imagen inicial de esta entrada puede verse uno, funcionando, con un coste de alrededor de 20 euros, aunque para cada toma se necesita una tira reactiva desechable que habrá que ir reponiendo a medida que las utilicemos. Si yo no tengo, que sepa, problemas con la glucosa. ¿Por qué me he comprado, también, un glucómetro?
Gran parte de la población tiene, tenemos, unos niveles altos del colesterol. Ya éramos muchos hace años cuando el límite estaba en 250 y ahora que lo han bajado a 200 e incluso 190… somos legión. La solución médica a esto son casi exclusivamente las famosas «Estatinas» con las que yo he tenido mis episodios de horror hace años. En una prueba preoperatoria, el médico me pilló infraganti con mis niveles de colesterol por las nubes y me conminó a tomar una marca nueva: Rosuvastatina, que no es tan nueva porque a principios de los años 2000 tuvo sus más y sus menos en Estados Unidos.
No quiero alargar más esta entrada. Empecé a tomar la Rosuvastatina y al mes empezaron los síntomas: no poder dormir, cansancio generalizado, dolores musculares, pérdida de concentración… más de lo mismo que ya me había ocurrido antes. Pero estos síntomas son subjetivos y yo podía estar predispuesto y sensible. Lo que no es un síntoma sino un hecho es que mi nivel de glucosa había subido a 136, comprobado mediante prueba en una farmacia, con lo que iba camino de una diabetes tipo II de seguir tomando las malditas Estatinas: Rosuvastatina, Atorvastatina, Simvastatina y una legión similar, seguidos del Ezetrol que a mí me hizo más daño que las Estatinas. Insisto, a mí, a lo mejor a otros le sienta bien y se le arreglan los niveles de colesterol sin estropearle unos cuantos de los otros tales como triglicéridos, bilirrubina, glucosa, ácido úrico, creatinina, CK y algunos otros más. Vamos, arreglando el colesterol y estropeando todo lo demás.
Aunque dejé de tomar la Rosuvastatina inmediatamente, el control de los niveles de glucosa y comprobar su descenso era primordial. A siete euros la tirada cada análisis en la farmacia, con tres de ellos tengo el aparato con 25 tiras reactivas. Cada semana me he ido haciendo uno y el último, como puede verse en la imagen, ya está por debajo de 100, con lo que he recuperado la tranquilidad.
¿El siguiente aparato? ¿Un colesterómetro? Aunque en alguna farmacia lo tienen, no me han parecido fiables sus resultados. He visto algunos aparatos, caros todavía que miden glucosa, colesterol y ácido úrico… Tiempo al tiempo, estarán disponibles, somos muchos los «colesterosos» …