No quiero levantar polémica con los lectores de este blog, algunos de ellos fieles seguidores y muy amigos, pero no puedo por menos de hacerme eco, eco personal, de este asunto al que soy (muy) alérgico. Como habrá supuesto el lector avezado, por el título y la imagen, se trata de los grupos de esa conocida aplicación de mensajería instantánea que no falta en nuestros teléfonos móviles.
Hace ya diez años empezaba mis pasos en esta archiconocida aplicación utilizada a diario por millones de personas, lo que reflejé en noviembre de 2014 en la entrada «WASAPS» de este blog con algunas consideraciones.
Como digo, tengo alergia declarada a los grupos de wasap: me parece que son cuando menos peligrosos y capaces de alterar nuestras emociones. No es lo mismo una conversación directa persona a persona en la que puedes controlar tus mensajes y los suyos, que poner el altavoz en un grupo, más o menos numeroso, donde las reacciones pueden ser muy dispares según las personas: el mensaje es idéntico para todos, pero las reacciones al mismo…
Los he contado, ahora mismo, y estoy encuadrado en ocho grupos, ninguno de los cuales he creado yo. Me he salido de muchos en los que me han incluido y confieso que de alguno de estos ocho he tenido la tentación, aunque no lo haya hecho… por el momento. Evidentemente los tengo silenciados, de forma que no me molesten con pitiditos, avisos y sobresaltos y pueda revisar sus mensajes en ciertos momentos del día. Si alguien quiere algo o es importante, que me lo diga, mejor en vivo y en directo, persona a persona. De los ocho grupos, dos son familiares, dos son educacionales, tres son por pertenencia a asociaciones y uno que ya es residual por motivo de un viaje realizado hace ya más de año y medio, que no se cierra, pero tampoco se mueve.
Estar constantemente «conectados» a través de emails, textos y redes sociales es una garantía para experimentar ansiedad y generar distracciones y sobresaltos en nuestra vida personal o laboral. Hay por ahí informaciones que preconizan el poner el teléfono en modo avión durante varios periodos al día para desconectar del mismo. Los mensajes, avisos o llamadas que llegan al teléfono, algunas de forma insistente, no respetan tus actividades: imaginemos un profesor que está dando su clase y consecuentemente no puede atender el teléfono, aunque ya he visto, con demasiada frecuencia en esta misma situación como los alumnos descuelgan y se marchan de la clase atendiendo la llamada, que supongo que debe ser muy importante, más que la clase, e ineludible: ¿falta de respeto al profesor o resto de compañeros? Habrá opiniones para todos los gustos.
¿Tenemos que estar permanentemente disponibles? ¿Cómo era antes cuando no había teléfonos móviles? En los inicios de los años setenta del siglo pasado no había teléfono en la casa de mis padres. En todo el barrio solo había un teléfono fijo: el de la carbonería de Félix. Cuando familiares de Madrid o Toledo tenían algún aviso, generalmente alguna desgracia, llamaban al teléfono de la carbonería, y el pobre de Félix o alguno de sus empleados salía corriendo, se colocaba debajo de la ventana de mi casa y… ¡Avelinaaaaaaaa… al teléfono! Mi madre dejaba todo lo que estuviera haciendo al cuidado de mi abuela y salía como alma que lleva el diablo en bata y zapatillas corriendo a la carbonería a ver qué ocurría. Son escenas impensables hoy en día pero que eran frecuentes en aquella España de los años 60 o 70 del siglo pasado.
Al final, el teléfono acabó llegando a casa justo cuando yo cumplía los dieciocho años y por imposición. Comencé a trabajar en una oficina de Madrid —con nocturnidad y guardias— en la que me pidieron el teléfono para poderme llamar a cualquier hora del día o de la noche, laborables o festivos, y claro, no era cuestión facilitar el teléfono de la carbonería. Aunque las incidencias eran pocas, alguna había y algún timbrazo a altas horas de la madrugada se produjo.
Ahora, ante la más mínima situación, se tira de teléfono móvil y se llama muchas veces sin considerar si el interlocutor buscado estará disponible según sus obligaciones personales y laborales. Y esto es válido para empresas y vendedores que lo intentan una y otra vez de forma inmisericorde. Yo procuro tener el teléfono en silencio cuando estoy en alguna actividad de forma que si veo una llamada la rechazo y si puedo pongo un mensaje diciendo que no puedo atenderla, que estoy en clase o en una reunión y que llamaré yo al finalizarla. Pero no siempre es posible hacerlo, con lo que el llamante tendrá que esperar. ¿Cómo de estrictos somos en estos casos?
El problema de los grupos de wasap surge cuando los integrantes no tienen claro, muy claro, extremadamente claro, la finalidad del grupo. Como ya es sabido, en reuniones no se debe de hablar de ciertas cuestiones —política, religión…— so pena de acabar como el Rosario de la Aurora. Pues esto mismo debe observarse en los grupos de wasap que no dejan de ser reuniones virtuales. En un grupo de alumnos de la clase de dulzaina no se pueden poner mensajes comerciales, por ejemplo, y deben quedar reservados para comunicaciones del profesor o de algún alumno con respecto, estrictamente, a cuestiones relacionadas con las clases o las actividades musicales. Pero no siempre lo tenemos claro: ¿Qué opinamos de las felicitaciones de cumpleaños por grupos? ¿Tenemos que felicitar todos y cada uno? ¿El que no felicita… queda señalado?
Los grupos virtuales pueden generar lazos estrechos entre familiares, amigos o compañeros, pero también pueden ser el origen de fuertes discusiones por temas que no deberían haberse tratado en el grupo y que no tienen nada que ver con la esencia del mismo. No hacen falta ejemplos, todos los hemos sufrido en mayor o menor medida en relación con la cantidad de grupos en los que estemos inmersos. Y es que es muy difícil ver ciertos mensajes y no contestar con el contrario, aunque sea solo por generar polémica: si tú pones un mensaje incendiario a favor del Betis, yo contesto con otro más subido de tono a favor del Sevilla. Y ya la tenemos montada. Ya apostilló el psicólogo Mark Dombeck que… «Cuando la gente entra en nuestro territorio y son poco respetuosos, tenemos derecho a defendernos». Asertividad y equilibrio emocional, o en su defecto ignorar, siempre que sea posible y no nos saquen de nuestras casillas: ¿Merece la pena librar esta batalla? ¿Es mejor salirse del grupo?
Antes que se me olvide, wasap, wasaps y wasapear, con «w» y no con «gu», son acepciones castellanizadas o españolizadas admitidas en nuestra lengua, según puede verse en esta entrada de la FUNDEU, Fundación del Español Urgente.