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domingo, 9 de febrero de 2025

TSUNDOKU

 

Estaba preparando la entrada de esta semana para otro tema cuando me encuentro con este palabro en un artículo del diario «El País» firmado por Jorge Marco Arauzo, periodista de la sección de deportes, pero con inquietudes, por lo que se ve, en el mundo de los libros. Me sonaba un poco a «sudoku», un pasatiempo al que soy aficionado, es verdad que cada vez menos, y al que ya dediqué en un lejano 2009 una entrada en este blog accesible desde este enlace. Aunque de sobra sabía que no la iba a encontrar en el diccionario, hice la consulta con resultado negativo.

Pero es poner «tsundoku» en el buscador y recibir un aluvión de referencias al término en internet que le hacen a uno coger complejo de desconocimiento. Se trata de una palabra japonesa que, según la Wikipedia, hace alusión al «hábito muy arraigado en ciertas personas, relacionado con la bibliomanía, se trata de la adquisición de todo tipo de materiales de lectura, pero dejando que se amontonen en la vivienda sin leerlos». También se utiliza para «referirse a los libros listos para una lectura posterior cuando están en una estantería». Hay referencias a este concepto, al menos desde 1879, vamos, que no es de ahora.

Tengo que reconocer que soy de los que padecen esta práctica, no sé si con resultados positivos o negativos. En mi anterior mudanza, hace ahora una treintena de años, llené ocho cajas de libros para desechar, acción que constituyó un verdadero dolor. Hablé con la prisión de Soto del Real para donarlos, pero con resultado infructuoso. Hablé con varios libreros de los llamados de viejo de los que solo uno me aceptaba la donación, pero siempre y cuando me ocupase yo mismo de llevarle las cajas a su almacén en un pueblo de Guadalajara distante de mi domicilio más de ciento cincuenta kilómetros. Traté de cederlos a ONG's para países de Suramérica o África… nada. Al final los metí en el coche, fui a la parte de arriba de la madrileña cuesta de Claudio Moyano, los descargué en la acera, me acerqué a la primera caseta, le dije al librero que ahí los dejaba… y salí corriendo como alma que lleva el diablo.

En mi nueva casa y por mor de disponer de ordenador personal, he ido registrando en una base de datos todos los libros que tenía y los que he ido adquiriendo. La lista alcanza ya la cantidad de 1.625 libros, si bien 487 de ellos son digitales y no ocupan espacio. Y tampoco son tsundokueros, porque se compran, se ponen en el lector electrónico y se leen.

La compra de libros en papel está, en mi caso, muy restringida por una razón fundamental: no caben, no hay sitio para ellos en las estanterías. Ni siquiera en el trastero. Es verdad que algunas veces no se puede resistir la tentación por tratarse de un autor conocido, de una temática de la que se hace acopio o por tratarse de un continente exquisito con independencia de su contenido En estos aspectos, como diría un japonés, si hago tsundoku.

Sería interesante hacer una revisión para ver cuantos y cuales de los libros están pendientes de lectura. Sería un trabajo ímprobo que no me merece la pena realizar. Por lo menos, lo que sí es verdad es que los he abierto por las primeras páginas porque utilizo con todos un sello de los denominados EXLIBRIS —etiqueta o sello grabado que se estampa en el reverso de la tapa de los libros, en la cual consta el nombre del dueño o el de la biblioteca a que pertenece el libro—.

Y ya en los tiempos en los que estamos, el término que nos ocupa… ¿se podría aplicar a quien guarda en sus bibliotecas digitales más libros de los que leerá en su vida? Y es que los ebooks por lo menos no sufren las limitaciones de espacio, ya que miles de ellos caben en cualquier pendrive o tarjeta de memoria.

He puesto nombre a una cosa que me pasa. Antes caía en el cajón de un tema generalista como es el síndrome de Diógenes.  Y, lo que es más importante, tengo la impresión de que no estoy solo en este tema. Y para personas interesadas en ahondar en el tema, recomiendo una serie  de vídeos en el diario «El País» que se titulan «En la biblioteca de… ». Muchos autores de pluma española han pasado por esta interesante serie —en estos momentos más de cuarenta entradas, cuarenta y dos para ser exacto S.E. ú O.— y resulta interesante conocer sus emociones con respecto a sus bibliotecas. La serie se puede acceder en este enlace, aunque no sé si en formato libre o con acceso restringido para suscriptores.

Y para finalizar, recomendar un libro que de forma tangencial trata de este asunto, porque… «No es ningún secreto, nuestras estanterías hablan por nosotros». Esto lo mantiene Grant Snider en «Lo que tu biblioteca dice de tí», una desenfadada recopilación de historietas cortas en las que explora tanto las librerías como el amor por la lectura en todas sus vertientes.



domingo, 2 de febrero de 2025

DESEMPOLVAR

En estos últimos tiempos me ha tocado junto a mis hermanos vaciar la casa en la que vivieron mis padres toda su vida, desde su boda allá por 1954 hasta la muerte de mi madre ocurrida poco más de hace dos años, en 2022. Durante todos esos años, la acumulación de cachivaches y archiperres ha sido constante, alcanzando unas desproporciones tales que nos ha costado (mucho) trabajo decidir lo que conservar o lo que tirar al punto limpio. Cuando las barbas de tu vecino veas pelar… Esta diatriba nos alcanza a nosotros porque a nuestros descendientes les ocurrirá lo mismo.

Y es que, lo que a nosotros nos parece oportuno conservar probablemente a nuestros hijos no les sirva para nada. Es verdad que hoy en día muchas de las cosas están digitalizadas —pongamos por ejemplo fotos o vídeos— y ocupan apenas un pequeño espacio en los discos duros o en las nubes informáticas, pero sigue existiendo mucha documentación tangible que llena a rebosar las estanterías y armarios de nuestras casas. Por ejemplo, en mi casa no tengo ningún CD o DVD ya que todo ello está guardado en un disco duro, pero… en el trastero hay dos cajas enormes llenas de estos discos musicales o películas originales, amén de algún vinilo, casete o cinta de vídeo. ¿Qué hacer con ello? ¿Dejarlo en el trastero? ¿Tirarlo, ya, al punto limpio? ¿Venderlo por Wallapop? ¿Cederlo a algún museo? Pero el tiempo pasa y el polvo se va acumulando encima sin llegar a tomar ninguna decisión.

Muchas veces uno echa de menos esa filosofía que se ha dado en llamar americana de tener en propiedad lo que físicamente quepa en una furgoneta, de forma que sea sencillo el cambiarse de casa las veces que haga falta. Esto, además, tiene la ventaja de conocer a ciencia cierta lo que uno tiene, porque mucho me temo que en esas estanterías o armarios haya cosas olvidadas, que ni nosotros mismos sabemos que están ahí.

Hace muchos años, en 1980, conocí en un viaje a una pareja muy peculiar. Para aportar un dato diré que era la quinta vez en su vida que viajaban a Bulgaria. Él era un alto cargo del Ministerio de Sanidad y ella una inspectora de Hacienda. Vivían en un apartamento mínimo, no tenían hijos, no tenían coche, no tenían máquina fotográfica, no tenían … Toda su ilusión en la vida era disponer de tiempo libre para poder viajar. La lista de viajes y países visitados era inabarcable. En su mínima casa, lo que único que tenían personal era una vitrina en la que acumulaban objetos, lo más pequeños posible, pero de gran valor monetario y sentimental que compraban como recuerdo de sus viajes. En este viaje a Bulgaria y Turquía, en Estambul, adquirieron un diamante.

Como diría un clásico, ni tanto ni tan calvo. Lo de esta pareja era la filosofía americana llevada al extremo. Pero hay que reconocer que sus apegos materiales eran más bien exiguos: esa única vitrina, fácilmente revisable para evocar sus recuerdos y sobre todo fácilmente trasladable en caso de cambio de residencia. Los que hayan pasado por un cambio de casa recordarán los sufrimientos padecidos, tanto si la han realizado por sus propios medios a base de viajes y viajes o contratando una empresa de mudanzas.

Y estamos hablando de estanterías y armarios en una casa. O incluso en más de una si tenemos alguna propiedad en la playa o en la montaña, que muchas veces también se usan para acumular cosas. Pero hay una estancia que es fuente de dolores: ¿Tiene Vd. trastero? Tanto si se tiene en propiedad como si se alquila es también una fuente de dolores de cabeza. Yo tengo y aunque trato de mantenerle a raya, es completamente imposible, teniendo que tirar la toalla. «Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio» es una máxima imposible de cumplir. Tras soberanas palizas intentando poner orden, no transcurre una semana en que el amontonamiento y desorden vuelva a tener lugar. Todo es temporal, pero acaban entrando más cosas de las que deberían. El guardar cosas «por si acaso» es una fuente de acumulación, el conocido como síndrome de Diógenes, aunque sea controlado. Y pasa el tiempo y nunca llega la ocasión de utilizar las cosas guardadas.

Desempolvar tiene una segunda acepción en el diccionario que es «recuperar algo del olvido o de la falta de actividad o uso». Si no removemos estanterías, armarios o trastero con una cierta frecuencia, si no desempolvamos, haremos que, con el tiempo, muchas cosas caigan en el olvido.