Hace unas semanas comentaba en este mismo blog mis devaneos mentales acerca del almacenamiento de libros en las estanterías en la entrada «TSUNDOKU» accesible desde este enlace. Estas reflexiones me dan pie a otras similares que afectan a una (posible) habitación de las viviendas, normalmente separada de ellas, cuando existe. Me refiero al trastero. Según dice el diccionario, se trata de… «una pieza o de un desván, que está destinado a guardar los trastos que no se usan».
Sin que sirva de precedente, no estoy de acuerdo con la definición del diccionario, porque yo añadiría que no todos son trastos y que no se usan… con frecuencia. Porque, si no se usan, ¿para qué los queremos? Esta es una cuestión central. Aclaro aquí que yo dispongo de trastero, en el sótano-garaje, un cuartito de 5,10 metros cuadrados, abarrotado, donde no cabe de forma ordenada —si queremos cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa— ni una sola cosa más. No quiero decir ni un trasto más (como el diccionario) porque hay cosas que no son trastos, sino muy válidas.
El ordenamiento del trastero es un verdadero dolor de cabeza, recurrente, porque por mucho que nos esforcemos no pasa ni una semana en perfecto estado de revista como diría un militar. Pero una pregunta que podemos hacernos, los que tenemos, es ¿cómo sería nuestra vida sin trastero? Hay que decir que, en las viviendas, como ya dijimos para las librerías, todos los espacios disponibles acaban ocupados; armarios, altillos, cajones, muebles, terrazas… hasta debajo de las camas podemos encontrar cosas.
Ordenar el trastero es una tarea cuando menos emocionante. Sería necesario, de forma regular, vaciarlo por completo y decidir lo que se queda y lo que se marcha, bien al punto limpio bien vendido por Wallapop o regalado o donado si encontramos alguien que se quiera hacer cargo. Pero para ello hay que tener la mente clara y ordenada, inflexible, además de contar con todos los miembros de la familia que siempre tienen algo que decir, especialmente cuando no son ellos los que se encargan del orden y concierto en esa covacha.
Hay cosas que se usan poco, pero tienen que estar: los cachivaches de Navidad, la caja de herramientas o ropa de situaciones especiales (esquí). Otras deberían salir pitando de allí, como ese ordenador viejo que no funciona con su pantalla zambombo de las de antes o los esquís que hace una montonera de años que no usas. Pero… ¿ropa antigua en buen uso pero que no utilizas?, ¿ese cuadro sin sitio en la pared del salón? El problema es que vamos acumulando y acumulando tantas cosas en el trastero, que llega un momento en que ni nos acordamos de lo que tenemos allí guardado. De nada nos sirve tener guardadas cosas —útiles o inútiles— si no recordamos que las tenemos o no somos capaces de encontrarlas en el caos del trastero.
El principal asunto que debemos quitarnos de la cabeza es el «por si acaso», que es el principal razonamiento que sirve para auto justificarnos y guardar cosas inservibles. Y si nos hacen falta, es mejor comprarlas de nuevo, más modernas y actualizadas. Lo ideal es tener una zona que definamos como temporal donde arrojar literalmente las cosas que no tienen su sitio hasta ver que hacemos con ellas. Pero que no sea muy grande y no estorbe. Y nos comprometamos a vaciarla con frecuencia.
Lo fundamental es conseguir que la mayor parte del tiempo esté ordenado. Asomarnos a un espacio ordenado, armonioso, controlado, y que no se nos caiga el alma a los pies cada vez que nos asomamos a él. Menos es más; tenemos, seguro, muchas cosas innecesarias que están dentro de la categoría del «por si acaso» y que cuanto antes nos deshagamos de ellas, mucho mejor.
Como hay muchas casas que no disponen de trastero en el edificio, ha surgido el negocio del alquiler de trasteros. Edificios, naves o almacenes compartimentadas en las que alquilar (más) espacio. Uno puede caer en la tentación, agobiado por la falta de espacio en el propio, de pensar en alquilar otro para seguir amontonando cosas. Craso error, es mejor reorganizar, primero la mente y luego el trastero para no seguir aumentando el problema.
Lo peor es cuando sabes, estás seguro, que guardaste una cosa, un papel, un «algo» pero no eres capaz de encontrarlo en la maraña de cachivaches y archiperres. Y tras intentarlo encontrar en varias ocasiones, llegas a dudar de ti mismo y de tus recuerdos, especialmente si han transcurrido unas decenas de años desde que el trastero empezó a recibir objetos. Aquí no solo basta con vaciarlo, sino que también hay que examinar cajas y bolsas para saber lo que contienen.
No siempre es fácil tomar una determinación, porque o no se tiene tiempo o ganas para ocuparse de ello. En mi caso yo sé de algunas cosas que ya no voy a utilizar nunca más, que (a mí) no me sirven para nada, pero sería una lástima dar con ellas en la basura, aunque sería un instante y problema solucionado. Mencionaré un par de ellas, aunque hay más.
En los principios de los años 90 y con motivo de un cambio de residencia, compré un aparato eléctrico que servía para calentar instantáneamente el agua para ducharse. Se intercalaba en la manguera de la ducha y podías ducharte con agua caliente instantánea. Podría ser de utilidad hoy en día cuando tienes una avería en la caldera de casa, pero sé a ciencia cierta que desde 1992 no lo he utilizado y está guardado en una caja. Otro caso. Hace unos años me puse a digitalizar y guardar en discos duros todos los vídeos familiares (estaban en cintas VHS), los discos musicales (en vinilo o en CD's) y las películas, algunas, que tenía en DVD's. Las cintas y los DVD's fueron al punto limpio, pero los cerca de 400 creo recordar CD's con sus cajas y sus carátulas originales están durmiendo en la correspondiente caja en el trastero. No considero el tirarlos ¿Regalar? ¿Donar? ¿Vender? Habría que hacer una relación y ocuparse… cuando tenga tiempo. Y estos dos ejemplos, no son únicos, hay más.
Entonces… tener un trastero… ¿es un lujo? También puede ser una cruz, especialmente si no está ordenado. Ordenar lo que tenemos no es suficiente por lo general, si no acometemos una purga a fondo y sin piedad de todos los objetos, recuerdos, ropa y demás que tenemos en él (y de paso también en casa). ¡A la tarea!