En tiempos pasados, cada cual puede determinar el cuando, el ritmo era mucho más pausado y pasaba tiempo y tiempo sin que “ocurriera” nada. No solo las personas sino el propio contexto que nos rodeaba permanecían inalterables por muchos años. Ahora todo cambia, las obras en calles y casas son continuas, los negocios cambian de dueño y de cometido con gran celeridad, las leyes se suceden sin que haya dado tiempo a aplicarlas y así tantas y tantas cosas.
Siempre han existido diferencias entre padres e hijos en el modo de ver y acometer el devenir diario. Quién no ha tenido, hasta que conseguíamos abandonar el hogar de los padres, discusiones por horarios, estudios, relaciones, etc. etc. Estas “diferencias” nos han marcado y ahora, cuando nos toca a nosotros tenerlas a nuestra vez con nuestros hijos comprendemos y valoramos el pasado.
Hace no mucho ha circulado por internet y prensa una entrevista a un juez de menores de Granada, que ponía el punto sobre las íes en el tratamiento y conducción de estas relaciones, fijando las posiciones de padres e hijos de una manera clara y contundente: los hijos necesitan límites claros, precisos y definidos y los padres no sabemos ponerlos, quizá recordando sin recordar, inconscientemente, nuestro pasado.
También hace unos días se ha publicado una carta al director en un semanal nacional, bajo el título “De un extremo a otro”. Creo que es un resumen absolutamente centrado y práctico de este asunto. Citando a su autor, al que felicito por su concreción, Angel C. Gómez de la Torre, de Cádiz, reproduzco su texto:
- “Somos una de las generaciones de padres más preparados, decidida a no cometer con los hijos los mismos errores que pudieron haber cometido nuestros progenitores. En el esfuerzo de abolir los abusos del pasado, ahora somos los más comprensivos, pero a la vez los más débiles e inseguros que ha dado la historia. Nuestra dedicación sigue sin ser buena. La sociedad de consumo obliga a que madres y padres tengamos que trabajar y, de esa manera, dedicar menos tiempo a los hijos, Aún así, pensábamos que era mejor la calidad que la cantidad. Lo grave es que tratamos con los niños más igualados, beligerantes y poderosos que nunca existieron. Parece que en nuestro intento por ser los mejores padres del mundo pasamos de un extremo a otro. Así que somos los últimos hijos regañados por los padres y los primeros padres regañados por nuestros hijos. Los últimos que crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que vivimos bajo el yugo de los hijos. Y lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros padres y los primeros que aceptamos que nuestros hijos no nos respeten. Si el autoritarismo aplasta, esta igualdad ahoga. Solo una actitud firme les permitirá confiar en nuestra idoneidad para gobernar sus vidas mientras sean menores.”