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domingo, 16 de diciembre de 2007

DOS COMA SIETE GRADOS CENTIGRADOS


Domingo, siete y media de la mañana. Cuando sonó el despertador, me pilló desprevenido. Normalmente le apago antes de que suene, pero esta vez, el cansancio acumulado y el precio que se paga el fin de semana por dormir poco a lo largo de la misma, me vencieron y ese enemigo infernal y matutino cobró venganza como queriendo decirme. -¡Esta vez te he pillado, majo!
No es esta la cuestión. Me tenía que levantar para no faltar a mi semanal cita con un poco de ejercicio físico. Impelido por la necesidad fisiológica que se tiene a primera hora de la mañana, me levanté y tras aliviarme me dirigí al termómetro, que indicaba dos-coma-siete grados centígrados en el exterior. Frío, cerca de cero grados que como dice el buen amigo JuanLu “ni frío ni calor”.
El cansancio, la temperatura, lo bien que se está en la cama, el no haber quedado con el amigo que me acompaña normalmente, eran una serie de excusas que mi mente valoraba a toda velocidad casi obligándome a abandonar mis ideas de ejercicio y quedarme en la cama. Felizmente vencí estas ideas y me puse la ropa de correr.
Al salir a la calle, el frío y el vientecillo que ululaba me dió en la cara, única parte del cuerpo que llevo al descubierto y me hizo subir la autoestima y afianzarme en mi determinación de haberme levantado.
Un paseo de uno-coma-cuatro kilómetros a través de las calles desiertas del pueblo en estas primeras horas de día, cuando empieza a amanecer, me situaron al comienzo del Camino Horizontal, una estupenda senda de dos kilómetros y medio, plana, de tierra, jalonada de pinos, retamas, jaras, algún que otro riachuelo y de vez en cuando algún animal tipo urraca, cuervo, paloma, caballo, vaca e incluso una partida de cuatro corzos que últimamente se dejan ver cada vez más. El sitio ideal para empezar la mañana en contacto con la naturaleza y expandir el espíritu y la imaginación hasta donde podamos alcanzar.
A pesar de lo temprano del momento, nunca se está solo. Un habitual, todos los días del año es Javier, que con su viejo can blanquinegro se anda y desanda el camino a diario apenas empieza a amanecer e incluso antes. A cualquier hora del día siempre hay alguien paseando y en esas ocasiones nos volvemos educados. No falta un “hola”, un “adiós” o incluso esa modernidad cuyo significado no acabo de entender del “que tal”.
Al comenzar a correr, el mal llamado astro rey despuntaba perpendicular a mi izquierda. Una incipiente y roja circunferencia comenzaba a elevarse en el horizonte, proyectando alargadas sombras sobre un fondo de jabugo seco teñido de rojo por la especial luz de esos primeros momentos. A pesar de encontrarse a la respetable distancia, en media según la época del año, de ciento cincuenta-millones de kilómetros, parece como si lo tuviéramos a mano y lo pudiéramos alcanzar en cualquier momento. En estos instantes, podemos tutearlo, mirarlo de frente, disfrutar de su compañía y de su vista ya que su esfera roja no muestra una intensidad que pudiera herir nuestra retina. A la vuelta, cuando se “des-anda” o mejor dicho se “des-corre” el camino, con el sol situado a la derecha, ya no podemos mirarle de frente y hay que aprovechar el escudo protector que suponen las ramas de los pinos, para admirar su imagen tamizada, y aún así hay que hacerlo con cuidado y respeto.
Tras media hora de carrera, nos encontramos de nuevo en el principio, con algo de fatiga física y copiosamente sudado, pero con los deberes hechos. En alguna ocasión en tiempos pasados, para mitigar eso que llaman la soledad del corredor de fondo, me hacía acompañar de algún “aparatejo” tipo radio o similar que me distrajera e hiciera más llevadero el sufrimiento. Sufrimiento, porque si no se sufre no se mejora. Ahora prefiero ir con mis pensamientos, dedicar esos instantes a reflexionar sobre las muchas cosas que revolotean por mi cabeza acerca del pasado, el presente y el futuro. Es bueno que aprendamos y sepamos dedicar cierto tiempo a nuestro propio interior, a revisarnos y valorar y reflexionar sobre las cosas. Es también un entrenamiento que nos reportará pingües beneficios a medida que nos vayamos haciendo mayores, cuando dispondremos de muchas horas por el día y por la noche sin actividades tan continuadas e intensas como las que podemos desarrollar ahora.
Un alternativo paseo me devuelve a casa, esta vez por calles no tan vacías porque la cola de la churrería, la gente tomando café en los bares y los puestos de periódicos en plena actividad dan otro aire al pueblo. Tras los ventanales del Miranda, ávidos lectores devoran la prensa dominical a la par que un café calentito con bollería recién hecha en alguna de las muchas pastelerías. Confieso sentir un poco de envidia pero no lo cambio por las agradables sensaciones que me proporciona el ejercicio y la inminencia de la ducha que me espera.