Es esta una palabra que va evolucionando con los tiempos. Inclusive entiende de nacionalidades. Hemos oído muchas veces hablar de la “puntualidad alemana” haciendo referencia a una exactitud que raya en lo patológico. Por algunos ejemplos la cosa no debe ser tan exacta hoy en día.
Muchos de mis amigos se sonríen cuando tienen que establecer una cita conmigo. Mi contestación suele ser del tipo “a las ocho y siete”. Este tipo de aseveración es posible desde que se pusieron de moda los relojes digitales. Mi primer reloj digital era de aquellos de los “números rojos”, comprado a mediados de los setenta del siglo pasado. No nos fijamos en ello, pero una de las “maldades” que aportan los digitales es la pila, tanto en cuanto a su coste y consumo como a su posterior reciclaje. Teníamos un sistema de saber la hora totalmente ecológico, cúal era el sistema de cuerda de toda la vida, y ganamos una “peora” con los digitales y sus pilas.
Con los relojes analógicos, que recuerdo fueron siendo paulatinamente sustituidos en las decenas finales del siglo XX, se quedaba a horas en punto, medias o cuartos. También empleábamos preposiciones, tales como “hacia” las siete o “entre” siete y siete y cuarto.
Ahora todo ha cambiado. Por principio, la puntualidad es una virtud que no se lleva. El uso de los teléfonos móviles ha venido a añadir una visión nueva y unas maneras nuevas a la hora de establecer un horario. Frases tales como “quedamos en el móvil”, “cuando llegues me haces una llamada perdida”, “si ves que no puedes me llamas al móvil” y similares son frecuentes y denotan un dejar las cosas en el aire, un dejar las cosas para después y no establecer compromisos. Parece que teniendo la posibilidad de utilizar el teléfono móvil, los compromisos son más o menos amoldables a las situaciones.
Yo sigo en mis ocho-cero-siete. Suelo llegar puntual, incluso generalmente antes, porque valoro mi tiempo y el tiempo de los demás como si fuera oro. Y me parece muy bien cuando llego tarde que se hayan marchado y no me esperen. Por ello, en las citas me hago acompañar de algo para leer, libro revista o periódico, que me permita entretener la espera en caso de que se produzca. Utilizo una técnica para decidir el tiempo de espera, antes de marcharme tranquilamente. Dependiendo de la persona con la que he quedado, decido hasta que momento voy a estar esperando…. Sin acritud y sin enfadarme. Cumplido ese plazo me voy, pero evito el desasosiego que produce la incertidumbre de si vendrá.
Como he dicho antes, la puntualidad es una cuestión que está pasada de moda. Y me voy a referir a tres ejemplos, personalmente constatados de situaciones en las que la relajación en la asistencia se produce, y solo en una de ellas con consecuencias negativas para el, digámoslo así, infractor.
La primera es la
misa dominical. El sacerdote suele ser puntual, pero no así los fieles. Personalmente me gusta llegar cinco minutos antes, lo que deporta múltiples ventajas, tales como tener un momento para estar a solas con uno mismo, elegir sitio, evitar aglomeraciones de última hora en la entrada y algunas parecidas. Es normal que empiece la misa con “cuatro gatos” pero poco a poco va llegando el personal y se van completando los bancos. Siempre hay alguien que llega a última hora y quiere tener buen sitio, no dudando en apretujar a los que ya estábamos instalados. Suelen ser, cosas del destino, personas mayores que según dicen lo que más tienen es tiempo. Estos hechos, constatados desde dentro, también se observan desde fuera. El pasado domingo andaba yo comprado el periódico en el quiosco frente a la iglesia, alrededor de las doce. La misa había empezado y seguía llegando gente. Opté por esperarme a observar como se producía el acceso y aguanté hasta las 12:19, momento en que mi capacidad de sorpresa se colmó: en esa hora entraron una pareja por un lado y otro matrimonio con un niño por otro. Teniendo en cuenta que la misa suele durar treinta y cinco o cuarenta minutos …. ¿No sería mejor que dieran un paseo y oyeran misa de una completa? ¿o que incluso no fueran a misa?. Porque asistir a misa a esa hora, cuando probablemente el evangelio haya sido leído y la plática del sacerdote esté a punto de finalizar, no tiene mucho sentido. La solución es fácil y aquí queda propuesta: en el momento en el que el sacerdote empiece la misa, cerrojazo a las puertas. Con hacerlo un par de veces la gente aprendería lo que significa puntualidad, de una forma gráfica, y sin tener que comprarse un diccionario.
La segunda situación a la que me voy a referir es un
espectáculo de teatro. La ubicación de los asistentes en sus butacas numeradas necesita un tiempo, tiempo que hay que minimizar asistiendo cuanto antes. Pero tampoco aquí hay problema. A la hora de comienzo de la representación, de la que se había vendido todo el aforo, más de la mitad de las butacas estaban vacías. Pasados siete minutos, todavía con la platea clareada, suena una musiquita que nos anuncia “señoras, señores, faltan cinco minutos para que comience la representación”. Echando cuentas y sabiendo sumar, sería entonces a las siete y doce cuando realmente se apagarían las luces y daría comienzo el espectáculo. A esa hora ya se encontraba todo el mundo acomodado, pero aún así la representación empezó a las siete y catorce. Ventajas de los relojes digitales a la hora de controlar el tiempo. Lo peor de todo fue tener que contestar a la pregunta de mi hija pequeña: ¿papá, porqué venimos tan pronto si hasta que no están todos no empieza?.
La tercera supuso una cierta satisfacción personal, una victoria pírrica, si bien me enteré a la salida por un amigo. Se trataba de un
concierto de órgano que se celebraba en una iglesia. El concierto empezó con puntualidad exquisita, digna del pitido más largo de Radio Nacional que fija académicamente la hora. Y en ese momento se cerraron las puertas de la Iglesia. Esto me lo comentó mi amigo a la salida, puesto que como he dicho no pudo escuchar el concierto. Además, para que el aprendizaje fuera rápido e intenso, no permitieron la entrada en el descanso que hubo a mitad de concierto, dado que según comentaron no estaba programado.
Sería muy interesante el sistema este del cerrojazo. Aprenderíamos todos rápidamente. Aunque no soy aficionado, creo que en los eventos taurinos también se utiliza. De paso descubriríamos que ir tranquilamente a los sitios, con tiempo, relajados, dando un paseo, es una práctica sana y buena para la mente y el espíritu.
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