Las apariencias engañan, gobiernan nuestras vidas. Cada uno somos lo que somos pero otra cuestión es cómo nos queramos mostrar a los demás, que apariencia queremos transmitir, cuestión que varía según los contextos en los que nos desenvolvamos. Desde muy pequeños hemos sido enseñados, adiestrados, en conseguir una aceptación de los demás, que nos vean con una apariencia determinada, por lo que hacemos todo lo posible por transmitir una imagen, verdadera o falsa, de nosotros mismos como forma de conseguir una apreciación, quizá algunas veces rechazo, por parte de los demás. Por ejemplo, es posible que una persona muy rica quiera pasar desapercibida y por el contrario una persona pobre quiera aparentar lo que no es para conseguir unos determinados fines.
¿Cuánta gente trabaja en su empresa?
¿Cuánta gente va a su empresa?
¿Cuántos están estando y cuantos están trabajando?
Pero en contra de lo que pudiera parecer con este prolegómeno, no es a la apariencia humana a la que me quiero referir. En los objetos o cosas también se da este hecho, generalmente motivado por un afán de atraernos y que los compremos. El marketing y la publicidad tienen mucho que ver en este asunto. Es pan para hoy y hambre para mañana, porque enseguida nos daremos cuenta del engaño y nos formaremos un arquetipo del objeto, y por extensión de la marca, archivando en nuestra memoria el tipo de trucos que utilizan para confundirnos, cosa que logran en un primer momento pero al final descubriremos el pastel.
Hace unos días me enfrentaba en la estantería de un supermercado a la compra de un bote de cacao en polvo de esos que se utilizan mezclados con leche para el desayuno. Los diseños, las formas y los tamaños de los botes competían desde la estantería por atraer mi vista y forzar mi decisión. Al final elegí uno quién sabe si llevado por la marca, la forma o el precio. Cuando llegué a casa y procedí a destaparlo, les aseguro que al menos el 25% del mismo estaba vacío. ¿Se han encontrado con este hecho alguna vez? Me pregunto por la razón de hacer un envase más grande para que luego una cuarta parte del mismo esté vacío. No me queda otra respuesta que forzar su apariencia como más grande para que sin darnos cuenta pensemos que la relación precio-tamaño en este caso es la más adecuada.
No lo he comprobado, pero seguro que el peso del contenido es correcto, aunque suele estar escrito en letra más bien pequeña que seguro que la mayoría de compradores ni siquiera mira. El tamaño si es lo importante, al menos en este caso.
Y este ejemplo comentado no es un caso aislado. Seguro que tenemos todos muchos ejemplos. Otro, muy relevante en mi caso, me ocurrió con un recipiente que contenía membrillo. Era de plástico, redondo, transparente y se le veía relleno hasta el borde. Una vez destapado y puesto en servicio, al hundir la cuchara para extraer su contenido, esta topó con el fondo enseguida. Una vez consumido el producto, se puede apreciar que el fondo está levantado, muy levantado, con respecto a la base con lo que otra vez al menos un 20% de la apariencia no está rellena de producto, en este caso, membrillo. La única forma de verlo antes de comprarlo es mirar por debajo, cosa que normalmente no haremos en un primer momento.
No sé si hay norma que lo obligue pero al menos algunos de los supermercados, aunque que es verdad que en letra muy pequeña, ponen en la etiqueta aquello de “el kilo le sale” a x,xx euros”. Tal y como se están poniendo las cosas tendremos que educarnos en mirar más estas anotaciones que en fijarnos en las marcas, formas de los envases y, mucho ojo, en que zona de la estantería están situados. Los que el supermercado quiere que compremos están normalmente a la altura de la vista y por el contrario, los menos deseados estarán o muy abajo o muy arriba. Todo está estudiado, pero nosotros también podemos estudiar, estar avisados de lo que ocurre y no dejarnos llevar por las apariencias. Es muy conveniente tratar de ver lo que aparentemente no se ve, descubrir lo oculto. Irá en nuestro beneficio.
¿Cuánta gente trabaja en su empresa?
¿Cuánta gente va a su empresa?
¿Cuántos están estando y cuantos están trabajando?
Pero en contra de lo que pudiera parecer con este prolegómeno, no es a la apariencia humana a la que me quiero referir. En los objetos o cosas también se da este hecho, generalmente motivado por un afán de atraernos y que los compremos. El marketing y la publicidad tienen mucho que ver en este asunto. Es pan para hoy y hambre para mañana, porque enseguida nos daremos cuenta del engaño y nos formaremos un arquetipo del objeto, y por extensión de la marca, archivando en nuestra memoria el tipo de trucos que utilizan para confundirnos, cosa que logran en un primer momento pero al final descubriremos el pastel.
Hace unos días me enfrentaba en la estantería de un supermercado a la compra de un bote de cacao en polvo de esos que se utilizan mezclados con leche para el desayuno. Los diseños, las formas y los tamaños de los botes competían desde la estantería por atraer mi vista y forzar mi decisión. Al final elegí uno quién sabe si llevado por la marca, la forma o el precio. Cuando llegué a casa y procedí a destaparlo, les aseguro que al menos el 25% del mismo estaba vacío. ¿Se han encontrado con este hecho alguna vez? Me pregunto por la razón de hacer un envase más grande para que luego una cuarta parte del mismo esté vacío. No me queda otra respuesta que forzar su apariencia como más grande para que sin darnos cuenta pensemos que la relación precio-tamaño en este caso es la más adecuada.
No lo he comprobado, pero seguro que el peso del contenido es correcto, aunque suele estar escrito en letra más bien pequeña que seguro que la mayoría de compradores ni siquiera mira. El tamaño si es lo importante, al menos en este caso.
Y este ejemplo comentado no es un caso aislado. Seguro que tenemos todos muchos ejemplos. Otro, muy relevante en mi caso, me ocurrió con un recipiente que contenía membrillo. Era de plástico, redondo, transparente y se le veía relleno hasta el borde. Una vez destapado y puesto en servicio, al hundir la cuchara para extraer su contenido, esta topó con el fondo enseguida. Una vez consumido el producto, se puede apreciar que el fondo está levantado, muy levantado, con respecto a la base con lo que otra vez al menos un 20% de la apariencia no está rellena de producto, en este caso, membrillo. La única forma de verlo antes de comprarlo es mirar por debajo, cosa que normalmente no haremos en un primer momento.
No sé si hay norma que lo obligue pero al menos algunos de los supermercados, aunque que es verdad que en letra muy pequeña, ponen en la etiqueta aquello de “el kilo le sale” a x,xx euros”. Tal y como se están poniendo las cosas tendremos que educarnos en mirar más estas anotaciones que en fijarnos en las marcas, formas de los envases y, mucho ojo, en que zona de la estantería están situados. Los que el supermercado quiere que compremos están normalmente a la altura de la vista y por el contrario, los menos deseados estarán o muy abajo o muy arriba. Todo está estudiado, pero nosotros también podemos estudiar, estar avisados de lo que ocurre y no dejarnos llevar por las apariencias. Es muy conveniente tratar de ver lo que aparentemente no se ve, descubrir lo oculto. Irá en nuestro beneficio.