Las formas de vida moderna están cambiando muchos de nuestros hábitos de forma radical sin que apenas nos demos cuenta de ello. Nos dejamos llevar por los usos y costumbres que se van imponiendo, se nos van imponiendo, sin apenas oponer resistencia, ni siquiera en nuestros pensamientos.
El aprovisionamiento de comida y ya por extensión de algunos otros consumibles, los realizamos en lo que se denomina grandes superficies. Es muy frecuente que las familias destinen incluso una mañana o tarde del fin de semana a realizar una compra masiva de todo lo necesario, e incluso algo innecesario. Como resultado de nuestros paseos entre los anaqueles del supermercado, vamos llenando el carro con un sinfín de productos.
El final de este paseo es poner la proa de nuestro carro a una de las cajas para abonar la compra. Situamos en la cinta transportadora los productos adquiridos y una cajera o cajero los va pasando lo más deprisa que puede por un lector de código de barras que, conectado a una computadora o máquina electrónica, nos va confeccionando la cuenta con todo detalle. Al final nos dice el importe total, pagamos generalmente con nuestra tarjeta de crédito, algunas personas lo hacen con dinero en efectivo aunque son las menos, y también rápidamente nos dirigimos al aparcamiento para trasladar toda la compra al coche y marcharnos.
Pocas veces he visto a alguna persona revisar la cuenta. Como norma general parece que nos fiamos de que la máquina que ha ido apuntando uno a uno nuestros artículos lo haya hecho bien. Tenemos confianza en el sistema y por otro lado tampoco nosotros hemos ido apuntando uno a uno los suministros adquiridos y sumando sus importes. Lo único que nos queda al final es sorprendernos si la cuenta sube demasiado con respecto a lo que habíamos pensado, si es que lo habíamos hecho.
La crisis económica que se nos ha venido encima en estas fechas hace que cada vez más gente tome conciencia de los precios de las cosas que compra. Estoy por apostar que no hace mucho tiempo muchos ni nos fijábamos en ellos, simplemente los poníamos en el carrito y era muy frecuente que no tuviéramos ni idea de lo que costaban.
Retornando al tema de la cuenta, hay un par de aspectos que no dependen de la maquinita y que nos pueden colar algún gol, si bien es verdad que puede ser tanto a favor como en contra nuestra. Uno de ellos es el precio que se nos cargue en caja y que puede no coincidir con el que está marcado en la estantería. Como los precios están sufriendo variaciones continuamente, a veces hasta en el día, ocurre con cierta frecuencia que en caja nos cargan un precio diferente. Solo el haberse fijado en ello y proceder a una concienzuda revisión del tique que nos entrega la cajera, nos permitirá detectar este extremo. Bien es verdad que algunas veces ocurre que nos hemos dirigido al supermercado a comprar algo motivados por la propaganda que hemos recibido en el domicilio, aunque no nos hemos dado cuenta de la letra pequeña que figura en el folleto, con la que juegan, y que suele especificar unas fechas de promoción, que pueden no haber llegado o pueden haber finalizado.
Otro aspecto que podía meter “ruido” en la cuenta es la persona que desliza los artículos frente al lector. Algunos artículos se venden en conjuntos o bien de forma individual. Pongamos por ejemplo una lata de refresco, que puedo comprar individualmente o en paquetes de seis, ocho, doce e incluso más. El código de barras es el mismo, por lo que el dependiente tiene que realizar una operación manual para identificar lo leído. Tengamos en cuenta que como todo trabajador tiene una experiencia, mucha o poca, y que como persona se puede equivocar. ¿Qué ocurre si cuando llevamos ocho unidades la máquina pone el precio de las ocho pero el dependiente indica además ocho veces?
No está de más, allí mismo, a pié de caja, echar un vistazo rápido y a grandes rasgos de la cuenta. Es de suponer que todo esté bien y generalmente así será, pero ya en un par de ocasiones me he encontrado con algún “gato” en la cuenta y aunque haya sido casualidad, ha sido en mi contra.
El aprovisionamiento de comida y ya por extensión de algunos otros consumibles, los realizamos en lo que se denomina grandes superficies. Es muy frecuente que las familias destinen incluso una mañana o tarde del fin de semana a realizar una compra masiva de todo lo necesario, e incluso algo innecesario. Como resultado de nuestros paseos entre los anaqueles del supermercado, vamos llenando el carro con un sinfín de productos.
El final de este paseo es poner la proa de nuestro carro a una de las cajas para abonar la compra. Situamos en la cinta transportadora los productos adquiridos y una cajera o cajero los va pasando lo más deprisa que puede por un lector de código de barras que, conectado a una computadora o máquina electrónica, nos va confeccionando la cuenta con todo detalle. Al final nos dice el importe total, pagamos generalmente con nuestra tarjeta de crédito, algunas personas lo hacen con dinero en efectivo aunque son las menos, y también rápidamente nos dirigimos al aparcamiento para trasladar toda la compra al coche y marcharnos.
Pocas veces he visto a alguna persona revisar la cuenta. Como norma general parece que nos fiamos de que la máquina que ha ido apuntando uno a uno nuestros artículos lo haya hecho bien. Tenemos confianza en el sistema y por otro lado tampoco nosotros hemos ido apuntando uno a uno los suministros adquiridos y sumando sus importes. Lo único que nos queda al final es sorprendernos si la cuenta sube demasiado con respecto a lo que habíamos pensado, si es que lo habíamos hecho.
La crisis económica que se nos ha venido encima en estas fechas hace que cada vez más gente tome conciencia de los precios de las cosas que compra. Estoy por apostar que no hace mucho tiempo muchos ni nos fijábamos en ellos, simplemente los poníamos en el carrito y era muy frecuente que no tuviéramos ni idea de lo que costaban.
Retornando al tema de la cuenta, hay un par de aspectos que no dependen de la maquinita y que nos pueden colar algún gol, si bien es verdad que puede ser tanto a favor como en contra nuestra. Uno de ellos es el precio que se nos cargue en caja y que puede no coincidir con el que está marcado en la estantería. Como los precios están sufriendo variaciones continuamente, a veces hasta en el día, ocurre con cierta frecuencia que en caja nos cargan un precio diferente. Solo el haberse fijado en ello y proceder a una concienzuda revisión del tique que nos entrega la cajera, nos permitirá detectar este extremo. Bien es verdad que algunas veces ocurre que nos hemos dirigido al supermercado a comprar algo motivados por la propaganda que hemos recibido en el domicilio, aunque no nos hemos dado cuenta de la letra pequeña que figura en el folleto, con la que juegan, y que suele especificar unas fechas de promoción, que pueden no haber llegado o pueden haber finalizado.
Otro aspecto que podía meter “ruido” en la cuenta es la persona que desliza los artículos frente al lector. Algunos artículos se venden en conjuntos o bien de forma individual. Pongamos por ejemplo una lata de refresco, que puedo comprar individualmente o en paquetes de seis, ocho, doce e incluso más. El código de barras es el mismo, por lo que el dependiente tiene que realizar una operación manual para identificar lo leído. Tengamos en cuenta que como todo trabajador tiene una experiencia, mucha o poca, y que como persona se puede equivocar. ¿Qué ocurre si cuando llevamos ocho unidades la máquina pone el precio de las ocho pero el dependiente indica además ocho veces?
No está de más, allí mismo, a pié de caja, echar un vistazo rápido y a grandes rasgos de la cuenta. Es de suponer que todo esté bien y generalmente así será, pero ya en un par de ocasiones me he encontrado con algún “gato” en la cuenta y aunque haya sido casualidad, ha sido en mi contra.