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lunes, 23 de febrero de 2009

23-F

No es una fecha redonda, ni cuadrada. Pero ya me parece que todos los años cuando llega esta fecha, los medios de comunicación nos recuerdan los años que hace que ocurrió “aquello”. Incluso este año una serie de televisión ha rememorado en dos capítulos, con gran acierto, los hechos acaecidos hace veintiocho años.

Yo debí ser uno de los pocos españoles que no enteró del 23-F hasta el día siguiente cuando prácticamente todo se había acabado. En estos acontecimientos especiales, la memoria graba lo que estaba haciendo uno con todo lujo de detalles.

Tenía por aquellas fechas un amigo, Paco, soltero, que residía con sus padres pero que tenía, cono inversión, un pisito de soltero. Y le tenía como inversión porque no le recuerdo como aventurero en otros temas, no seamos malpensados. Era, y es, una persona culta, de muy agradable conversación y que entre otras tenía la afición de tocar el órgano. El órgano de iglesia. Por aquellas fechas se había comprado uno, electrónico en cuanto al sonido pero real en cuanto a la apariencia, de un tamaño tremendo, con teclas de pedal y al menos tres pisos de teclas de mano que yo recuerde. Lo había instalado en el salón de ese pisito de soltero y precisamente aquel 23-F nos invitó a mi mujer y a mí a su casa a ver su adquisición, oírlo, merendar y pasar la tarde.

Ambos salíamos de nuestros trabajos a las tres de la tarde, por lo que recuerdo dejarnos caer por allí antes de las cinco. Nos metimos allí los tres y toca que te toca, el órgano, charla que te charla, cervecita tras cervecita, una tentempié que había preparado, nos dieron la una y media de la madrugada.

Nosotros a lo nuestro, totalmente ajenos a lo que se estaba cociendo en las calles de Madrid, en el Congreso, en el palacio de la Zarzuela y en algunas ciudades de España: la intentona de golpe de estado por unos cuantos militares y guardia civiles, que a Dios gracias fue un fracaso. Nos perdimos la noche de los transistores, el mensaje en directo del Rey, nos perdimos todo. Instantes tan especiales e irrepetibles, tan sonados y de tanta importancia nos fueron ajenos de una forma que casi podríamos calificar hoy en la distancia como grotesca.

Al día siguiente, o mejor dentro e unas pocas horas, me tenía que desplazar a Madrid a mi trabajo en tren. Acostumbraba a llegar al tren pronto, en una estación de origen, sentarme en el sitio de siempre y enfrascarme con mi libro o mis lecturas. Si que noté que la afluencia de viajeros en las estaciones era menor, que la gente iba más en silencio que otros días pero, yo a lo mío, mi lectura. Al salir del tren en la estación de Recoletos de Madrid para iniciar mi diario caminar hacia mi trabajo cercano a la Puerta del Sol observé menos gente, menos circulación, pero no recuerdo haber visto nada especial al pasar caminando por delante del Ministerio de Defensa en la plaza de Cibeles.

AL llegar a mi trabajo, ya tuve a quién preguntar: al vigilante de seguridad que custodiaba la entrada de empleados por un anexo. Me informó de todo lo que había ocurrido, yo me quedé de piedra y el más cuando le conté que no sabía nada y como habían transcurrido para mí las horas de la tarde y noche anterior cuando todo el mundo estaba soliviantado, unos asustados, otros temerosos y todos cuando menos preocupados por el desarrollo de los acontecimientos, aunque cuando yo me enteré, hacia las ocho de la mañana del 24-F todo estaba ya casi acabado y había quedado en una intentona.

Mi amigo Paco, según me contó al día siguiente, si que se enteró a las dos de la mañana, cuando llegó a dormir a casa de sus padres y estaban todos ante la radio y la televisión ávidos de noticias. Me confesó que estuvo a punto de llamarme por teléfono pero pensó que era muy tarde y que me habría enterado, no sé, por la radio del coche en el trayecto a casa o de alguna otra forma.

Pero no, el 23-F fue para mí un acontecimiento que falta en mi recuerdo. Todos los años, cuando se habla de él me viene a la memoria como lo víví, o mejor dicho, como no lo viví.