Durante toda su vida laboral mi padre fue cartero. Cartero “urbano” le gustaba decir a él. Y además Cartero Mayor, una especie de encargado, creo que sin cobrar más, de organizar el reparto y al resto de sus compañeros. Nunca me había parado a pensar si habría otra clase de carteros, que no fueran urbanos. Se me ocurre que otro tipo pudiera ser “rural” pero no le veo mucho fondo al asunto.
En los veranos, cuando el colegio me dejaba multitud de días libres, le acompañaba en sus repartos y le ayudaba a llevar su pesada cartera llena de cartas y periódicos, principalmente ABC, que pesaban lo suyo.
Existían bastantes diferencias con el reparto tal y como se realiza hoy en día. Los portales de las casas estaban abiertos y no había buzones. Mi padre llevaba consigo, permanentemente colgado al cuello, un silbato metálico con hueso de aceituna, que hacía sonar con un soniquete especial.
Cada cartero había desarrollado el suyo a base de usarlo multitud de veces cada día y durante años. Tras el toque inicial, canturreaba a pleno pulmón los nombres de los vecinos que tenían correspondencia. Otra diferencia es que normalmente siempre había alguien en las casas, principalmente las mujeres, que acudían solícitas a recibir las cartas, postales, paquetes o, las menos de las veces, giros postales. Si alguna vecina no estaba, o bien había dejado encargada a otra que le recogiera sus cartas o ya tradicionalmente se encargaban unas y otras de ayudarse. Había confianza y nadie se molestaba, todo lo contrario, porque temporalmente el cartero entregara la correspondencia a otro. Y había “inviolabilidad de correspondencia” igual que la hay ahora. ¿De verdad que la hay?
En alguna ocasión mi padre llegó a llevar casi medio millón de las antiguas pesetas encima para ir pagando los giros postales. Un día perdió esa cantidad, con lo que tuvo que reponerla de su peculio particular. Sus compañeros organizaron una campaña a nivel nacional y con aportaciones de muchos puntos de España recuperó la cantidad, con un superávit que fue donado al Asilo de Ancianos de la localidad. Yo no sé si hoy día, con el desarrollo de las transacciones electrónicas bancarias, sigue existiendo el giro postal. Probablemente sí, pero muy reducido y para cosas más bien oficiales.
En la actualidad, las cosas han cambiado. Los portales de las viviendas están cerrados a cal y canto. El cartero tiene que ir llamando a los porteros automáticos hasta conseguir que algún vecino que esté en casa, que son los menos, le abra para poder acceder a la ristra de buzones e ir depositando las cartas y avisos en el buzón de cada uno. De todo hay en la viña del señor, hay carteros y carteros. Como ya he comentado con profusión en entradas anteriores en este blog, vivo en una urbanización con varios portales, escaleras y pisos, positivos y negativos que dificultan y añaden complejidad al reparto. Normalmente tenemos una cartera que se conoce los entresijos de la urbanización y coloca en su justo sitio envíos que dejan mucho que desear en cuanto a la exactitud de los datos, pero es porque esta cartera arroja profesionalidad y ganas de hacerlo bien, cuestiones que no tienen y no sé si se le pueden exigir a otros compañeros suyos cuando ella está de vacaciones o es suplida por la razón que sea. En este caso llega el caos, cartas devueltas por direcciones erróneas, cartas encima de los buzones que los vecinos nos encargamos de hacer llegar a otro portal, etc. etc..
Quería acabar esta entrada comentando algunas cosillas que ocurren y que quiero pensar que son producto de la prisa y no de una mala práctica. Una de ellas es el que aún estando en tu casa toda la mañana, al recoger la correspondencia del buzón te encuentres un aviso de certificado o paquete. El cartero debería de haber llamado a tu telefonillo para entregarte el envío en cuestión y recoger tu firma. De lo contrario, te obliga a ir a la Oficina de Correos, personalmente o autorizando a otra persona, con el aviso en cuestión, pero a partir del día siguiente, lo que supone un trastorno y una dilación en recibir algo que quizá estabas esperando con ahínco. No hay vuelta de hoja, hasta el día siguiente no está disponible en la oficina.
Y otra cosa a comentar es producto de una forma de trabajo o de una dejadez, que a mí me pone de los nervios. Y es que en muchas ocasiones no acaban de meter completamente la carta en el buzón, dejando los sobres asomando lo suficiente como para que un vecino o visitante del portal, curioso o malintencionado, se haga con una o varias cartas que no son suyas sin ninguna dificultad. Algunas de esas cartas pueden contener datos sensibles, como por ejemplo voy a mencionar dos: la factura de Timofónica o la comunicación de movimientos bancarios del banco AVBB. Si bien de las facturas han retirado los datos de las cuentas, en la de Timofónica figura con letra y todo el DNI del titular de la línea. En la comunicación del banco figura completa la cuenta. Hoy en día no quiero dar pistas de lo fácil que es, a través de internet, disponiendo de todos los datos de domicilio, número de teléfono, documento nacional de identidad, con letra y todo, y cuenta bancaria hacerse con algo y luego que quién proceda deshaga el entuerto.
No nos damos cuenta de los peligros y los riesgos que vamos asumiendo hasta que los sufrimos nosotros mismos en nuestras propias carnes. Una carta asomando por un buzón es uno de esos peligros.
Teodoro, Agustín, Tomás, Víctor, Mariano y Anastasio