Seguro que hemos dicho u oído esta frase muchas veces a largo de nuestra vida. El sentido de la misma es claro y significa generalmente que estamos hartos de una determinada persona y con esta corta y contundente expresión le conminamos a que se aleje de nosotros y nos deje tranquilos. A modo de matización, el diccionario indica que es despedir a alguien con aspereza, enojo y sin miramientos.
Eso es lo que nos hizo hace unos días Félix, gran amigo y compañero de trabajo, solo que no se atuvo estrictamente a lo indicado en el diccionario y se vino con nosotros. Nos invitó a una jornada de campo y camaradería en su pueblo natal, sito en zona sureste de Madrid. Como estamos en la época, reunió a doce personas con la excusa de ir a recoger espárragos al campo.
La excusa resultó muy buena para, además de aprender a detectar las esparragueras y localizar los apéndices comestibles, dar un largo y bonito paseo por una zona cercana a la vega del río Tajo. Se trataba de llegar a un promontorio especial denominado “La Cárcava” desde donde teóricamente se podía contemplar una hermosa vista. Lamentablemente, el acceso a la misma se encontraba vallado y aunque no era difícil el soslayar la valla, por arriba, por abajo o por en medio, llegamos un poco tarde y acordamos que sería motivo para intentarlo otro día.
Sin ser una zona llana, tampoco es abrupta, con ligeras ondulaciones que hacen el paisaje agradable. Caminos y veredas, tierras en barbecho, eriales, plantaciones de trigo o campos de almendros u olivos fueron apareciendo y desapareciendo de nuestra vista a medida que avanzábamos, en un silencio agradable solamente roto por nuestras conversaciones. Algunas liebres y conejos se sorprendieron a nuestro paso y pusieron tierra de por medio sin esperan a comprobar nuestras intenciones. El día fue muy agradable, soleado, con un poco de fresquito, y contribuyó a hacer la mañana llevadera y placentera.
Y tras el paseo, ya se sabe como acaban generalmente estas cosas, con buena comida, mejor bebida y agradable charla. Antes del paseo nos habíamos divido en grupos que se encargaron de hacer el acopio: unos al supermercado a por las chuletas, chorizos, morcillas, tomates y lechugas, vino y gaseosa y en general todos los ingredientes para poner la parrilla en marcha y dar cuenta de ello. Otro grupo se acercó a la tahona del pueblo a por el pan y unos bollitos para el café, mantecaditos y “pastas-flora”. Un producto típico de la localidad.
La casa de los padres de Félix está en el centro del pueblo. Una casa con más de quinientos años que conserva el sabor tradicional de antaño. De las de muros generosamente anchos que guardan el calor en invierno y mantienen el ambiente fresquito en verano a poco que las persianas detengan la luz del sol. Me recuerda a la casa de mi abuela en un pueblo de Toledo, si bien esta es de dos plantas y aquella era de una. Félix organizó una excursión a través de una trampilla a la guardilla o desván, parte alta de la casa, inmediatamente debajo del tejado y que suele destinarse a guardar objetos inútiles o en desuso. Allí pudimos contemplar las vigas de madera que llevan más de quinientos años cumpliendo su función de sujetar las ripias sobre las que descansan las tejas. Aunque la luz se colaba por innumerables resquicios, no así el agua. Nos comentó Félix que tienen previsto hacer una remodelación completa del tejado en la que tendrán que decidir si las vigas son reemplazadas por el más moderno material de hierro.
La colecta de espárragos no fue grande pero si suficiente para preparar un aperitivito que añadir a la clásica cerveza y las patatas fritas mientras el fuego cogía tono para asar las carnes. Tiene algo de ancestral el preparar, cocinar y comer algo que has recolectado en el campo. Habría una época que este era el modo de subsistencia de las personas, aunque nosotros lo tenemos olvidado: nuestro campo es el mercado y los productos distan mucho de ser tan naturales.
Una vez estuvieron las ascuas a pleno rendimiento, desfilaron por encima de la parrilla las carnes y de ahí a la mesa, donde reposaban poco antes de ir a parar a los estómagos hambrientos de los comensales. Ya al final, cuando llegaron las chuletas, andaba la gente un poco llena y sobraron algunas. Con el café y no sin esfuerzo, pudimos degustar los mantecaditos y las “pasta-flora”, delicadas y exquisitas. Algunos nos añusgamos al forzar nuestra tragaderas a engullir más de lo que debíamos. Sobraron algunas que hubo que repartir entre los asistentes, no porque no estuvieran deliciosas, sino porque ya no podíamos más.
Un ambiente inmejorable de camaradería prolongó la sobremesa, y sin partida de mús, hasta más allá de las seis de la tarde. Se imponía el recoger y volver a casa. Un día inolvidable y para repetir. Félix está sugiriendo que se le da muy bien hacer gachas y mucho me temo que los demás haremos todo lo posible y lo imposible por estar dispuestos a que nos mande de nuevo “a freir gachas”… siempre que se venga con nosotros.
Sin ser una zona llana, tampoco es abrupta, con ligeras ondulaciones que hacen el paisaje agradable. Caminos y veredas, tierras en barbecho, eriales, plantaciones de trigo o campos de almendros u olivos fueron apareciendo y desapareciendo de nuestra vista a medida que avanzábamos, en un silencio agradable solamente roto por nuestras conversaciones. Algunas liebres y conejos se sorprendieron a nuestro paso y pusieron tierra de por medio sin esperan a comprobar nuestras intenciones. El día fue muy agradable, soleado, con un poco de fresquito, y contribuyó a hacer la mañana llevadera y placentera.
Y tras el paseo, ya se sabe como acaban generalmente estas cosas, con buena comida, mejor bebida y agradable charla. Antes del paseo nos habíamos divido en grupos que se encargaron de hacer el acopio: unos al supermercado a por las chuletas, chorizos, morcillas, tomates y lechugas, vino y gaseosa y en general todos los ingredientes para poner la parrilla en marcha y dar cuenta de ello. Otro grupo se acercó a la tahona del pueblo a por el pan y unos bollitos para el café, mantecaditos y “pastas-flora”. Un producto típico de la localidad.
La casa de los padres de Félix está en el centro del pueblo. Una casa con más de quinientos años que conserva el sabor tradicional de antaño. De las de muros generosamente anchos que guardan el calor en invierno y mantienen el ambiente fresquito en verano a poco que las persianas detengan la luz del sol. Me recuerda a la casa de mi abuela en un pueblo de Toledo, si bien esta es de dos plantas y aquella era de una. Félix organizó una excursión a través de una trampilla a la guardilla o desván, parte alta de la casa, inmediatamente debajo del tejado y que suele destinarse a guardar objetos inútiles o en desuso. Allí pudimos contemplar las vigas de madera que llevan más de quinientos años cumpliendo su función de sujetar las ripias sobre las que descansan las tejas. Aunque la luz se colaba por innumerables resquicios, no así el agua. Nos comentó Félix que tienen previsto hacer una remodelación completa del tejado en la que tendrán que decidir si las vigas son reemplazadas por el más moderno material de hierro.
La colecta de espárragos no fue grande pero si suficiente para preparar un aperitivito que añadir a la clásica cerveza y las patatas fritas mientras el fuego cogía tono para asar las carnes. Tiene algo de ancestral el preparar, cocinar y comer algo que has recolectado en el campo. Habría una época que este era el modo de subsistencia de las personas, aunque nosotros lo tenemos olvidado: nuestro campo es el mercado y los productos distan mucho de ser tan naturales.
Una vez estuvieron las ascuas a pleno rendimiento, desfilaron por encima de la parrilla las carnes y de ahí a la mesa, donde reposaban poco antes de ir a parar a los estómagos hambrientos de los comensales. Ya al final, cuando llegaron las chuletas, andaba la gente un poco llena y sobraron algunas. Con el café y no sin esfuerzo, pudimos degustar los mantecaditos y las “pasta-flora”, delicadas y exquisitas. Algunos nos añusgamos al forzar nuestra tragaderas a engullir más de lo que debíamos. Sobraron algunas que hubo que repartir entre los asistentes, no porque no estuvieran deliciosas, sino porque ya no podíamos más.
Un ambiente inmejorable de camaradería prolongó la sobremesa, y sin partida de mús, hasta más allá de las seis de la tarde. Se imponía el recoger y volver a casa. Un día inolvidable y para repetir. Félix está sugiriendo que se le da muy bien hacer gachas y mucho me temo que los demás haremos todo lo posible y lo imposible por estar dispuestos a que nos mande de nuevo “a freir gachas”… siempre que se venga con nosotros.