Algunas veces me he parado a pensar el grado alto en el que la tecnología está entrando en nuestros hogares. Voy a entender por tecnología el uso de aparatos más o menos sofisticados, con componentes electrónicos y con un grado variable de complejidad en su uso. Unas tijeras serían un aparato mecánico mientras que un molinillo de café sencillo sería un aparato mecánico-eléctrico que no necesita de instrucciones para ser manejado. Pero los aparatos que inundan nuestras casas hoy en día distan mucho de esta pretendida sencillez. Ya no se trata de una inundación, sino de una invasión a la que difícilmente podemos resistirnos.
Recuerdo una viñeta del genial Forges en la que aparecía una persona sentada en el sillón y a su alrededor empezaban a sonar un montón de pitidos que le volvían loco. ¿Nos ha pasado esto alguna vez? No he conseguido encontrarla y he encargado a mi hija que haga una, está en ello, aquí un adelanto, pero no quería retrasar más esta entrega.
Si me retrotraigo a las estancias de la casa en mi niñez, recuerdo pocos elementos o ninguno que se salieran del ámbito de la mecánica. La casa ni estaba en la capital ni tampoco en un pueblo perdido, pongámosla como término medio de aquella época, a mediados del siglo pasado. En un piso pequeño vivíamos siete personas, ya se sabe, a base de literas en las habitaciones. Por no haber no había ni frigorífico, cumpliendo su función un cajón con alambrera denominado fresquera que daba al patio en la parte más fría de la casa. La cocina se alimentaba a base de carbón y astillas compradas en la carbonería del barrio. El resto de componentes eran la vajilla, los cubiertos, los vasos y los utensilios de cocina guardados en la alacena. Todo estático o como mucho mecánico, pues si queríamos machacar unos ajos el sistema era ponerlos en el almirez y atizarlos una y otra vez hasta deshacerlos. Cuando al cabo de algunos años apareció por la cocina la famosa bombona de butano, surgió un elemento un poco más sofisticado cual era el calentador que suministraba agua caliente para fregadero y ducha, un gran invento situado en el cuarto de baño. La sofisticación de aquellos calentadores se reducía a su encendido y apagado y poco más. Hay cachivaches en la casa que llevan con nosotros un tiempo, como el frigorífico pero cada vez es menos un cajón que se dedica a enfriar y conservar los alimentos. Ya están dotados de programas, zona de congelación, evaporación automática y no será extraño ver en el futuro eso que nos anuncian de que ellos solitos van a ser capaces de conectarse a Internet y encargar directamente al supermercado los alimentos que vayan faltando.
Y si pasáramos a otra de las dependencias de la casa, el cuarto de estar o comedor, que no salón, para que vamos a contar. Lo único que recuerdo es una radio, de aquellas de válvulas, donde oíamos los seriales de “Los Porreta”, “Matilde Conesa, Perico y Periquín” o “Ustedes son formidables”. Poca enjundia tenía manejar la radio. Al poco apareció la televisión, en blanco y negro, con dos canales y también poco que aprender para manejarla. Y en las habitaciones o dormitorios de la casa, nada de nada, todo lo más un reloj mecánico de esos con dos campanas encima que te hacían dar un brinco en cuanto llegaba la hora estimada.
Lentamente, de forma continua, los cambios han sido vertiginosos. Y tenemos la casa llena de aparatos que manejamos como podemos, usando muchas veces pocas de sus funciones y posibilidades, si bien de alguna manera cada persona de la casa hace una utilización diferente según sus necesidades y en caso de necesitar algo llama a quién entiende, se supone, algo más. Volviendo a la cocina encontramos allí un sinfín de cacharros llenos de electrónica y mandos incluso a distancia que nos hacen la vida más agradable pero que nos obligan al esfuerzo de aprender a manejarlos. Poner la lavadora no es tan sencillo, no digamos el lavavajillas o el horno microondas o convencional. Pero esto no es todo, ya que por allí puede haber un robot de cocina, una aspiradora que recorre solita la casa, una heladera, una báscula electrónica de pesado de alimentos o un avisador que solo programarle te echa para atrás. No nos olvidemos de la licuadora, picadora, peladora automática de patatas o incluso una freidora eléctrica, además de que el fuego de la cocina se ha transformado en una placa eléctrica de calor por inducción en la que podemos poner la mano encima sin quemarnos aunque esté encendida y las planchas ya se han convertido en centros de planchado. Y por si fuera poco quizá pueda haber algún animal doméstico, como un conejito, cuya jaula pudiera estar dotada de un alimentador automático programable para no tener que acordarse todos los días de ponerle de comer.
Si nos vamos al salón, los aparatos que lo pueblan componen un grupo que solo de pensarlo da mareos. Y cada aparato es un mundo a la hora de manejarlo. Los libros de instrucciones, que leemos por encima en el momento de la compra, llegaron antaño a ser bastante voluminosos y hogaño ni siquiera acompañan a los aparatos y los tenemos que consultar en un CD en el ordenador o en Internet. Una “sencilla” televisión actual requiere todo un curso para ponerla en marcha y algo más si se la quiere sacar partido. No digamos ya un disco duro multimedia o una cadena de sonido. Imposible de conocer cómo funcionan a fondo además de tener un carrito de mandos a distancia que no atinamos a coger cuando nos hace falta.
Dejo para el final el rey de los aparatos de la casa: el ordenador personal. Nacido en 1980, es ya compañero y en más de una unidad en muchos de los hogares, cuyos miembros dedican varias horas al día a interaccionar con él viendo correos, consultando el saldo de las cuentas o simplemente escribiendo en un blog como este. ¿Dónde quedaron las máquinas de escribir, mecánicas, y su papel carbón para hacer copias? Manejar un ordenador, a nivel usuario, puede ser relativamente fácil, pero es un mundo complejo al que alguien de la casa, o algún vecino, tiene que dedicarle muchas horas para saber instalar programas, adaptarlos, configurar el “router” o el correo electrónico o simplemente arreglar algo que no funciona como debiera. En este terreno se han generado, lo digo por mi caso, no pocas enemistades, de amigos que me llaman para que vaya a tomar una cerveza por su casa y de paso ….. le “eche” un “ojo” al ordenador que no funciona. Un amigo mío cuenta un hecho real en relación con esto. Le insistía a este amigo su mujer de que bajara a echar un vistazo al PC de la vecina del 5º porque no le funcionaba el correo electrónico. Tras muchas reticencias, bajó y le apañó como pudo el gestor de correo. A la semana siguiente el mensaje y la petición eran otras: “que dice la vecina que desde que la tocaste el ordenador ….
Como seres pensantes, evolucionamos y adaptamos los avances a nuestra mejora en la calidad de vida. Pero en todo tiene que haber una mesura y nuestra casa debe ser un remanso de paz donde no nos sobresalte un pitido por aquí y otro por allá, donde no nos cree angustia y ansiedad el poner a grabar un determinado programa de televisión, donde asumamos las averías de los aparatos como situaciones lógicas y normales. Cada vez es más necesario buscar el equilibrio entre lo natural y lo tecnológico y no olvidemos que fregar la vajilla a mano es un momento que podemos utilizar para la reflexión.