“Aquellos que no quieren aprender de la historia están condenados a repetirla.”. Esta frase, que encierra mucha enjundia, fue concebida por George Santayana, seudónimo de Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás, filósofo, ensayista, poeta y novelista de la primera mitad del siglo pasado. Luego ha habido muchas variaciones y acepciones de la misma, incluso llegando a aparecer en algunos sitios como un refrán, aludiendo a los errores que se han repetido y se repetirán por no echar un vistazo atrás y valorar lo ocurrido en épocas anteriores. Conocer y entender la historia de la humanidad es un hecho básico para saber cómo hemos llegado a la actualidad y de forma un tanto adivinatoria intuir lo que va a ocurrir a continuación, cual si nos convirtiéramos en adivinos y consultáramos una hipotética bola de cristal.
Hasta hace unos pocos meses estaba “pez” en historia, recordando poco o nada de mis estudios de bachillerato. Entre mis aficiones en lectura se encuentra la novela histórica, que nos puede dar un barniz historiográfico siempre y cuando el autor se moleste al principio o al final del escrito en aclararnos que es lo que hay de histórico y que es lo que hay de ficción en la novela. Pero lo que ha sido un salto cualitativo y cuantitativo en mis conocimientos ha sido la lectura del libro cuya portada ilustra esta entrada, además de asistir a las clases impartidas por el propio autor en un programa para personas mayores en la universidad. Es un libro de ochocientas páginas, sin una sola figura o grabado, que con un lenguaje ameno y entretenido nos pone al día en veintiún capítulos de lo ocurrido desde los albores de la humanidad hasta comienzos del siglo en el que estamos que avanza a pasos agigantados. Hace dos días estábamos todos medio asustados y compungidos con el cambio de milenio y ya han pasado una decena de años casi sin darnos cuenta.
Paul Preston, insigne hispanista inglés, que aprendió español a base de leer libros de historia con un diccionario al lado, decía que
“Una historia bien narrada es una delicia” y este libro da buena fe de ello. Muy recomendable su lectura, bien de un tirón, bien a pequeños sorbos, para conocer los hechos más relevantes de la humanidad. El problema es que, a poco curiosos que seamos, nos puede abrir el apetito y lanzarnos a investigar más a fondo algunos aspectos o épocas más concretas.
¿Qué ocurrió y como se desarrolló la famosa crisis del 29 del siglo pasado? Los años veinte del siglo veinte se conocen como “Los Felices Años 20” y es la época en que se considera el inicio de la sociedad de consumo de masas, una vez superada y asentada la revolución industrial. En los años anteriores al 29 se notaron numerosos signos de desbarajuste, entre ellos la desigualdad en la distribución de los beneficios del crecimiento económico. El hecho es que por unos motivos u otros, nunca hay una sola causa, lo que se produjo es una caída del consumo y una aumento de la especulación, de la obtención de grandes, rápidos y fáciles beneficios.
“Los capitales de los prestamos no se iban a inversiones reales productivas, sino a la especulación de los corredores de bolsa”. La situación estalló de forma brutal en 1929 en Nueva York y fue el comienzo de una grave depresión económica que se extendió en cascada al resto del mundo llevándole por derroteros no conocidos hasta entonces. El pánico estaba servido. ¿Alguna comparación con los momentos actuales en Europa? Solo el paso del tiempo lo dirá pero lo que desde luego está claro es que ninguno de nosotros, ni de nuestros dirigentes y empresarios que dirigen las finanzas parece haberse estudiado lo que ocurrió entonces y por eso, quizá, lo estemos repitiendo.
Hay muchos ejemplos a lo largo de tantos y tantos siglos de historia conocida. ¿Cómo es posible que se llegara a la Segunda Guerra Mundial tan sólo una veintena de años después de la Primera? La Segunda Guerra Mundial acabó de una forma drástica cuando los Estados Unidos utilizaron la bomba atómica en Japón y la humanidad pudo comprobar, algunos en vivo y en directo, y los demás a través de los medios de comunicación, el poder devastador y las consecuencias tan terribles que produjo. Hoy en día asistimos a un volcán en Oriente Medio por las acusaciones de Israel y su aliado Estados Unidos a Irán de estar fabricando armamento nuclear. Siempre se dirá que se fabrica y se tiene de forma intimidatoria, que no es para usarlo. Ayer se cumplió un año del desastre nuclear de la central eléctrica de Fukushima, en Japón, si bien este fue debido a causas naturales. ¿Ya no nos acordamos de Chernóbil? Tenemos poca memoria especialmente en aquello que mientras funciona nos aporta bienestar o riqueza aunque no queramos ver los graves peligros que encierra a corto y largo plazo.
Esto sería eterno, pero no quiero acabar sin una mención al tema de las guerras. En África en estos momentos las hay de todos los colores. En Europa han pasado poco más de una decena de años desde los horrores de Yugoslavia. A principios del siglo XVI tuvo lugar la Guerra de los Treinta Años, con causas religiosas pero con un trasfondo de política en la que andaba presente la fragmentación de Alemania en más de trescientos estados. ¿Autonomías o procesos nacionalistas? Fue devastadora, inhumana, pero doscientos años más tarde, el amigo Napoleón volvió a las andadas con sus ansias de conquista por toda Europa….
No aprendemos. Cuando se pasa de la mera subsistencia vital a tener las necesidades básicas cubiertas y se dispone de tiempo y posibilidades se cae una y otra vez en los errores hasta que un hecho natural o un suceso generado por los hombres nos vuelve a poner a todos en nuestro sitio. Y así seguirá ocurriendo milenio tras milenio. “La Historia es la más leal consejera de los reyes”, Bossuet dixit, pero los reyes, los dirigentes actuales, no quieren saber nada de Historia.
Y hablando de futuribles, me produce algo de sonrisa cuando oigo decir eso de “el mundo que vamos a dejar a nuestros hijos”. Si un hipotético extraterrestre aparcara su nave en cualquier lugar de Estados Unidos y preguntara al primero que viera por allí que era, sin duda la respuesta sería estadounidense. Si cayera en Europa obtendría respuestas de inglés, francés, polaco o similares. Aún más, si cayera en España seguramente le respondería el paisano de turno con madrileño, catalán o gallego. Así van las cosas y así la historia las contará, pero dentro de unos años cuando nosotros, que somos ahora protagonistas, estemos criando malvas.