Muchos pensamos en la de enero, pero el mundo cambia y la verdadera cuesta es la de septiembre. Y eso que este año, con las novedades para algunos de los ciudadanos españoles, funcionarios o asimilados, con el “invento” del Gobierno de quitar la paga extra de diciembre, la cuesta de enero puede renacer con nuevos bríos. Pero quia, la cuesta real, la de verdad, está en septiembre, ahora, tras el verano. La concentración de pagos, algunos de ellos de tipo general y otros que a mí de
forma particular me han caído en suerte, hacen que el bolsillo parezca cual si hubiera sido agujereado por una ametralladora. Se supone que las vacaciones, aquellos que las disfruten, las han pagado con anterioridad, cosa que no siempre es así, pues los plazos con todos sus peligros siguen estando presentes en nuestras economías. Además, estando de vacaciones y en situaciones novedosas, tenemos tendencia a sacar con demasiada alegría nuestras tarjetas cual si fueran pistolas, teniendo la mano un poco más larga. Pero es que nos lo merecemos, leñe, tras unos meses de trabajo y esfuerzo en nuestros cometidos laborales.
La acepción de “cuesta” que estamos manejando aparece en el diccionario pero solo referida a enero y haciendo hincapié en que es la consecuencia lógica de las fiestas anteriores, las de Navidad:
“Período de dificultades económicas que coincide con este mes a consecuencia de los gastos extraordinarios hechos durante las fiestas de Navidad.”. Como si el verano no fuera un período de gastos, en vacaciones, campamentos, estudios de idiomas propios y de los hijos, visitas, saliditas gastronómicas por las tardes y las noches con los amigos, conciertos, fiestas del pueblo… Un sinfín de actividades se concentra en estos dos meses o poco más de verano que son tan fuertes o más que los de Navidad.
Como digo, el mes de septiembre se presenta en el horizonte con unos dispendios anunciados que hacen temblar al más pintado. Depende de las circunstancias de cada uno, pero relaciono los que se dan en mi caso, muy dignos de tener en cuenta. Y vaya por delante que si utilizo las tarjetas lo hago a débito, nunca a crédito, por lo que ese susto a la vuelta me lo ahorro.
Lo primero es el sablazo del ayuntamiento en forma de ese impuesto que siempre se ha llamado de la “contribución” y que ahora hemos sustituido por I.B.I., impuesto de bienes inmuebles. Lo que antaño era casi testimonial ahora ha alcanzado unas cifras astronómicas que suben cual cohete a la luna, ahora que me viene a la memoria el fallecimiento de Neil Amstrong, primer hombre que la pisó. Entre las actualizaciones de los valores catastrales que hacen unos y los ajustes de impuestos que hacen otros, los recibos son más temibles cada año. De los 228 euros que en equivalencia pagaba por mi casa hace veinte años, son ahora 491, más del doble, los euros que me demanda el consistorio. No quiero entrar en porcentajes anuales de subida, que me podría dar un mareo.
Un segundo y no menor sablazo es el tema de los estudios de los hijos o propios. En mi caso y de momento no lo es tanto por asistir a un colegio de esos llamados concertados, pero un buen puyazo es el tema de los libros y material escolar. Este año me las prometía muy felices porque una vecina nos había dejado bastantes libros, a pesar de que muchos de ellos ya estaban “pintados” pues las editoriales, con la anuencia de los proios colegios, los hacen con esa filosofía para que no valgan de un año para otro. Digo que esperaba bajar este año la cuantía por debajo de los 300 euros por niño que anualmente viene costando, pero mi gozo en un pozo: los cuatro o cinco libros que faltaban han alcanzado el montante de 180 euros a los que hay que añadir más de 30 en material. Libros de estudios de niños que pasan ampliamente de los 30 euros con una pinta de cuadernillo de colorines que huele a timo consentido por autoridades, colegios y padres que no nos queda más remedio que tragar. Dentro de unos años, cuando los libros sean electrónicos, que ya lo son en la actualidad en algunos colegios de algunas comunidades, las editoriales se echarán las manos a la cabeza porque se les acabará este floreciente negocio, pero mientras tanto exprimen la teta de la vaca todo lo que pueden. Y no reparten los beneficios pero, eso sí, en el futuro pretenderán repartir los perjuicios.
Un tercero y que a lo mejor lo hago yo por ser muy escrupuloso es la revisión de la caldera de calefacción y agua caliente, es que es obligatoria pero que nadie controla. Menos mal que el colega que se me aparece todos los primeros de septiembre es un tío de esos que llamamos “enrrollao” y me salda la operación por cien euros en un entendimiento entre amigos y sin que nuestros gobernantes se lleven, ahora, veintiún euros sin comerlo ni beberlo, por el valor añadido que supone la revisión, obligatoria y necesaria, de mi caldera. ¿Alguien me explica cuál es el valor añadido que se produce en esta operación de limpieza y mantenimiento?
A grandes rasgos estas son las espadas de Damocles en forma de dispendios que me aparecen tras el verano. A ellos tengo que añadir, por circunstancias otras derivadas de que no sé cómo me las apaño pero llevo varios años teniendo que hacer la revisión anual y de mantenimiento del coche, esa en la que llevas el coche al taller sin ninguna avería y te le devuelven igualito que estaba pero con unas facturas que te hacen temblar. Y si además toca cambio de algo, como este año de los discos delanteros de frenos porque el vehículo ya va estando viejecito, casi es mejor comprar uno nuevo que pagar la reparación. Añadamos alguna concentración de cumpleaños y veremos que la cuesta de verdad es la de septiembre, porque de la paga de julio, esa que todavía se mantiene veremos por cuanto tiempo, ya ni nos acordamos.