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martes, 7 de mayo de 2013

VUELTAS


A vueltas con las vueltas. Usamos muy poco el dinero, cada vez menos, pero siempre hay que llevar algo en el bolsillo. El pago con tarjeta de crédito, un sistema que ya va siendo antiguo, se ha generalizado de tal forma que hay muchos establecimientos que ya exhiben carteles fijando una cantidad mínima para poder ser satisfecha mediante lo que se denomina como “plástico”. Y la cosa no se generaliza más si cabe debido a las altas comisiones que los bancos cobran a los comercios según sus convenios particulares. Aunque según la normativa de las otrora poderosas entidades de crédito está prohibido, algunos comercios indican de forma notoria que no se efectuarán los descuentos si se abona con tarjeta o por el contrario se hará un descuento si se abonan las compras con dinero en efectivo. Incluso he visto alguna tienda y algún restaurante que directamente no admiten tarjetas de crédito: olé sus narices y si se mantienen será porque presentan suficientes atractivos a los clientes para salvar este pequeño, o grande según se mire, inconveniente.

En las transacciones diarias usamos los billetes y monedas en las pequeñas compras o pequeñas consumiciones en bares o cafeterías, pero por lo general la tarjeta sale y entra de nuestra billetera con facilidad. Un asunto que por lo visto a nadie preocupa es el rastro electrónico que vamos dejando y que permite conocer nuestros estilos de vida con suma facilidad a quién disponga de esos datos, que deberían ser solo los bancos pero que no se nos escapa hoy día la facilidad con que los datos se trasiegan, legal o ilegalmente, entre entidades con fines publicitarios primordialmente. Porque si no uno no se explica el recibir antes en papel y ahora de forma electrónica ciertas informaciones muy específicas sobre cuestiones que a priori nos interesan. Deberíamos preguntarnos cada vez cómo y porqué hemos recibido una información y tratar de seguir la vía que nuestros datos han seguido hasta plasmarse en ella.

A modo de ejemplo, supongamos que hemos pasado unos días en cualquiera de las provincias españolas o en cualquier lugar del mundo. Usando la información de nuestra tarjeta, se sabrá en qué tipo de restaurantes hemos comido, en qué tipo de hoteles hemos pernoctado, que compras hemos realizado o incluso a que museos o instalaciones de ocio hemos accedido. Es fácil hacerse una idea de nuestros gustos y nuestras capacidades adquisitivas con los datos de unas cuantas operaciones.

Entiendo que será manía, pero siempre que me es posible y son cantidades no muy altas, utilizo el dinero contante y sonante. También la obtención del dinero, por lo general desde un cajero electrónico indica la posición en la que lo obtenemos, pero nada más, se quedan compuestos y sin información. Normalmente no damos importancia a esto y en aras de nuestra comodidad nos pasamos todo el día facilitando información nuestra a otros, no solo por las tarjetas de crédito sino por otro medio mucho más potente: el teléfono móvil en su forma moderna de “Smartphone”. Saben dónde estamos, que servicios utilizamos, que páginas consultamos e incluso cuando se generalice la tecnología inalámbrica NFC, disponible desde 2003 como un standard, la cantidad de datos sobre nosotros será enorme e instantánea. Todo en aras de “nuestra” comodidad.

Pero volvamos a las vueltas. ¿Comprobamos minuciosamente las monedas del cambio que nos devuelven cuando pagamos algo? Hay muchos timos alrededor de esto y por la poca frecuencia con que lo usamos no estamos al tanto de ellos. También los comerciantes se deben defender de ello. Un modelo a seguir es el de mi carnicero, que sigue el método que ya le enseñara su padre, algo actualizado, y que redunda en beneficio de tendero y de cliente: cuando le das un billete, sea del importe que sea, lo pasa por la máquina detectora de billetes falsos y a continuación lo deja bien a la vista lejos de tu alcance. Procede a dar la vuelta a la vieja usanza, esto es, con el conteo aquel de con esto hace tanto, con esto otro hace tanto y con esto hacen tanto “que es el billete que me has dado”, señalando al billete que está a tu vista. Una vez realizado este ritual y mostrando tú la conformidad, pues te ha hecho comprobar sí o sí el cambio que te da, guarda el billete original en la caja registradora.

Pero no todos los que nos devuelven monedas siguen este ritual. Por lo general, acumulan el cambio en su mano, mezclando billetes y monedas y te los dan de golpe, con lo cual tienes que ponerte a contarlo a su vista. ¿Muestra de desconfianza? Muchas veces por esto no lo comprobamos y nos fiamos, guardando en el bolsillo las monedas y en la cartera los billetes. Si se ha equivocado, queriendo o sin querer, ni nos enteramos. Hace muchos años, en el puesto de chucherías, el señor que lo regentaba intentaba de forma aleatoria timar a los chavales algunos centimillos o incluso pesetas. Yo y mis amigos lo sabíamos y comprobábamos el cambio con pulcritud, pero siempre nos preguntábamos a cuantos detraería algunos dineros sin que se dieran cuenta. Lo que me pregunto ahora es como seguíamos comprando allí.

Este fin de semana me la han jugado en la autopista R-4. Mi manía de no usar tarjetas me hace pasar por las cabinas manuales, un escenario idóneo para el timador. Nunca lo podré saber, pero cuando el empleado de la cabina me devolvió a mogollón el cambio a un billete de 20 euros para abonar 6,95, por su mirada o su actitud tuve la sensación de que me la estaba dando con queso. Pero, claro, es un sitio en el que arrancas a la mayor brevedad por la cola que tienes detrás, sin comprobar tranquilamente el cambio a su vista. El timo es fácil de ejecutar: si le dices que falta algo, te pide perdón y te lo da, pues ya sabe él de que va el asunto. Si arrancas… eurillos al cajón. Una vez arrancado pasé el dinero a mi mujer y le dije que lo contara: treinta céntimos nos faltaban. En este escenario, cuando ya llevas unos metros recorridos es imposible parar, es una autopista, volver y reclamar lo que falta, cuando ya sería tu palabra contra la suya. Ajo, agua y resina que diría un castizo.

Como me gusta aprender de las cosas, seguiré pagando con dinero en los peajes, pero comprobaré el cambio con total y absoluta tranquilidad. Es mi derecho y mi obligación.