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domingo, 28 de abril de 2013

CHISGARABÍS


Estamos acostumbrados a considerar todas y cada una de las promesas que los políticos nos hacen durante las campañas electorales como papel mojado y tenemos muy claro que la posibilidad de algunas de ellas lleguen a ver la luz depende más de las circunstancias que de una verdadera intención de cumplirlas por parte de los que finalmente lleguen a sentarse en la poltrona. Y esto es así a todos los niveles, al menos se me ocurren cuatro, en que interviene la política en nuestro caso español: municipales, autonómicas, nacionales y europeas. Todo es relativo porque se puede votar a un alcalde que al poco tiempo se marcha para dejar a otro: a fin de cuentas no se trata de las personas porque todo está bajo el paraguas de los partidos políticos que manejan a su gusto el quita y pon. Una cosa clara para mi es que no me gusta pensar ni reflexionar sobre asuntos de política porque se me revuelven las tripas y no saco nada en claro, salvo un principio de úlcera estomacal. Pero de vez en cuando las ideas me asaltan y no tengo por menos que dedicar un segundo, o segundo y medio, a quitármelas de encima.

No es cuestión de ponerse a revisar el programa electoral que llevó al gobierno a los actuales dirigentes, que se acercan a su año y medio de mandato desde aquel lejano veinte de noviembre de dos mil once en que arrasaron en las elecciones. Lo que tengo in mente, y me temo que muchos ciudadanos de este país, es que pocas cosas se han cumplido de él y no es esto todo lo malo, sino que de las promesas, más bien comentarios, que, estando ya en el gobierno, nos han ido haciendo no han sido sino mentiras o verdades encubiertas, que son peores. Una de las últimas de ayer es que el paro seguirá como está, por encima de los seis millones, si no empeora, hasta 2016. Si mi cuentas no fallan antes de ese año habrán tenido lugar nuevas elecciones.

Hay que preocuparse de las cosas cuando están tranquilas y no nos vemos agobiados por las prisas, pero ninguno de nosotros se va a poner a pensar ahora en el sistema electoral que tenemos viéndolo a tanta distancia. Cuando se protesta contra el gobierno, todos los argumentos de los políticos se basan en decir que la convivencia pacífica pasa por manifestarse en las urnas cada cuatro años. En los tiempos cambiantes actuales, cuatro años es una eternidad y se me ocurre que debería existir algún mecanismo, difícil de determinar, que permitiese algún control por parte de los ciudadanos sobre las acciones de gobierno. Porque en cuatro años aquellos a los que hemos otorgado nuestra confianza pueden dejar esto hecho un erial.

Hay algunos mecanismos de control, pero sin ser un experto me da la impresión de que todos ellos están atados y bien atados, controlados en última instancia por… el propio gobierno, que de una forma o de otra puede reducirlos o minimizarlos hasta dejarlos en agua de borrajas. Tampoco tenemos mucha capacidad de maniobra en el terreno individual por lo que si algo queremos hacer tiene toda la pinta que necesitamos integrarnos en un partido político, o incluso crearle, con lo cual estaríamos otra vez en las mismas.

En la Constitución de 1978 que nos ampara se consolidaron los partidos políticos como forma de representación y con mucho miedo tras más de cuarenta años de inexistencia. Y mirando atrás, lo que tenemos y está bien fomentado y controlado es un bipartidismo encubierto y con pocas probabilidades de cambio, pues a los otros partidos, minoritarios, le cuesta mucho conseguir un escaño por el sistema electoral vigente. Y cuando uno en estos días echa un poco la vista sobre Italia con su maremágnum de partidos sin ponerse de acuerdo, no deja de pensar que quizá el bipartidismo oficial sea la mejor opción, al estilo de países como EE.UU.: o asnos o elefantes, no hay más posibilidad de elección. Porque ahora parece que la tenemos pero de poco sirve. La única solución es que la mayor parte de los electores nos pusiéramos de acuerdo, en NO VOTAR a ninguno de los dos partidos que nos contemplan alternándose en la poltrona desde hace más de treinta años. Ya hablábamos de esto en la entrada MEDROSÍA de este blog publicada una semana antes de las elecciones pasadas.

Si uno se pone a investigar las opciones de “control” que tenemos se da cuenta de que la capacidad de maniobra es nula. ¿Plantear cuestiones políticas al Tribunal Constitucional? ¿Un Referéndum? ¿Cuestión de confianza? ¿Moción de censura? ¿Iniciativa legislativa popular? ¿Consejo de Estado? Todas las opciones pasan o acaban al final en el Congreso de los Diputados donde el llamado “rodillo” las puede reducir a la nada, y más en estos momentos con mayoría absoluta y por lo tanto sin necesidad de pactos con los nacionalismos, que en anteriores legislaturas han condicionado la acción del gobierno, favorecidos y de qué manera por el sistema electoral. Pero volverán en las siguientes porque tras las elecciones hubo protestas por parte de los partidos políticos nacionales de segunda fila, Izquierda Unida y Unión Progreso y Democracia, pero ya se han olvidado del tema y no lo sacaran hasta cuatro días antes de las próximas elecciones. Esto es como cuando vemos en nuestra cuenta el cargo de la renovación anual de la suscripción a esa revista que ya no leemos y nos conjuramos para anularla al año que viene antes de que venza. Y así un año tras otro.

El sistema “es el que es” y las válvulas de escape o cambio “son las que son”. Si la cosa no funciona hay que reformarla con las posibilidades existentes y siguiendo los procedimientos establecidos. Pero siempre está la posibilidad del “borrón y cuenta nueva”, con sus ventajas e inconvenientes. La Constitución va para 35 años, mucho tiempo ya. ¿Reformarla? Parece que lo está pidiendo a gritos. ¿Hacer una completamente nueva? Pues es otra posibilidad…posible. El problema, como siempre, es quién y cómo se pone el cascabel al gato.