La
lectura causa múltiples impresiones en los que disfrutan de ella que son un
reflejo de las emociones de las que somos capaces los seres humanos. Están en
nuestro catálogo y una forma de hacerlas aflorar es asomarse a las páginas de
un libro. En uno de los clubes de lectura en los que participo de forma activa,
esto es, leyendo los libros propuestos, se planteó como una actividad adicional
un ejercicio de redacción que consistía en escribir unas líneas para cada uno
de estos tres interrogantes: ¿por qué leo?, ¿dónde leo? y ¿qué siento
cuando leo? No todos respondimos a esa llamada, pero los que lo
hicimos dimos una pensada a estas cuestiones resultando unas comunicaciones
curiosas y entretenidas, al menos las de los demás. A continuación van las
mías.
¿Por qué leo?
«Amar la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas»
Montesquieu
Tras casi cincuenta años de lectura de forma más o menos regular, nunca
me había planteado hasta ahora el por qué leo. Una pregunta que no nos
planteamos, que no nos hacemos a nosotros mismos hasta que viene otro y nos la
formula. No hay respuesta, o hay muchas. Simplemente, leo. Lo más básico sería
decir que me gusta, que disfruto. Siempre hay algo que leer y nunca hay
suficientes ratos libres para leer. Y eso es un combate encarnizado contra el aburrimiento,
una palabra que no he «disfrutado» a lo largo de mi vida siempre que haya habido
algún libro o lectura de otro tipo a la que asomarse.
Aparte de entretenimiento y pasar el rato, leer es mi forma de aprender
de una forma práctica aspectos relacionados con el lenguaje, tales como
enriquecer mi vocabulario, ver nuevas formas de redactar, asimilar nuevos
estilos, pulir determinadas expresiones. Antaño, con los libros en papel, me
fijaba en el diseño de las portadas, las contraportadas, las páginas, los tipos
de letra, la distribución en capítulos, los índices, las notas al pie, los márgenes.
Hogaño, todos estos aspectos han desaparecido prácticamente para mí al ser un incondicional
del libro y los lectores electrónicos, por su comodidad y sus enormes
posibilidades.
Leer también es una forma de liberarse, de olvidarse del mundo y lo que
nos ocurre, de los problemas del día a día dejando volar la mente. Un aspecto
fundamental es que no necesitamos a nadie para leer. Es una actividad
solitaria, personal, que puedo decidir por mí mismo y no necesito a nadie para
llevar a cabo. Puedo estar rodeado de gente, pero mi lectura es mía y solo yo
la estoy realizando.
Pero leer tiene para mí un aspecto fundamental en el plano espiritual.
Hay un mensaje que el autor nos quiere transmitir y es de buena educación
escucharle y agradecérselo. Cuando leo enriquezco mi espíritu, incremento mi
tesoro con las sensaciones que me proporcionan los libros solo con solo
asomarme a sus páginas y dejarme embrujar por lo que me transmiten. Uno no es
igual antes y después de leer un libro, sea este del tipo que sea y te haya
gustado o no; sus enseñanzas nos acompañarán el resto de nuestra vida. Algo se
modifica por dentro al integrar experiencias anteriores con las nuevas que
habrán sido evocadas sin duda tras la lectura. Personas y ambientes
desconocidos, reales o imaginarios, han quedado desvelados y puestos a tu
disposición de forma que ya forman parte de ti para siempre, pudiendo ser
utilizados en tu vida diaria. Incluso alguno de ellos, con el paso del tiempo,
traspasarán la frontera entre realidad y ficción haciéndote pensar que han tenido
lugar.
Sabiendo leer, no hace falta nada más para abrir un libro. Otras
actividades, como hacer punto o resolver sudokus requieren un cierto
entrenamiento y aprendizaje, mientras que leer no. Y esto es maravilloso, al
poner al alcance de todos miles de mundos por descubrir.
¿Dónde leo?
«Desde que descubrí los libros electrónicos,
cualquier sitio es bueno para leer»
A lo largo de mi vida, mi sitio de lectura han sido los asientos de los
transportes públicos. Más de treinta años dedicando entre dos y tres horas
diarias al desplazamiento desde mi domicilio al lugar de trabajo han acumulado
muchas horas de lectura. Trenes al principio, autobuses después, y siempre el
Metro han visto pasar los libros entre mis manos de forma constante. Más de dos
horas de lectura diaria han dado para mucho, incluso como parte fundamental
para realizar una carrera universitaria. Es cuestión de aprovechar el tiempo.
Ahora, finalizada esa etapa de desplazamientos, los sitios de lectura
son variopintos. Todos los posibles, en gran parte debido al desarrollo de las
nuevas tecnologías que permiten llevar una biblioteca en tu bolsillo. Los
avances en materia de libro y lectores digitales, a los que soy adicto en grado
sumo, me facilitan sacar de mi bolsillo el teléfono y ponerme a leer en cuanto
dispongo de unos minutos. Esas lecturas rápidas se producen en las esperas, en
el coche, en una cafetería, en las salidas del colegio de mi hija, en los
prolegómenos de una conferencia o reunión, en la antesala del médico o en
multitud de pequeños momentos muertos que surgen a lo largo del día y que son
buenos para avanzar en esa lectura que nos traemos entre manos.
En momentos más continuados, los escenarios caen dentro del hogar. Ese
cómodo sillón de orejas en un rincón del salón, con luz natural si es posible o
con la luz propia de la que dispone el lector electrónico al que soy adicto
proporcionan un entorno íntimo en que refugiarse y dejar volar la imaginación.
Cuando el libro es en papel, las menos de las veces posibles y porque no hay
más remedio, prefiero la mesa con su atril que me permite una posición adecuada
del libro sin tener que soportar su peso en mis manos.
Otro sitio en el que tengo muchos momentos de lectura es el baño. Soy
lento en mis visitas y la lectura de un libro o revista es siempre un compañero
fiel en esta especial habitación, aunque a veces se prolongue la estancia en la
misma debido al enfrascamiento que supone la historia en curso. Salvo en
operaciones de aseo en las que haya agua de por medio, nunca accedo sin algo de
lectura en las manos.
Y por fin, las menos de las veces, la cama antes de conciliar el sueño
por las noches. Aquí, en la actualidad, tengo prohibidos los libros en papel
por la incomodidad que me supone tras haberme acostumbrado al lector
electrónico. Un atril especial que me he fabricado me permite situarlo en la
mesilla en una posición cómoda para la lectura sin tener que usar los brazos y
las manos, excepto para pasar la página. ¿Para cuando un mando a distancia o reconocimiento de voz para pasar página? El único problema, craso problema, es
que el sueño me vence con suma facilidad, incluso por encima de la atracción de
la historia en curso, por lo que acabo cayendo en los brazos de Morfeo y el
libro apagándose automáticamente al cabo de un rato.
El verano añade nuevos lugares de lectura a los que personalmente me
resisto. Pero cuando no me queda más remedio, por presiones familiares, que
pasar algunos momentos en la playa o la piscina, donde el agua me sobra y el
sol me molesta, la compañía de un libro es fundamental. Consigo abstraerme del
bullicio y meterme en la lectura sin mayores problemas.
Y puestos a recordar algún lugar muy especial donde haya leído a lo
largo de mi vida, sin duda tendría que elegir la puerta de la tienda de campaña
en los numerosos campings que he visitado en épocas pasadas, donde por aquello
de madrugar más que mis acompañantes, disponía de unos momentos de paz y
lectura en un entorno al aire libre.
En suma, cualquier lugar y momento es bueno para leer ahora que se
dispone de medios para hacerlo sin habérselo planteado con anterioridad.
¿Qué siento cuando leo?
«Leo, luego existo»
René Descartes (adaptado)
“Libros, caminos y días dan al hombre sabiduría”
Proverbio árabe
Cuando me hago a mí mismo esta pregunta, me vienen a la mente las
primeras escenas de la película no tan infantil de dibujos animados «La bella y
la bestia». Bella es la hija del inventor, una chica peculiar, singular,
distinta de todos sus convecinos, extravagante porque «nunca deja de leer y
cuando lee no se acuerda de comer»; «una muchacha de lo más extraño… que
siempre en las nubes suele estar». Por un momento intenta contar al panadero la
maravillosa historia que ha leído en el último libro y este le da la espalda.
Ella sabe que existe un mundo por descubrir y ver y lo busca afanosamente en la
pequeña biblioteca de la aldea a donde se dirige prácticamente a diario. ¿Ha
llegado algo nuevo? Pregunta con ingenuidad al bibliotecario, a lo que este le
responde: Jejeje… ¿desde ayer? Bella no pierde la sonrisa y se lleva un libro
que ya ha leído dos veces con anterioridad porque en él descubrirá «lugares
lejanos, aventuras, hechizos mágicos, un príncipe disfrazado…»
Leer es transportarse a otros mundos, otras historias, otros personajes
y vivir con ellos sus aventuras, compartir sus emociones y dejarse llevar por
la magia de lo que ocurrió, sea real o inventado, ¡qué más da! Cuando leo pongo
en marcha mi imaginación de forma involuntaria dando forma cual si de una
película se tratara a la historia que me están contando. Las imágenes evocadas
por el texto me sitúan en un mundo que solo existe para mí y por el que
deambulo como si lo estuviera viviendo en propia persona, bien interaccionando
con los personajes, sus emociones y sus historias bien observándolos desde
fuera sin participar. La magia es que la historia puede llegar a ocurrir como
nosotros hemos previsto o tomar un giro distinto y llevarnos por otros senderos
que nos abrirán un mundo de nuevas posibilidades por las que transitar.
Cuando leo me preparo para emocionarme. Para sentir todo el rosario de
emociones que los humanos tenemos dentro y que pueden llegar a ser tan intensas
como queramos si nos dejamos llevar por nuestra imaginación. Podemos sentir
miedo, asco, ternura, alegría, risa y así hasta todas y cada una de las
emociones si permitimos que los textos alcancen nuestras fibras sensibles. Es
sencillo y muy personal. Solo se trata de dejarse llevar.
Pero fundamentalmente, cuando leo siento que aprendo, que mi tesoro
crece y se enriquece, que mi espíritu se alimenta. Desde lo más elemental como
pueden ser aspectos de gramática o redacción hasta formas de ver la vida y
enfocar las cosas que quedarán sin duda guardados en mi acervo, algunos de
forma tan fuerte que, con el paso del tiempo, puedo llegar a tener como ciertos
en mi subconsciente y en todo caso formarán parte de mi vida y me harán ver el
mundo de otra manera de ahí en adelante.