Solo las personas con una cierta edad, y especialmente los varones, sabrán a ciencia cierta el alcance y el significado del acrónimo «mili». El significado es «Servicio Militar Obligatorio» y el alcance dependerá de si se ha pasado por ella y las circunstancias que a cada uno le tocó vivir. Mi padre me hablaba de la suya, que tuvo lugar tras la Guerra Civil Española, y que alcanzó una duración de algo más de tres años, repito lo de tres, en un cuartel en el pueblo de Leganés, Madrid, lejos de su casa a la que regresaba en muy contadas ocasiones y con grandes dificultades por los costes del desplazamiento y el regreso que mi abuelo no siempre podía sufragar.
He dicho siempre, y me reafirmo ahora, que se trataba de un secuestro legal, ideado por el Estado bajo el aparente paraguas de formar a los jóvenes en la instrucción militar, técnicas de combate, manejo de las armas y todo lo que se relaciona con el ejército y sus desempeños. Esto era la teoría, porque la práctica, en lo que a mí respecta, discurrió por otros derroteros. En la época en que yo pasé, obligado insisto, por este secuestro, se realizaban dos meses de campamento seguidos de otros doce en un destino. En aquella época hubiera justificado con relativa condescendencia los dos meses de campamento, donde uno tomaba contacto con lo militar, constituyendo una experiencia cuando menos novedosa y entretenida. Bien es verdad que había cosas anexas que no eran de recibo, incluso en aquella época, como todo lo relativo a la comida, el descanso, la higiene, sobre todo la higiene, y ciertas actitudes de los mandos para con los reclutas que rayaban lo permisible. Hago mención a las vueltas y vueltas a la compañía con el muy alto y gratificante encargo de recoger colillas.
Me han venido estos recuerdos a la mente esta semana tras la lectura de un libro impactante titulado «Un paso al frente», escrito por un teniente de complemento, Luis Gonzalo Segura de Oro-Pulido, y que aun tratándose de una novela de ficción, relata con pelos y señales determinados hechos que por lo que se ve siguen ocurriendo hogaño, en una edición corregida y aumentada de lo que pasaba antaño. Como bien dice este teniente, si es que lo es todavía pues en estos días le están montando partes de faltas y juicios y acabarán expulsándole, antiguamente la ciudadanía podía conocer un poco los entresijos y tejemanejes cuarteleros a través de los comentarios de los que habíamos pasado por ellos. Doce meses en el destino, en mi época, dan para «ver» muchas cosas.
El servicio militar no era igual para todos. Los que llegábamos al sorteo podíamos encontrarnos con destinos bastante lejos de casa mientras otros no llegaban a ese sorteo o se escabullían tras él. Un compañero de trabajo, que tenía «padrino» claro está, tras el campamento, pasó todo el tiempo en un destino al que se acercaba los días de diario de 10:00 a 14:00 y vestido de paisano. Si tuvo traje militar lo utilizó para hacerse una foto y tenerlo guardado en el armario. Supongo que esto sería un caso aislado pero habría que ver cuántos de estos casos se producían.
No se puede generalizar, pero solo reconozco haber dado con un verdadero profesional entre todos los mandos de mi cuartel. Se trataba de un teniente de carrera, de academia, al que por cierto machacaba el capitán con cierta frecuencia por querer hacer las cosas medianamente bien. Dada mi condición de cabo primero, a la que me llevaron obligado, tuve bastantes charlas privadas con este teniente, cuyo nombre recuerdo pero no diré, en las que me reconocía que ciertas cosas, muchas cosas, no estaban bien, pero poco o nada se podía hacer para cambiarlas, salvo que te metieras en líos de los que podías salir escaldado. En mi caso, y por poner la cara por un soldado en un hecho flagrante, acabé una semana en el castillo, que menos mal no me computaron al final de la mili, pues más de uno se quedó allí cuando nos licenciamos todos a «recuperar» los días que había pasado en prisión.
Hay cosas que se hacen una vez en la vida y lo que estás deseando es que pasen cuanto antes para dejarlas atrás y olvidarlas. Los recuerdos de esa época, en que se truncaron de forma rotunda mis planteamientos y expectativas laborales, son tan vívidos que parece que los esté viviendo hoy en día. Personas y situaciones permanecen grabadas a fuego en mi memoria cuatro decenas de años después. Muchas de las vicisitudes y peripecias de los personajes del libro comentado, recordemos que es una ficción, coinciden milimétrica y sospechosamente con situaciones reales vividas directamente por mí. No se trata de entrar en detalles, que no hacen falta, pero los que hayan pasado por esto sabrán que muchas de las situaciones comentadas se daban de forma clara y a la vista de todos. Escribí un diario que me hubiera costado grandes disgustos si mis superiores me lo hubieran pillado, y que he extraviado en el último cambio de domicilio, pero no pierdo la esperanza de que aparezca algún día por algún lado; sería casi como una repetición calcada de muchos de los hechos que se dan a conocer en este libro.
Un período de mi vida, sin contar el campamento, que se alargó doce meses sin pisar mi casa salvo en una ocasión con motivo del mes de permiso, y en el que tuve que vivir como pude, contando los días, poniendo buena cara, haciendo los trabajos que se me encomendaban sin rechistar, sufriendo un servilismo que querían equiparar con disciplina, soportando el poder de los mandos que no su autoridad y en suma, conservar la calma y el aplomo ante situaciones que en la vida civil serían insostenibles pero que en aquel recinto cerrado de aquella ciudad más cerrada todavía constituyeron un verdadero calvario en el que aprendí pocas cosas positivas para mi vida. Algún recuerdo que el tiempo ha puesto en su lugar y un par de buenas amistades que todavía cultivo. Desde luego, si hubiera tenido que acudir a un conflicto, en mi unidad y con mis conocimientos, poco hubiera podido aportar de lo que allí aprendí.