Hacía
tiempo que no me salía la vena automovilista en mis escritos en este blog. A
riesgo de repetirme en alguna cosa, voy a plasmar mis impresiones sobre algunos
aspectos del mundo del automóvil referidos al modo de estacionar que tenemos
los humanos. El título es un sinónimo de «aparcando» debido a que ya hace unos
años hice una reflexión de corte parecido.
Las
relaciones de cada persona con su vehículo o vehículos pueden llegar a ser muy
particulares, desde un desapego total hasta un afecto profundo. Yo me inclino
más hacia la segunda acepción, sin exagerar, y procuro cuidar mi coche dentro
de unos límites razonables. Ello implica que, en el momento de aparcar no
lo deje en cualquier parte y busque aparcamientos que a mi juicio dispongan de
una cierta seguridad, física, para el coche. Por ejemplo, huyo de los
aparcamientos en batería, en los que con mucha posibilidad puedan llenarte las
puertas de «abolloncitos» debido al descuido de los que aparquen a tu lado y
abran la puerta sin excesivo cuidado, especialmente si son niños. En numerosas
ocasiones no es posible evitar el aparcamiento en batería, como en grandes
superficies, pero siempre podemos minimizar este tipo de incidencias buscando una columna
o aparcando el coche un poco más lejos en zonas menos concurridas o que tarden
más tiempo en llenarse.
El
aparcamiento en la calle tiene otras connotaciones. En numerosas ocasiones doy
más vueltas de las que daría el común de los mortales buscando un sitio,
primero donde no esté prohibido y segundo que existan unas condiciones mínimas
de seguridad ante abolladuras. Nunca estaremos seguros de que no llegue uno de
estos conductores que aparcan por contacto y oído y además sentados en un
opulento 4x4 dotado de bola trasera para el remolque y que no dudan en
incrustarte en tus paragolpes, esos que ahora son de plástico y ceden
razonablemente un poquito o se parten a la menor presión.
La
imagen superior izquierda es relativamente frecuente en esa esquina. El
paragolpes arrancado de cuajo, el retrovisor colgando y roto, la aleta abollada
o el lateral debidamente decorado a rayas. El motivo es muy sencillo: en una
calle estrecha de una sola dirección se permite el aparcamiento a ambos lados.
Cuando las ruedas de los coches están en perfecto contacto con la acera, queda
un exiguo espacio donde los coches pasan «vaya-vaya», las furgonetas con
dificultad y otros vehículos de mayor tamaño… golpean o arrancan. Y muchas
veces se largan, como ocurrió en este caso, sin dejar una nota al propietario
que al regresar se encuentra con este pastel.
Yo
nunca dejaría el coche en esa calle, u otras similares, porque en cuanto que el
vehículo de enfrente no haya sido cuidadoso y se haya arrimado bien a la acera,
el estrechamiento del paso solo puede acabar en algún destrozo, como sucede, ya
digo, con harta frecuencia. La Policía Municipal lo sabe, las Autoridades también,
pero se trata de poner a disposición de los conductores la mayor cantidad de
plazas disponibles, aún a riesgo de la integridad de los vehículos. Quizá en
otros países se pudiera pedir daños y perjuicios al Ayuntamiento ante un hecho
de estos por conocer la situación y no tomar medidas. Aquí lo único que cabe es
tener un seguro a todo riesgo y que no te cancele la póliza o aumente la prima por dar muchos
partes aunque tú no hayas tenido la culpa o haya un contrario identificado.
Algunos
conductores, que conocen el percal, insisten en aparcar en esa zona, como puede
verse en la imagen superior derecha. Para evitar los destrozos, suben el coche
a la acera, invadiendo el paso de los peatones, que cobran venganza a su vez doblando
los espejos o limpiaparabrisas cuando no utilizando una llave y decorando a
rayas el lateral que supuestamente queda protegido. La solución está clara:
ampliar una de las aceras y dejar aparcamiento únicamente en un lado de la
calle. Pero el tiempo pasa y la vida sigue…
Claro
que, en esto del aparcamiento, otros son muy suyos, como puede verse en la
imagen inferior izquierda. En un sitio donde caben perfectamente dos coches,
aparcan bien en medio sin preocuparse y se marchan tan tranquilos. Aunque a lo
mejor es una manera de reservar un sitio a un amiguete que venga detrás diciéndole
donde tienes tu coche y cuando llegue que te ponga un «guasap» para moverlo y
dejarle sitio, pero no creo que sea este el caso; parece más como que el que
venga detrás que se aguante y siga buscando sitio.