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domingo, 28 de septiembre de 2014

MAESTROS



Hace unos meses un buen amigo, Manuel, me regaló una obra impresionante. Un libro en blanco y negro como corresponde a la época en la que se desarrolla la historia que no es otra que los años treinta del siglo pasado. Lleva por título «Desenterrando el silencio. Antoni Benaiges, el maestro que prometió el mar» y relata unos hechos que tuvieron lugar en un pueblecito perdido de la provincia de Burgos que aún hoy es difícil de encontrar si no fuera por las herramientas que nos brinda internet. El pueblo se llama Bañuelos de Bureba y se encuentra relativamente cerca de Briviesca, pueblo este más conocido situado en la autopista A-1 que enlaza con el País Vasco. Un maestro catalán recalado en un pueblo olvidado en los años anteriores a la Guerra Civil Española que llenó de ilusiones a sus alumnos y les prometió y les hizo ver el mar a pesar de tenerlo tan lejos. Puede verse a este hombre medio escondido entre sus alumnos en la fotografía que acompaña esta entrada. Su final fue como el de otros muchos en aquellos terribles años y algunos de sus alumnos, que viven todavía, han rescatado su memoria. Un libro impresionante y muy recomendable. En el este enlace puede disfrutarse un vídeo impactante de cinco minutos escasos de duración construido a base de fotografías de Sergi Bernal que cuenta sin palabras cómo se gestó y se hizo este libro.

La enseñanza es vital en la vida de las personas. Los dirigentes quieren formar al pueblo pero no mucho, porque eso les hace libres e independientes y por ello difícilmente controlables. Se prefiere el «borrego» que piense poco, no tenga criterio, y sea fácil de llevar con mensajes y espectáculos en los medios que ahora nos inundan por todas partes. Los programas de enseñanza cambian demasiado en los últimos tiempos y mi opinión personal, por lo que constato en mis propias carnes, es que los niveles de conocimiento han descendido de forma preocupante y alarmante. Y ya no solo es que el nivel sea bajo, sino que los chicos van pasando los cursos uno tras otro con aprobados más que discutibles y sin un conocimiento siquiera mediano de las materias. Desconocimientos que se van acumulando año tras año hasta que llega un momento en que es muy complicado aprender de mayor lo que no se ha aprendido de pequeño. Esto daría para un debate como el que se produjo un día en un club de lectura de los que asisto y que retomaré al final de esta entrada. 

Los maestros marcan la vida de las personas. Y se recuerdan a pesar del paso de los años. Más en la infancia, en la que suelen ser únicos y por varios años, que ya en los estudios superiores. Mi recordada maestra entre los tres y los siete años era una monja concepcionista catalana de nombre sor Rosario. Si me enseñó poco o mucho no lo sé, pero sí despertó en mí las ganas de aprender por el mero hecho de conocer, de saber más. Recuerdo que el día que cumplía cinco años empezaba con mis primeras divisiones. ¿A qué edad empiezan los chavales ahora a hacer estas cuentas? No se les puede enseñar antes a los pobrecitos no vaya a ser que se nos frustren. 

La época siguiente, entre los siete y los diez años, tuve como enseñante a don Román, un maestro recio y duro que se desvivía por sus alumnos, y que utilizaba con medida y rigor el castigo físico para hacernos comprender ciertas cosas y maneras contra las que nos rebelábamos no atendiendo a razones. Sabía tratar bien mi TDAH de libro: un capón a tiempo o un reglazo en los dedos en piña hacían entrar en razón rápidamente y sin problemas al más díscolo.

Los seis largos años del bachillerato de entonces, a caballo entre los sesenta y los setenta arrojaron multitud de profesores, muchos de ellos no todo lo buenos que me hubiera gustado. Para destacar uno, mis recuerdos para el Maestro con mayúsculas de matemáticas de quinto curso, el entonces teniente coronel de la guardia civil José Rodríguez-Medel. Un maestro por vocación en un colegio de curas al que no vimos acabar el año y que ya empleaba métodos universitarios al mantener los libros sin abrir desde el primer día y dar las lecciones por apuntes. Un cura insidioso, de nombre Vicente y de mote «el feto», espiaba sus clases y se quejó al director de que este insigne maestro las comenzaba sistemáticamente con un chiste «verde», algo que no podía consentirse en un colegio religioso, por lo que fue expulsado sin miramientos a mitad de curso. La época universitaria es ya otra historia al haber transcurrido con una cierta edad y a distancia. Aun así, de las pocas clases presenciales a las que pude asistir, destacaría a Maribel Comeche entre unos pocos profesores que se cuentan con los dedos de las manos. 

Y retomando lo anunciado en un párrafo anterior, a continuación consigno el testimonio de una maestra «de las de antes», ya jubilada, que tenemos como integrante en uno de los clubs de lectura en los que estoy inmerso. Ya digo que el tema da para mucho pero por no alargar esta entrada no haré comentarios. 
Pero me ha llamado la atención una cosa que has dicho tú respecto de la escuela, yo creo que es que a veces tenemos confundido, hablo, no soy neutral, eh, he trabajado de maestra durante treinta y cinco años de mi vida con lo cual no soy neutral.
El problema de la escuela es que hoy día, también, hemos deformado el concepto de escuela; la escuela es un sitio de compensación social donde los padres, lógicamente, llevan a sus hijos no para educarlos, sino para que complementen el saber que ellos no pueden llevar, pero el problema es que no es un sitio de compensación social, porque en la escuela, como en todas partes, hay mucha gente que no es vocacional. Entonces, el problema de un maestro, de un educador, su misión es ampliar los horizontes de los niños, enseñarles a pensar y enseñarles a tener un criterio para defenderse en la vida, no que estudien una carrera. Cuando a un niño le enseñas a abrir sus horizontes, a plantearse las cosas, el niño saca sus habilidades y luego es capaz de escoger aquello que más le ha gustado en su vida. Entonces es que lógicamente tenemos un poco deformado el concepto de escuela, porque además, hoy día, y lo digo tristemente, ya digo que me he ganado la vida en ello, en la escuela pública, ojo, no he sido de la escuela privada, vamos y E…. lo sabe, pienso que también, en muchas ocasiones, se ha politizado por todos los bandos y entonces, tristemente, en la escuela no se enseña a los niños a tener unos horizontes amplios, sino que se les enseña a memorizar una serie de temitas que apenas les van a servir en su vida.
Es muy grave lo que está pasando. Yo he luchado por la escuela pública, sufrí una huelga en la que en el año ochenta y tantos me descontaron más de cien mil pesetas de los días que dejé de trabajar. He tenido la suerte de trabajar en muy buenos sitios, con muy buenos compañeros, pero reconozco que los últimos años de la escuela para mí fueron malos, y eso que tuve la suerte de concursar y pasarme a formación del profesorado y allí me he encontrado… yo conocí a E… entonces, porque yo soy mucho mayor que ella aunque le veáis con el pelo blanco, y sin embargo reconozco que la escuela se está deformando porque en la escuela muchos padres llevan a los niños a aparcarlos, porque se necesita trabajar, pero no hemos tenido el raciocinio suficiente de saber elegir que si yo me compro esta casa… pero es que estás acabando de pagar esta casa y queremos comprar una casa en la playa y además … Ha sido una esclavitud para luego estar todo el día en la carretera, no estar ni en la casa de la playa ni en la casa donde vivía, los niños se han criado en ese ambiente y entonces los niños resulta que es el desayuno escolar, a las siete de la mañana y si es posible la equitación y la esgrima hasta las diez de la noche, para que cuando el niño llegue, que se supone que podía la contar a sus padres y comentar cosas, el padre no le hace ni puñetero caso, soy muy «taquera» y la madre se tira en el sofá, el padre también...
    Yo sé lo que pasa, quién llega y dice en la página 47 a la 99 mañana, con lo que el niño llega «puteado» y cabreado, la madre se disgusta pero esto no es enseñar, perdonarme, yo he tenido Los niños trabajan más horas que un adulto, pero es que al padre le molestan en casa. Y ojo, que como regañes a un niño, los padres se te echan encima como si fueras tú la mala de la película. Yo tengo sesenta y cinco años y me jubilé a los sesenta, sinceramente digo que a mí me parece vergonzoso lo que está pasando. Un niño no tiene porqué llevar deberes a casa, pero a mí me han pedido por favor que le ponga deberes, que no saben qué hacer con él toda la tarde…