Y no de Cantimpalos o La Alberca, que están muy ricos. Una de las ventajas que tiene esto de juntar periódicamente unas palabras en un blog es la visita al diccionario de la lengua, una tarea entretenida e enriquecedora, en la que siempre se puede descubrir y aprender algo. En un primer momento la acepción número siete del diccionario oficial disponible en la red habla en el apartado de chorizo de «persona tonta y boba», definición que no es muy aplicable a una relación de casi un centenar de aprendices de próceres que se lo han estado llevando crudo y sin control en los últimos años. Un poco más adelante, una nueva descripción habla de «ratero, descuidero, ladronzuelo» que ya podría ser aplicable aunque no en ese formato sino con mayúsculas, no sé si con premeditación pero sí con bastante alevosía.
La noticia de esta primera semana de octubre de 2014 en todos los medios es el asunto de unas tarjetas negras que manejaban con desparpajo y maestría una serie de señores que rondaban por las altas esferas de esa empresa que fundara el Padre Piquer hace más de trescientos años, el Monte de Piedad de Madrid, y que unos desalmados rateros se han cargado en cuatro días con sus prácticas más que reprobables, algunas de las cuales se van conociendo con cuentagotas y otras muchas más que habrá por ahí y que nunca se llegarán a conocer.
La bilirrubina se me sube a límites peligrosos. Laboré en esa Caja de Ahorros cerca de veinte años, entre 1972 y 1991. Eran otros tiempos y se hacían las cosas de otra manera, pero ya cuando me marché ciertas prácticas no demasiado éticas empezaban a anidar en los aleros de la Entidad. Varios integrantes de esa lista que luego detallaré fueron compañeros míos, aunque alguno que me consta ha estado muy cerca del capo Miguelito echo en falta, pero hay que ver cómo han progresado los condenados. Uno de ellos comenzó a prestar sus servicios como se decía entonces cuando yo me marchaba; ha aprovechado bien estos años. Pero luego volveré sobre esto, antes una pequeña historia.
Allá a mediados de los ochenta, lo que se conoce ahora como planes de pensiones tenían un tratamiento muy opaco y por supuesto interno. Un «asunto interno» que se dice, en el que por lo general los empleados confiábamos porque la empresa y sus dirigentes eran serios y honrados. Como se dice ahora, pondríamos la mano en el fuego por ellos y era un honor decir con orgullo la empresa en la que trabajabas. El montante existente llegó a ser abundante y a algún sesudo pensante se le ocurrió que no era necesario acumular tanto y empezó a ventilar el cajón en forma de unos viajes premio más que estupendísimos para aquellos empleados que a juicio de sus jefes lo merecieran por su desempeño y dedicación. Los pelotas —acepción doce del diccionario— estaban de enhorabuena y algunos de ellos llegaron a viajar al extranjero en viajes de cuatro días «a todo tren». Ahora que ya soy malpensado, pienso que alguien trincaría de alguna forma, bien directamente o a través de la agencia de viajes contratada para diseñar y llevar a cabo esos viajes de verdadero lujo y opulencia.
Cuando algunos compañeros habían viajado dos y tres veces, mi jefe se acordó de mí y me inscribió en la lista. La primera vez conseguí rechazar mi participación alegando que no podía ir por razones familiares. Esta misma razón mosqueó a la señorita de personal, todavía no de recursos humanos, que elevó una queja a mi irresponsable en el sentido de que parecía que me negaba. Me negué a renunciar por escrito a una cosa tangencial a mi trabajo y a mi relación laboral y tuve que aclararle que yo me iba de viaje cuando me daba la gana a mí, con mi dinero si lo tenía y mis planteamientos y sobre todo con quién o quienes me diera la gana. Bastante soportaba a algunos en horario laboral como para tener que reírles las gracias en un viaje. Es de justicia de decir que algunos compañeros, que hasta donde yo sé se cuentan con los dedos de una mano, rechazaron igualmente aquellos viajes. Algún día contaré los problemas que tuve la única vez en mi vida que quisieron darme un «sobre» y lo intenté rechazar, teniendo que admitirlo al final bajo muy altas presiones aunque alguna organización benéfica se alegró de ello, concretamente Cáritas.
No suena ya aquello del 15M pero la indignación en la población es cada vez mayor. Uno de los eslóganes que se usaron en aquellas manifestaciones de hace unos años se me quedó grabado: «No hay pan para tanto chorizo». No son cuatro gatos, son legión los que se apuntan a aquello de «póngaseme donde haya, que ya me encargo yo de cogerlo». La lista publicada esta semana en los medios, que puede consultarse con detalle en esta entrada por el tiempo que esté disponible, arroja unos hechos que no quiero calificar como de juzgado de guardia, porque tengo claro que las leyes están para los que voluntariamente las quieran cumplir. También este vídeo en youtube establece unas comparaciones muy jugosas en sus dos minutos escasos de duración. Estos ladrones de guante blanco, trajeados, encorbatados y encochados, manifiestan sin rubor que ellos no hacían nada gastándose los cuartos en sus caprichos personales y que el problema es de la Caja que no hacía las declaraciones al fisco, que ellos sólo tenían que preocuparse de comprarse lo que les apeteciera, de darse los viajes a todo gas y comer de vez en cuando en alguna tasca un menú de 10 euros al que muchos españoles no llegan hoy en día y se comen la tartera sentados en la acera de la puerta de su empresa.
No sé si me gustaría tener alguna charla con alguno de los presentes en la lista a los que conozco, conocía, no solo a ellos sino también sus familias y sus casas. No estoy hablando del capo Miguel y su cohorte de aduladores agradecidos comprados a base de estas prácticas sino de personas que en otra época fueron normales, trabajadoras y que ahora veo en la lista que con sueldos anuales de cerca de 600.000 euros no hayan tenido bastante y en estos diez años hayan añadido 276.000 más para «gastillos y caprichejos». Algunas, muchas, personas van necesitar toda una vida de trabajo para ganar lo que este sujeto concreto al que me estoy refiriendo se llevaba en un año y al parecer no tenía bastante.
La condición humana no tiene parangón posible. Cuando las personas no tenemos lo que hay que tener, honradez y cabalía, no hay leyes que nos hagan entrar en razón; aquello de si robas mil euros tendrás un problema pero si robas mil millones el problema lo tendrán los otros intentando tocarte las narices mientras te partes de risa desde tu atalaya. ¿A que sí, Miguelito?