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domingo, 19 de octubre de 2014

KAFKIANO



Franz Kafka nació en Praga y es considerado como uno de los escritores más influyentes de literatura mundial. Como nota común en sus escritos, realizados en alemán, el protagonista tiene que hacer frente a un mundo complejo que no alcanza a entender y que lejos de contar con unas mínimas reglas, estas brillan por su ausencia o cuando existen son absolutamente indigeribles. De esto se ha derivado el adjetivo kafkiano utilizado para describir situaciones en las que nos vemos inmersos con creciente desesperación al no poder hacer cosas efectivas para salir de ellas lo antes posible y que por tanto nos generan desazón y cansancio extremos.

Esta semana he vivido una de esas situaciones en carne propia. Todavía no ha acabado pero la voy a referir aquí de forma telegráfica para no cansar al lector, si bien con algunos datos disimulados pero que son tangenciales a la historia.

• En octubre del año pasado, dos mil trece, no se carga en la cuenta corriente en que está domiciliado, desde dos mil cuatro, el recibo de la contribución urbana, actualmente I.B.I. El hecho me pasa desapercibido por no estar especialmente pendiente de una cosa anual y repetitiva que viene funcionando con normalidad desde hace diez años.

• En abril del presente año dos mil catorce, recibimos un apremio procedente de Hacienda por una cantidad extraña como resultado del impago de un recibo. Lo que en principio parecía la clásica multa no bien comunicada por Tráfico, como tiene por costumbre, resultó apuntar tras algunas indagaciones al Ayuntamiento de la localidad donde está la casa cuyo recibo no habíamos satisfecho, cuestión que verifiqué en la cuenta corriente donde no se había cargado ningún importe en las fechas normales, que suele ser a primeros de octubre.

• La cuenta presentó saldo suficiente en esas fechas y no hay constancia de devolución de ningún recibo que hubiera sido presentado al cobro.

• Nos dirigimos al Ayuntamiento a indagar lo ocurrido y allí se lavan las manos diciendo que la competencia para el cobro de recibos la tienen cedida a una empresa que gestiona los recibos de toda la región. Les hago ver que me parece muy bien que cedan los recibos a quién les parezca oportuno pero que los responsables ante mí son ellos y yo no tengo porque dirigirme a ninguna empresa que desconozco, que son ellos los que tienen que hacer las gestiones que procedan e informarme del resultado.

• Ante mi insistencia, que tuvo que ser mucha, hacen una llamada telefónica que da como resultado que «no era el primer caso» y que efectivamente el recibo había sido devuelto por el banco. Tras seguir insistiendo, consigo ponerme al habla telefónicamente con el interlocutor, que tras una lucha encarnizada me dice que no me puede dar datos sensibles por la ley de protección de datos. Le manifiesto que los datos de domiciliación de MI recibo son MIS datos y al final se aviene a decírmelos. Con estupor corroboro que esos datos no son míos, sino que se trata de los de una persona, un banco y una cuenta que me son absolutamente desconocidos.

• Presento ante el ayuntamiento un escrito aportando el justificante sellado de la domiciliación de ese impuesto desde dos mil cuatro y todos los recibos pagados puntualmente en la cuenta especificada.

• Lo estudiarán. Al final el resultado es que «ha fallado la informática» y se ha bailado un número impreciso de números de cuenta que ha afectado a «algunos» recibos. Nunca sabré si fueron uno o ciento.

• Nueva presentación de una reclamación en el ayuntamiento solicitando la devolución del recargo abonado por tratarse de un error de procedimiento suyo. El que se haya equivocado que lo pague. Mencionaré aquí, porque es relevante, que la cantidad cuya devolución solicito es de 26,18 euros, cantidad cobrada como recargo.

• Pasan los meses. Ya casi daba por perdida esa reclamación, cuando me llega una carta oficial de la Recaudación de Hacienda de esta región donde tras contarme el Quijote, parte de Guerra y Paz y el Nuevo Testamento de la Biblia, me dicen que mi demanda ha sido estimada y que van a proceder a la devolución del importe recargado indebidamente.

• Pero para ello, es necesario que les haga llegar un documento denominado «Ficha de tercero», debidamente firmado y, lo que es peor, cumplimentado, donde especifique mis datos y la cuenta bancaria donde proceder a abonar el importe.

• Como decía mi abuela, esto es para mear y no echar gota. Tienen todos mis datos, mi cuenta de cargo, el número de calzoncillos que gasto y me hacen rellenar y enviarles un papel para proceder.

• Relleno la «Ficha de tercero» y descubro que uno de los requerimientos es que el Banco autentique que la cuenta consignada pertenece a la persona que figura en la hoja. Trabajo con un banco por internet, con muy pocas oficinas, por lo que el desplazarse con el papelito a una oficina a que le pongan un sellito es una tarea no baladí.

• Cuando el papelito está debidamente cumplimentado, ja, ja y ja, lo envío por correo certificado a la dirección que me han indicado, Excuso decir que hay que desplazarse a la oficina de Correos, rellenar otro papelito y pagar casi tres euros por el envío certificado, que me permita disponer de un código de seguimiento y tener la certeza y un justificante de que ha llegado a su destino. ¡Más papeles...!

• Pasan los días y recibo una llamada telefónica de la Agencia de Recaudación a la que he mandado la fichita de tercero. Una señora o señorita, menos mal que de forma amable y pidiendo disculpas, dice que la ficha está mal cumplimentada porque falta el IBAN de la cuenta bancaria. Recuerdo perfectamente que no había casilla para este nuevo invento y así se lo hago saber. Se deshace en disculpas por haberme enviado un impreso antiguo y me dice que me envía el nuevo. Con algún esfuerzo consigo facilitarle mi correo electrónico para que me lo envíe por esa vía e intento utilizar la misma para su devolución, pero se me niega en redondo diciendo que el documento va con firmas y sellos y que tiene que ser original.

• Lo malo de esta nueva ficha de tercero, con IBAN, es que hay que pasar por el banco de nuevo para el asunto de autentificar la cuenta. Para no demorar más el asunto me cojo el coche y me desplazo 35 kilómetros hasta la oficina más cercana. Cuando tras una cola de media hora consigo acceder al empleado me dice que no me puede poner el sello porque el nombre que figura no es el mío. Todo el papeleo está a nombre de mi mujer pero le hago ver que la cuenta es indistinta y que yo también figuro en la cuenta.

• No, no y no. Tras mucho tira y afloja, accedo a hablar con un supervisor al que le cuento esta historia de forma sucinta y se apiada de mí: me pone el sellito sin que sirva de precedente y haciéndome ver que eso no se puede hacer por la ley de protección de datos, rataplán, rataplán…

Así estamos en estos momentos. Ahora otra vez ir a Correos, otra cola, otro relleno de papel y otros tres euros de gasto para enviar de nuevo la carta certificada. Esto es el cuento de nunca acabar.

No sé si al final conseguiré ver los euros abonados en mi cuenta. La cuestión es personal y daría igual que fuera un euro o mil el importe solicitado, pero si valoro los gastos que este asunto me está originando en tiempo y dinero de gasolinas, correos y teléfonos, más me hubiera valido no presentar la reclamación de esos veintiséis con dieciocho y haberme estado quietecito. Pleitos tengas y los ganes…