Transcurrían los primeros años de la década de los setenta del siglo pasado cuando tras un año de trabajo me encontré con posibilidades de adquirir mi primer coche, un Seat 127 que costaba por aquel entonces poco más de cien mil de las antiguas pesetas, si los recuerdos no me traicionan. Una de las cosas fundamentales en este asunto es la contratación de un seguro, obligatorio por otra parte, aunque ahora más de uno circula sin él a pesar de los esfuerzos de los estamentos oficiales en detectar, sancionar e inmovilizar a los infractores. Nunca ha sido esto más fácil con el desarrollo de la informática, pero parece que no se quiere o no se dedican los esfuerzos suficientes a localizar a estos desalmados que transitan por las carreteras y calles españolas sin un seguro en vigor que cubra al menos los daños a terceras personas. La Dirección General de Tráfico, un estamento oficial, tiene registrado el parque móvil con permiso de circulación en activo, con los vehículos identificados en cuanto a sus propietarios. Las compañías de seguros, no sé si están obligadas, deberían comunicar a Tráfico los pormenores de las pólizas en vigor referidas a vehículos: un programa informático sencillo que case estas dos informaciones y… «voilá», detectados los vehículos con capacidad de poder circular y sin seguro: a por ellos. Es de suponer que en la realidad no es tan fácil aunque en mi modesto pensar lo que pasa es que además de no dedicarse suficientes esfuerzos a ello, las penas por no cumplir la normativa no son lo suficientemente contundentes para disuadir a los infractores.
Como me ocurre de vez en cuando, me he ido por las ramas. Volviendo al tema de los seguros, se trataba de la compra de primer coche y yo no tenía referencias de ninguna compañía, pues en la familia mi padre no tuvo nunca coche. La primera recomendación vino del entonces mi jefe; laboraba yo en una oficina de la extinta o transformada Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid y él me recomendó que sin ninguna duda contratara el seguro de mi flamante coche nuevo con una empresa llamada Mutua Madrileña Automovilista, una especie de cooperativa dedicada por entonces a facilitar este asunto entre sus clientes, sus mutualistas. Era necesario que te presentara un mutualista y fue él mismo, Carlos García Rubiales, el que me avaló e incluso me acompañó personalmente a las antiguas oficinas de la calle Almagro de Madrid a contratar el primer seguro de automóvil de mi vida.
Han pasado más de cuarenta años de aquello, han pasado varios coches por mis manos y pies y nunca he tenido el más mínimo problema, además de que pienso, aunque no lo he verificado, que el precio del seguro es de los más ajustados sino el más bajo entre las compañías aseguradoras del panorama nacional, pues a medida que pasa el tiempo la cuota anual se va bonificando. Bien es verdad que el número de partes por siniestro que he dado a lo largo de mi vida han sido pocos y por lo general de cuestiones menores en cuanto a pequeños golpes de chapa, rotura de lunas y cuestiones por el estilo, vamos, que creo que he sido un cliente rentable para esta compañía.
Ayer cambié de coche, lo que implicaba un cambio en la póliza. Pensaba ir personalmente a las oficinas cuando el propio vendedor del coche nuevo me disuadió de hacerlo, recomendándome realizarlo por teléfono cómodamente desde casa, sin tener que llamar a un maldito «902». No soy muy dado a realizar estas cuestiones, que además se hacen pocas veces en la vida, por teléfono, porque uno está más que asqueado de aquello de «todos nuestros operadores están ocupados, espere» y lindezas por el estilo. Al final me convenció y me alegro mucho de ello.
Inicié la llamada poco antes de las nueve de la mañana. Tras unas directrices de indicar mediante el teclado numérico la gestión que quería realizar y facilitar mi DNI a través del mismo, en menos de un minuto de espera una más que amable operadora, de nombre Mónica, me dijo aquello de «buenos días, sr. xxxxxx, ¿en qué puedo ayudarle?. En pocos minutos pasé mi coche antiguo a la póliza antigua de mi hijo y actualicé el vehículo nuevo en la mía. Pero no solo eso, antes de finalizar la conversación tenía en mi correo electrónico el documento oficial de la compañía certificando que mi coche nuevo estaba asegurado y listo para circular. Una maravilla. Y no me hicieron la encuesta para calificar la atención porque saben que no es necesaria dado que sus operadores funcionan a las mil maravillas.
La cosa es que en estos más de cuarenta años de mutualista, algo más que cliente, en los que las cosas han cambiado mucho, la atención ha sido siempre exquisita, sin ningún problema en cambios de pólizas, partes, arreglos del coche: todo bien o mejor que bien, excelente. Además, dada mi antigüedad, dispongo de una tarjeta «platino» que me permite realizar otras gestiones, algunas de ellas gratuitas, como por ejemplo los trámites para la renovación del carnet de conducir que son un pequeño problema y coste para los automovilistas. Y por si fuera poco, la empresa se ha diversificado y ampliado sus coberturas a otros tipos de seguro como vida, vivienda y demás. Es justo mencionar también a su fundación, Fundación Mutua, que patrocina numerosos actos culturales, conferencias, conciertos musicales, etc. etc. de forma gratuita y con un nivel de calidad altísimo del que puedo dar fe al asistir con regularidad a alguno de los actos patrocinados siempre que me es posible. El magnífico auditorio de su flamante edificio sito ahora en el Paseo de la Castellana de Madrid merece la pena aunque sea solo verlo.
Es irrelevante con el asunto central de este tema, pero aprovecho para comentar un hecho curioso: el coche nuevo es el mismo modelo de la misma marca que el anterior, con las mismas características y niveles de equipamiento, eso sí, actualizado y remodelado tras diez años. Pero lo curiosos es el precio: me ha costado, insisto que tras diez años, dos mil cien euros menos que el anterior, de 18.800 que costó antaño a los 16.700 de hogaño. Con ello uno puede pensar que ahora los regalan o que antes se pasaban en los precios. La evolución y la competencia tienen estas cosas. Y como consecuencia de esto, al actualizar la póliza del seguro encima me ha abonado ciento y pico euros. Alguna alegría tenía que tener el pobre que ve como mes tras mes sus salarios, cuando los tiene, son mermados a pasos agigantados.
Y ya como colofón, si esta empresa de nombre Mutua Madrileña Automovilista funciona así de bien y desde hace tanto tiempo, como es que «otras», con mucha más capacidad y potencia, funcionan cada vez peor en sus atenciones telefónicas, en sus trámites en oficinas, en muchas otras cosas… ¿será que sus dirigentes tienen algunos fines crematísticos o espurios más importantes a los que dedicar sus esfuerzos que a mejorar el servicio prestado a sus clientes?, porque si no, no me lo explico. Cada cual que saque sus conclusiones pero ya me gustaría que muchos estamentos oficiales y privados se imbuyeran del espíritu que parece presidir esta compañía desde hace décadas en la que el servicio y la atención a los clientes es su primera razón de ser. No dudo que tendrá sus entresijos y habrá quién la critique, por ejemplo, por gastar sus dineros en organizar torneos de tenis, pero en mi caso… chapó. Otros patrocinan carreras de coches o partidos de fútbol y no funcionan tan bien, aunque, como todo, esto es opinable.