Por
mucho que intentemos con todo nuestro empeño vivir tranquilos y sin
sobresaltos, la sinrazón que nos rodea por doquier se ocupa de asaltar nuestra
paz y darnos motivos para tener que estar ojo avizor a todo lo que se menea.
Esta reflexión y las que siguen vienen a cuento de una propaganda recibida por
correo en esta semana y que a priori parece inofensiva, una de tantas que
recibimos. Pero antes hagamos un poco de historia.
Los
más entrados en años recordarán el advenimiento en España del dinero de
plástico allá a finales de los años setenta del siglo pasado. Yo lo recuerdo
perfectamente dado que por aquellas fechas me ganaba el pan laborando en el
denominado “Equipo electrónico” de la
extinta Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. Ahora se llamaría centro
de cálculo, informática, C.P.D., o cualquier otra denominación similar. Tras un
intenso trabajo con un tema novedoso y para el que estábamos en contacto con
americanos e italianos, la «Caja», sin consultar a sus clientes, generó y envió
cerca de dos millones de tarjetas de plástico cuya primera finalidad era que
los clientes comenzaran a operar en los cajeros automáticos que empezaban a
instalarse en las oficinas. Los dos primeros cajeros, con los que hicimos las
pruebas para poner en marcha el sistema, estaban ubicados en Madrid, uno en la
mismísima Puerta del Sol y otro en la cercana calle de Barquillo, bueno, lo de
cercana hablando en términos de distancias en Madrid, pues no sería tan cercana
en pueblos o ciudades más pequeñas.
Con
el paso del tiempo, el llamado dinero de plástico se generalizó y pudimos
utilizarlo en tiendas y comercios, si bien en aquellos momentos, si mi memoria
no me traiciona, realizando operaciones de crédito, esto es, los importes se
iban acumulando y a principios del mes siguiente nos venía la sorpresa de
golpe. Con el incremento de las operaciones, resultaba muy difícil llevar la
cuenta de los dineros que nos íbamos gastando a lo largo del mes, con lo que
surgió la figura de las operaciones de débito, esto es, que los gastos eran debitados
al instante en nuestra cuenta, con lo que en todo momento teníamos control de
lo que nos quedaba para el resto del mes. Yo no tuve ninguna duda y desde el
primer momento en que fue posible puse mis tarjetas en la modalidad de débito,
con lo que o tenía dinero o no había operación. Lo aprendí de mi abuela: si lo
tengo lo gasto y si no, me aguanto y ahorro.
De
esto debe de hacer una treintena de años que han sido de relativa tranquilidad
en estos asuntos pero que pueden acabarse a poco que no prestemos atención a la
propaganda que recibimos. ¿Propaganda? Eso es al menos lo que parece, una
información más de las muchas que caen en nuestro buzón, pero que conviene
leer, y además muy atentamente, para no verse inmerso en una vuelta al pasado
que puede traer consecuencias, especialmente para personas no tan jóvenes que
no controlan estos cambios que se nos imponen a traición y con agostía.
Los
sesudos pensantes de esta entidad bancaria han decidido, por nosotros y sin
encomendarse ni a Dios ni al diablo, que se ha terminado el asunto de las
operaciones de débito y que nuestras tarjetas tienen que ser de crédito. Al
menos eso pone en la propaganda y si no leemos atentamente así les ocurrirá a
gran parte de sus clientes dentro de pocos días, concretamente el uno de
septiembre. ¿Cabe en la cabeza mayor despropósito?
Lo
lógico sería que me ofertaran algo, insisto, me ofertaran, y tras estudiarlo y
valorarlo por mi parte, tuviera que hacer yo alguna acción para obtenerlo. Pero
no, aplican la oración por pasiva, que hace años se implantó entre las
empresas, que es que LO VAN A HACER
y si quiero que no lo hagan, soy yo el que tengo que mover ficha y emplear mi
tiempo en preocuparme de hacerles llegar mi disconformidad para evitarlo. Y
todo ello si me entero, porque ya sabemos lo que solemos hacer con aquellas
cosas que parecen propaganda, que sin leerlas las arrojamos directamente al cubo
de la basura o del papel para los que lo llevamos a reciclar. La frase del final del folleto no tiene desperdicio: «Aprovecha todas tus ventajas de la tarjeta... No obstante, si no estás interesado en las nuevas condiciones, llama ahora al 900 20...».
Menos
mal que tengo que reconocer que la atención telefónica, en un número 900 gratuito, fue rápida y casi casi
inmediata. Pero no quiero ni pensar en lo que puede pasar si los cientos de
miles de clientes se lían a llamar en estos escasos diez días que quedan de
agosto, que por otra parte es lo que se merecían. Me atrevo a aventurar lo que
va ocurrir: entre vacaciones, ausencias, no prestar la debida atención a la
información y cuestiones similares, una gran parte de los clientes no se
enterarán de la medida y la sufrirán en sus carnes si miran sus cuentas y
empiezan a ver que sus compras no son cargadas a diario. Entonces si es posible
que empiecen las llamadas, como siempre, a tiro pasado.
Me
gustaría poder preguntar a la cara al sesudo directivo que ha tomado esta
decisión, y a su equipo, y a los que están por encima y por debajo, a ver qué
es lo que se pretende con esta medida, que están en su derecho de tomar, pues
no olvidemos que en la práctica las empresas pueden hacer lo que les dé la gana
con sus clientes, que podrán tomar la decisión de seguir bajo sus designios o
mandarlas al guano y hacerse clientes de otra que funcione menos mal, porque que
funcione mejor empiezo a pensar que es imposible. Y lo
malo es que no las tengo todas conmigo, porque no tengo ningún justificante
físico de mi desacuerdo manifestado telefónicamente salvo la información verbal
del operador que me atendió por teléfono y que me dijo que quedaba registrada
mi petición. Trataré de ver vía internet si en algún sitio aparece como
registrada mi negativa rotunda a este cambio.
Así
que ya sabe, toca aplicarse aquel dicho popular de «al papel y a la mujer hasta el culo le has de ver» porque «hoy es un buen día, seguro que viene alguien
y lo jo…» y aunque nos parezca que es propaganda lo que cae en nuestro
buzón, nos vemos obligados a leerla con cierto detenimiento si no queremos
tener sorpresas desagradables. Y lo siento, pero para acabar me viene a la
mente el caso reciente de un alto directivo de esa empresa que ha dejado de
laborar y se ha retirado con un emolumento de CINCO MIL euros DIARIOS hasta que
se muera. Por lo menos podían hacer las cosas medianamente bien y dejarnos en
paz. Lo particularmente raro es el conformismo que tenemos, que aguantamos con
todo.