La
pregunta es muy sencilla y muy directa: ¿Qué sentido tiene hoy en día tener
depositado en un banco nuestro dinero? Me refiero al poco dinero del que
dispone el común de los mortales para hacer frente a su vida diaria.
Si
hacemos un poco de historia y es algo que recordaran bien los de mi generación
que ya empezamos a peinar canas, a finales de los años setenta del siglo pasado
fue cuando se produjo el boom de las operativas bancarias fomentado en buena
medida por la irrupción de las tarjetas de plástico y la informatización masiva
de las operaciones en potentes ordenadores y terminales en las oficinas
bancarias. Comencé mi andadura en 1972 como administrativo de una oficina de
una caja de ahorros madrileña que ya no existe en la que todas las operaciones
se hacían a mano, anotándose en las famosas libretas de ahorro o en las fichas
de las cuentas y calculando los intereses devengados de forma unitaria operación
a operación. Todo iba al día registrado puntual y manualmente, sin intervención
ninguna de los ordenadores, solo el bolígrafo y la calculadora auxiliar para
hacer las operaciones. Recordemos que esto ocurría en este caso concreto en
1972.
Por
aquellos años, las operaciones de las personas normales eran de ahorro; las
nóminas se cobraban en billetes, se preservaban en las casas para el gasto
diario y se ahorraba un poco en la cartilla. Por cierto, en aquellos días
además de ser una forma de ahorro, los depósitos estaban remunerados con un 2,50%
de interés quincenalmente calculado si la memoria no me falla. Las cuentas
corrientes, más destinadas a empresarios, estaban remuneradas con el 0,75% de
interés diariamente calculado y tenían lógicamente más movilidad por aquello de
los talones y las letras de cambio muy al uso en aquella época y que hoy en día
prácticamente han desaparecido.
Con
muchos pocos de aquellos dineros depositados, el banco o la caja reunía un
capital que era la base de su negocio, su razón de existir, y que bien
trabajado y colocado en inversiones y préstamos le procuraba unos beneficios
parte de los cuales revertía a los propios depositantes mediante el interés que
hemos comentado. No se pagaban, o muy pocos, recibos de consumos por el banco
ya que para eso estaban los cobradores, básicamente del agua, la luz y pocos de
teléfono, que pasaban por las casas personalmente a efectuar los cobros.
¡Cómo
ha cambiado la situación hoy en día! Los cobradores han desaparecido y las
empresas nos fuerzan literalmente a domiciliar y pagar los recibos de consumo
de decenas de cosas por banco: no solo consumos básicos de los domicilios sino
colegios, suscripciones a periódicos y revistas, el gimnasio o la peña de
amigos. Las operaciones en las cuentas bancarias de las personas corrientes se
cuentan hoy en día por decenas y no es raro que al cabo de un año hayamos
alcanzado entre retiradas de dinero en efectivo, pagos en comercios y recibos
varios centenares de operaciones al cabo del año en nuestras cuentas bancarias.
Con
esto, los bancos han reinventado su cometido y no solo no nos dan ningún interés
por nuestros depósitos sino que en muchas ocasiones y con las temidas
comisiones que van y vienen nos cobran por sus «servicios», unos servicios a
los que nos hemos visto obligados por ellos y por las empresas. Siguen teniendo
nuestros ahorros, funcionan con ellos como base de su existencia pero ahora nos
cobran por ello. Estamos refiriéndonos a las cuentas normales del día a día del
común de los mortales, no a grandes capitales e inversiones que son tratados de
otra manera con tejemanejes que en muchos casos bordean la legalidad o que
tienen una letra pequeña que al cabo del tiempo se transforma en engaños o
fraudes como el caso de las preferentes que todavía colea por ahí.
Tras
todos estos devaneos, repito la pregunta: ¿merece la pena tener nuestro dinero
en un banco? Evidentemente nos vemos obligados a tener algo que nos permita
afrontar los nuevos modos de vida en domiciliaciones de recibos o uso de
tarjetas, pero… ¿también esos ahorrillos los debemos tener ahí si no nos
reportan un interés por ellos y nos fríen a comisiones? Con periodicidad los
empleados de bancos acosan a esos clientes que mantienen unos ahorrillos
sustanciosos con ofertas de inversiones que siempre habrá que valorar con
cuidado y con una cierta desconfianza viendo lo ocurrido y sobre todo leyendo
la letra pequeña dos y tres veces.
El
asunto es que teniendo el dinero en el banco quedamos controlados por bancos y
por organismos oficiales que de alguna forma indirecta saben nuestra capacidad
y pueden utilizarla para diferentes fines. La alternativa es el famoso banco
privado personal de toda la vida: «bancolchón»,
donde el dinero nos va a rentar lo mismo que el banco pero como hacía el tío
Gilito podemos contarlo y verlo siempre que queramos, solo sabremos nosotros lo
que tenemos y estaremos a salvo de algún «corralito» o «idea mágica» que se le
ocurra al político o banquero de turno. El único y verdadero problema y es el
que nos hace a muchos no utilizar ese banco privado personal es la seguridad
ante los robos y asaltos a los domicilios, donde se demuestra que es mejor no
tener nada de valor en casa y menos dinero. Algunos optan por las cajas
fuertes, pero tampoco es una solución si nos encontramos en el domicilio cuando
llegan los ladrones y nos obligan a abrirla de forma coercitiva. Otra
alternativa son las cajas de seguridad de las que disponen algunas oficinas
bancarias pero por el momento es un sistema de poco alcance y reservado para
ciertos clientes, no para que el común de los mortales guarde allí sus ahorrillosa
salvo de miradas indiscretas.
Seguiremos
sin utilizar el «bancolchón personal»
por el momento, pero bien harían los bancos en diseñar alguna alternativa porque
el sistema no se mantiene por sus bondades sino a pesar de sus inconvenientes.