No podía dar crédito a lo que veían sus
ojos. Tantas horas de trabajo, documentación, correcciones, reuniones con su
agente y la editorial… todo un mundo para tenerlo todo a punto y al final, el
acabose. Él, que era un autor consagrado, con decenas de libros publicados, con
experiencia, bajo el paraguas de una de las mejores editoriales
internacionales… no podía estar pasando, no podía estar ocurriendo, no podía
estar ocurriéndole a él.
Tenía multitud de seguidores en la red
social Twitter, que atendía a diario empleando mucho tiempo, pero le
compensaba. Un escueto tweet, que quería ser cercano, le sacó de sus casillas:
un tuitero identificado con el usuario @xxxxxx le citaba en uno de sus trinos y
le felicitaba por el libro. Ver para creer.
La editorial se había empeñado, en contra
de su voluntad, en anunciar la publicación con meses de antelación. Antes del
verano ya andaba insertando publicidad en los medios, cuando la aparición
estaba prevista para finales de noviembre; mucho tiempo, demasiado. El libro
tendría tirón pues no en vano era uno más de una larga serie que los lectores
devoraban y que incluso había llegado a convertirse en película en un par de
ocasiones.
Conteniendo la rabia y antes de cualquier
acción, procedió a responder a su interlocutor de forma escueta y elegante, a
través de la misma red.
—Cita
de libro aún no publicado. Uhum.
El texto de libro se había filtrado y
había llegado a ese lector que le felicitaba, tras haberlo leído supuestamente,
estaría bueno. Cabía la posibilidad de que fuera un hecho aislado y la filtración
solo hubiera llegado a esa persona, pero su experiencia en el mundo de los
ceros y los unos le decía que la cosa iba más allá. Ya hace unos años ocurrió
lo mismo con otro autor de renombre, que tuvo que lidiar con el hecho de que su
libro, completo y correcto, se filtrara a unas páginas ilegales que permitieron
la descarga del mismo con una semana de antelación a la fecha anunciada de su
publicación. Ahora le estaba ocurriendo a él. Mala suerte. Poco podía hacer él
aunque de cara al futuro intentaría algún movimiento.
Lo primero, una llamada rápida y concisa
a su agente para comunicarle lo que estaba ocurriendo y a continuación una
reunión urgente con la editorial para poner en su conocimiento el hecho y
llegar a determinar lo que podía haber ocurrido. Mil ideas pasaron por su
cabeza, porque el manuscrito, ahora una pieza de ordenador, lo había hecho
llegar fuera del mundo editorial a unos cuantos amigos de confianza para que le
dieran su opinión. Confiaba en todos ellos, pero quién sabe, antaño con las fotocopias
era un poco más complicado, pero hogaño los ficheros vuelan y en un instante
pueden estar replicados en la otra parte del mundo y caer en lectores
electrónicos indeseables.
Algunas veces lo había pensado, pero su
desconfianza no llegaba a tanto. Variar algún párrafo en todas y cada una de
las copias que facilitaba a amistades y a la propia editorial, de forma que si
alguna de ellas llegaba a ser puesta en circulación, al menos sabría de donde
había venido la filtración. Se conjuró a hacerlo la próxima vez y eso le llevó
a llamar a un amigo experto en informática para que fuera dando una pensada a
la forma de hacer esto para ocasiones venideras. Su amigo no se sorprendió de
la consulta y le dijo a bote pronto que eso era muy fácil, que había antecedentes
de ese tipo de acciones en los años setenta del siglo pasado cuando IBM ganó
una querella a FUJITSU por copia ilegal de sus programas, demostrándolo ante el
juez al aplicar una plantilla en un texto que dejaba claro quién era el
propietario. Una victoria más moral que económica, el daño estaba hecho, pero
que dejó constancia de la profesionalidad de IBM y la chapucería de los
japoneses, expertos por otro lado y en aquellas épocas en hacer este tipo de
enjuagues tecnológicos.
Pero el amigo informático le sugirió que
se daría una vuelta por la red a ver si la cosa era individual o había llegado
a mayores. Él le agradeció su ofrecimiento y quedó a la espera de la
comunicación de sus pesquisas. No tardó ni media hora en recibir la llamada con
la información de que ese libro llevaba colgado y disponible en la red desde
hacía varios días en un portal ilegal y que cualquier usuario podía hacerse con
él de forma anónima, dejando solo el rastro de su dirección IP. Pero lo más
seguro es que hubiera accedido a otros muchos contenidos y probablemente no se
podría certificar si había obtenido su libro en concreto. Para ello sería
necesaria la colaboración de los gestores de ese portal, que utilizaba un
sistema llamado de CloudFlare que permitía irle moviendo por varias ubicaciones
a lo largo del día y que con toda seguridad estarían lejos del alcance de las
autoridades españolas e incluso europeas. En la última hora el portal había
estado en Luxemburgo, Bulgaria y Singapur.
La globalización, pensó, muy buena para
unas cosas y tremendamente perniciosa para otras. Poco podía hacer. Él, que era
un acérrimo defensor desde sus comienzos del libro electrónico, ya estaba
cansado de anteriores escaramuzas en la red con los amigos de lo ajeno. Era
inútil, un caso perdido, al menos por el momento. Ajo, agua y resina, no
quedaba otra. Bueno, sí, esperar al día señalado para la publicación oficial,
tanto en papel como en formato electrónico, a ver cómo marchaba la venta de
ejemplares, aunque había tenido grandes diferencias por la gestión de los
precios con la editorial: mientras que el clásico en papel se vendería al
asequible precio de 17,50 euros, el precio del ebook había sido fijado en
contra de su voluntad en 12,80, una cantidad que sobrepasaba esos límites no
escritos de los 10 euros que otros autores y editoriales manejaban en sus
lanzamientos.
Con pocas esperanzas, cuatro días antes
de la salida al mercado accedió de nuevo a un conocido portal de venta de
libros para comprobar si sus peticiones de rebaja del precio del libro
electrónico habían sido escuchadas. Comprobó con satisfacción que sí al ver el
precio establecido en 9,99 euros. Menos excusas para los amigos de lo ajeno.