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domingo, 19 de noviembre de 2017

peroCIERTO



No podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Tantas horas de trabajo, documentación, correcciones, reuniones con su agente y la editorial… todo un mundo para tenerlo todo a punto y al final, el acabose. Él, que era un autor consagrado, con decenas de libros publicados, con experiencia, bajo el paraguas de una de las mejores editoriales internacionales… no podía estar pasando, no podía estar ocurriendo, no podía estar ocurriéndole a él. 

Tenía multitud de seguidores en la red social Twitter, que atendía a diario empleando mucho tiempo, pero le compensaba. Un escueto tweet, que quería ser cercano, le sacó de sus casillas: un tuitero identificado con el usuario @xxxxxx le citaba en uno de sus trinos y le felicitaba por el libro. Ver para creer.

La editorial se había empeñado, en contra de su voluntad, en anunciar la publicación con meses de antelación. Antes del verano ya andaba insertando publicidad en los medios, cuando la aparición estaba prevista para finales de noviembre; mucho tiempo, demasiado. El libro tendría tirón pues no en vano era uno más de una larga serie que los lectores devoraban y que incluso había llegado a convertirse en película en un par de ocasiones.

Conteniendo la rabia y antes de cualquier acción, procedió a responder a su interlocutor de forma escueta y elegante, a través de la misma red.

Cita de libro aún no publicado. Uhum.

El texto de libro se había filtrado y había llegado a ese lector que le felicitaba, tras haberlo leído supuestamente, estaría bueno. Cabía la posibilidad de que fuera un hecho aislado y la filtración solo hubiera llegado a esa persona, pero su experiencia en el mundo de los ceros y los unos le decía que la cosa iba más allá. Ya hace unos años ocurrió lo mismo con otro autor de renombre, que tuvo que lidiar con el hecho de que su libro, completo y correcto, se filtrara a unas páginas ilegales que permitieron la descarga del mismo con una semana de antelación a la fecha anunciada de su publicación. Ahora le estaba ocurriendo a él. Mala suerte. Poco podía hacer él aunque de cara al futuro intentaría algún movimiento.

Lo primero, una llamada rápida y concisa a su agente para comunicarle lo que estaba ocurriendo y a continuación una reunión urgente con la editorial para poner en su conocimiento el hecho y llegar a determinar lo que podía haber ocurrido. Mil ideas pasaron por su cabeza, porque el manuscrito, ahora una pieza de ordenador, lo había hecho llegar fuera del mundo editorial a unos cuantos amigos de confianza para que le dieran su opinión. Confiaba en todos ellos, pero quién sabe, antaño con las fotocopias era un poco más complicado, pero hogaño los ficheros vuelan y en un instante pueden estar replicados en la otra parte del mundo y caer en lectores electrónicos indeseables.

Algunas veces lo había pensado, pero su desconfianza no llegaba a tanto. Variar algún párrafo en todas y cada una de las copias que facilitaba a amistades y a la propia editorial, de forma que si alguna de ellas llegaba a ser puesta en circulación, al menos sabría de donde había venido la filtración. Se conjuró a hacerlo la próxima vez y eso le llevó a llamar a un amigo experto en informática para que fuera dando una pensada a la forma de hacer esto para ocasiones venideras. Su amigo no se sorprendió de la consulta y le dijo a bote pronto que eso era muy fácil, que había antecedentes de ese tipo de acciones en los años setenta del siglo pasado cuando IBM ganó una querella a FUJITSU por copia ilegal de sus programas, demostrándolo ante el juez al aplicar una plantilla en un texto que dejaba claro quién era el propietario. Una victoria más moral que económica, el daño estaba hecho, pero que dejó constancia de la profesionalidad de IBM y la chapucería de los japoneses, expertos por otro lado y en aquellas épocas en hacer este tipo de enjuagues tecnológicos.

Pero el amigo informático le sugirió que se daría una vuelta por la red a ver si la cosa era individual o había llegado a mayores. Él le agradeció su ofrecimiento y quedó a la espera de la comunicación de sus pesquisas. No tardó ni media hora en recibir la llamada con la información de que ese libro llevaba colgado y disponible en la red desde hacía varios días en un portal ilegal y que cualquier usuario podía hacerse con él de forma anónima, dejando solo el rastro de su dirección IP. Pero lo más seguro es que hubiera accedido a otros muchos contenidos y probablemente no se podría certificar si había obtenido su libro en concreto. Para ello sería necesaria la colaboración de los gestores de ese portal, que utilizaba un sistema llamado de CloudFlare que permitía irle moviendo por varias ubicaciones a lo largo del día y que con toda seguridad estarían lejos del alcance de las autoridades españolas e incluso europeas. En la última hora el portal había estado en Luxemburgo, Bulgaria y Singapur.

La globalización, pensó, muy buena para unas cosas y tremendamente perniciosa para otras. Poco podía hacer. Él, que era un acérrimo defensor desde sus comienzos del libro electrónico, ya estaba cansado de anteriores escaramuzas en la red con los amigos de lo ajeno. Era inútil, un caso perdido, al menos por el momento. Ajo, agua y resina, no quedaba otra. Bueno, sí, esperar al día señalado para la publicación oficial, tanto en papel como en formato electrónico, a ver cómo marchaba la venta de ejemplares, aunque había tenido grandes diferencias por la gestión de los precios con la editorial: mientras que el clásico en papel se vendería al asequible precio de 17,50 euros, el precio del ebook había sido fijado en contra de su voluntad en 12,80, una cantidad que sobrepasaba esos límites no escritos de los 10 euros que otros autores y editoriales manejaban en sus lanzamientos.

Con pocas esperanzas, cuatro días antes de la salida al mercado accedió de nuevo a un conocido portal de venta de libros para comprobar  si sus peticiones de rebaja del precio del libro electrónico habían sido escuchadas. Comprobó con satisfacción que sí al ver el precio establecido en 9,99 euros. Menos excusas para los amigos de lo ajeno.