En
el año 2016 se cumplieron quinientos años de la publicación de una obrita
titulada «Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía»,
escrita por Tomás Moro y que se conoce por la abreviación de «Utopía». En el
diccionario se reflejan dos acepciones para este vocablo; una, que se trata de
un «plan, proyecto, doctrina o sistema
deseables que parecen de muy difícil realización», y la otra que es la «representación imaginativa de una sociedad
futura de características favorecedoras del bien humano». Ambos
significados presentan connotaciones positivas.
Hace
pocos años, en 2013 o 2014, una nueva palabra llegó al diccionario: distopía,
cuyo significado es «representación
ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la
alienación humana». Durante algún tiempo se utilizó la palabra anti-utopía
a raíz de las diferentes creaciones que a lo largo del siglo XX diferentes
autores hicieron en novelas, ensayos, en comics, películas, series televisivas
e incluso juegos de ordenador. Recoge algunas características de la ciencia
ficción, pero a medida que pasa el tiempo o han ido ocurriendo las cosas o nos
parece que estamos en vías de que realmente sucedan.
Las
utopías y distopías en el presente siglo XXI es el tema central de un curso
monográfico que ha comenzado esta semana en la Universidad Carlos III de Madrid
y que está dirigido por el catedrático Antonio Rodríguez de las Heras.
Numerosas publicaciones y programas avalan a este profesor, que podremos
encontrar utilizando los buscadores en internet. Más concretamente y asociadas
al tema que nos ocupa hoy son sus reseñas semanales en RETINA-El País que
pueden accederse desde este enlace.
Desde
que dejamos de ser cazadores recolectores hace unos doce mil años y nos
asentamos en ciudades, el concepto de PROPIEDAD se ha ido desarrollando
progresivamente, propiciando la acumulación de bienes de los que podemos
disponer pero que también nos pueden ser arrebatados por otros. Este concepto
es una de las bases de los MIEDOS que nos asaltan continuamente, incluso sin
darnos cuenta, y que nos inquietan y perturban, lo que hace que el futuro con
su incertidumbre pueda tener una carga emocional más o menos negativa en
función de cada persona y sus circunstancias. Una disconformidad con el
presente es inherente a todas las sociedades que quieren avanzar hacia unas
utopías que se anuncian como seductoras pero que nunca llegan o cuando llegan
se olvidan en un instante para seguir avanzando hacia otras. El mundo está
siempre por construir y en esa construcción participamos todos.
La
aceleración brutal de los acontecimientos en los últimos años no tiene parangón
en la historia de la humanidad. Hay que asumir un bombardeo de cambios de todo
tipo, especialmente los tecnológicos, que van dejando fuera de juego a muchas
personas, que no se consideran preparadas o con la suficiente energía o
motivación para intentar subirse un tren que no para y que cada vez alcanza
mayor velocidad. Esta velocidad conlleva vértigo y… miedo. ¿Quién no ve
alteradas sus costumbres diarias con demasiada frecuencia por los continuos
cambios?
Focalizados
en las obras distópicas, estas nos presentan un mundo donde cuestiones
cotidianas se llevan a extremos negativos que nos crean intranquilidad, nos
perturban e incrementan nuestra sensación de miedo. Son elucubraciones, sí,
pero ¿y si con el tiempo llegaran a ser ciertas? La sensación de vigilancia que
podían tener ciertas personas en los estados totalitarios del pasado siglo XX
hoy son realidad con nuestros teléfonos móviles. Y como siempre, el problema no
es que los datos existan, sino el uso que se haga de ellos, ahora o el futuro.
Todos, pero especialmente los jóvenes, deberíamos estar preocupados por el
rastro que vamos dejando con nuestra situación, nuestras conversaciones,
nuestros mensajes o nuestros comentarios en las redes sociales.
Como
digo, el concepto fundamental es el uso. El gobierno belga mantenía el pasado
siglo una relación de la religión de sus ciudadanos, que era necesaria para la
asignación que el Estado daba a cada comunidad en función del número de
adscritos a ella. Esa información era utilizada debidamente por el Gobierno,
pero cuando Bélgica fue invadida por los alemanes, esa misma relación fue
utilizada para otros fines, y si no que se lo digan a los integrantes de cierta
religión. No tenemos ninguna garantía de lo que vaya a ocurrir en el futuro, y
eso nos causa intranquilidad.
Los
focos distópicos tienen en cada momento un buen caldo de cultivo en las
tecnologías más inmediatas. Ahora, móviles, ordenadores, pantallas o internet y
sus redes sociales. La distopía explota prácticas y conductas asociadas como la
dependencia, el consumismo, el individualismo, la opresión, la traición o el
control retorciendo el presente en una proyección a futuro que nos resulte
verosímil a la vez que aterradora y nos incite a pensar que no hay esperanza.
Relájate y disfruta del presente, carpe diem.
El
cine nos ofrece grandes obras sobre el asunto. Podríamos considerar la primera
aquella «Metrópolis» de 1927 pero luego hay muchas otras entre las que podemos
citar sin ser exhaustivo «Blade runner», «V. de vendetta», «Rollerball»,
«Matrix», la saga «Terminator» y más recientes las sagas de «Los juegos del
hambre» o «El corredor del laberinto». El hermano pequeño del cine no se queda
atrás y en formato de series televisivas la proliferación está siendo espectacular.
Una serie de referencia es «Black mirror» que está en su cuarta temporada y de
la que los capítulos más recomendables serían «Metal head» —al que pertenece la
imagen— o «Crocodile», pero todos tocan fibras sensibles del ser humano con
mayor o menor credibilidad en el alcance de sus planteamientos.
La
literatura no se ha quedado atrás, con numerosas obras entre las que se puede
contar alguna entre las muchas de Julio Verne como «París en el siglo XX», y
las clásicas y conocidas «Los viajes de Gulliver», «Un mundo feliz», «Fahrenheit
451», «1984» o «Sueñan los androides con ovejas eléctricas», muchas de ellas
llevadas al cine. La literatura juvenil, más suavizada, ha tenido también su
campo en este tema como explicó ya en 2015 el escritor e influencer Javier Ruescas en este vídeo de cinco minutos en Youtube,
y que es accesible haciendo clic en este enlace.
Estamos
preparados. Somos terreno abonado. La invasión de nuestra intimidad, algunas
veces de forma consentida, alcanza límites insospechados desde hace apenas unos
años. Los «vendedores de certezas» nos asedian con sus comentarios y sus ideas,
que muchas veces «compramos» sin ni siquiera darnos cuenta. La inteligencia
artificial aplicada al mundo de los robots se nos antoja como incluso
sustitutiva de los humanos. Pero el futuro lo estamos creando nosotros.
Actuemos.