Aquellas
personas que tengan sitio en sus armarios o trasteros y jueguen a ser un poco
hormiguitas verán como algunos de los cachivaches que los humanos almacenamos
guiados por el llamado síndrome de Diógenes ganan o pierden actualidad. Un
ejemplo claro es la ropa, sometida a los vaivenes de la moda que persigue
cambiarnos el paso para vender más y más. Como digo, algunas prendas guardadas
en el armario que no utilizamos desde hace años pueden recobrar su vida si el
giro impuesto por la moda las recobra. Nihil
novum sub sole —nada nuevo bajo el sol—, frase atribuida al rey Salomón,
nos viene a decir que todo se repite, es cíclico, no aporta novedades
salvo ligeras variaciones que probablemente ya fueron utilizadas anteriormente.
Compré mi primer coche en 1973. Bueno, para ser más exactos,
me lo compraron. Yo era un neófito en esos asuntos y con mi carnet de conducir
recién obtenido me puse en las manos de mi tío Pedro, que llevaba muchos años y
muchos kilómetros a sus espaldas por su condición de empresario. Lo que costó
aquel coche, nuevo, era un dineral para la época, ciento seis mil pesetas —unos 640 euros cuando mi sueldo mensual entonces era de 24 euros—. Él era un
forofo de la marca SEAT y conocía a directivos de esta empresa en una central
de ventas que había en el paseo de la Castellana de Madrid, un poco más adelante
de la plaza de Castilla. Dejé todo en sus manos, dinero incluido, y él se
encargó de todo.
Un día a media mañana me llamó por teléfono para decirme que
estaba todo hecho. y que me dejaba los papeles y las llaves en su casa que
estaba cerca de la Dehesa de la Villa, frente por frente al colegio de formación
profesional de La Paloma. El coche lo sacó él mismo y lo aparcó en la calle. Solo
me dijo una cosa más: que el color no le había gustado, pero era lo que había,
lo que le dieron y que me había ahorrado unas pesetillas sobre el precio real
de compra al haber optado por ese coche que tenían disponible para entregar. Eran
otros tiempos… pero no me dijo de qué color era.
Por la tarde pasé por su casa y mi
tía Julita me dio papeles y llaves y me fui andando a la búsqueda de mi
flamante vehículo. Iba hecho un manojo de nervios pensando en la novedad y
sobre todo en como haría para llegar desde donde estuviera aparcado hasta mi
casa en un pueblo a unas decenas de kilómetros de Madrid. El tráfico en Madrid
era un caos —y lo sigue siendo— y yo no había conducido un coche en mi vida
salvo las pruebas en la auto escuela para obtener el carnet. Cuando llegué a
las inmediaciones de la SEAT caí en la cuenta de que no sabía nada del coche,
¿cómo iba a buscarlo? Miré los papeles y vi la matrícula, que aún recuerdo
perfectamente, y el color: blanco. Ni me gustaba ni me dejaba de gustar, me daba
igual, aunque a mi tío no le gustara.
Con el tiempo se pusieron de moda los coches con la pintura
metalizada, pero yo ya me había hecho adicto al blanco. La suciedad se percibía
menos y en algún estudio que pude ver por ahí se decía que de noche eran los
que a más distancia eran vistos por otros vehículos y se destacaban más sobre
el color oscuro del asfalto. Además, y para mí el bolsillo está por delante de
las emociones a la hora de considerar pros y contras, el seguro de los coches
con pintura metalizada era más caro. Como diría un angloparlante «white forever».
Desde entonces he tenido nueve coches y todos ellos blancos,
lo que no siempre ha sido fácil. Por uno de ellos tuve que esperar cerca de
tres meses hasta que lo fabricaran especialmente para mí pues la marca y el
modelo —Citroën Xsara— había retirado el blanco como color posible en la fabricación
de este modelo. El vendedor, gran amigo mío, trató hasta la extenuación de
convencerme de pedir otro color, pero me mantuve en mis trece y le dejé claro
que blanco o me iría a otra marca. Sigo yendo por su taller y algunas veces me
lo recuerda…
Hay una pequeña mentirijilla en lo anterior. En los años 80
en la familia compramos un coche de segunda mano. He de decir que no me gustan
los coches de segunda mano y siempre los he evitado ajustando mis expectativas
a mi disponibilidad monetaria. Aquel era un SEAT 600 de color amarillo que
adquirimos para que mi mujer empezara sus pinitos como conductora. Tentado
estuve de pintarle de blanco, pero al final se impuso la cordura y tuve uno de
color no blanco… aunque no era estrictamente mío.
Como se puede ver en la imagen que encabeza esta entrada, el
blanco en los coches se ha puesto de moda de nuevo; es muy común en la
actualidad, se ven muchos y el informe global de popularidad de color en
automoción de Axalta presenta el blanco como color preferido a nivel mundial. La
arruga es bella, el blanco ha vuelto como color de los coches con lo que yo,
que siempre tuve uno blanco, me he puesto a la moda sin hacer nada.