Puede
parecer una tontería, pero mantener una entrada con periodicidad semanal en
este blog desde diciembre de 2006 lleva su tiempo. Se trata de buscar una
imagen y juntar apenas mil palabras, semanas más, semanas menos, pero cuando la
semana se complica, llega de sopetón el domingo por la mañana y no tienes nada
preparado es motivo de desazón. Nadie te fuerza, pero muchas veces las
obligaciones auto impuestas son las peores, pues las tienes que negociar
contigo mismo y no es muy agradable. Todas las cosas tienen un comienzo y un
final, que tarde o temprano acaba llegando, por las buenas o por las malas,
voluntaria o forzosamente. No es el caso, al menos por el momento.
Mi
buen amigo Manolo, uno de ellos ya que tengo varios, hace ya algún tiempo hizo un viaje a Grecia. Yo anduve por
allí en el año 1982 en un viaje en coche desde España y no he vuelto, pero
muchos de los recuerdos permanecen vívidos en mi memoria como si hubiera sido
ayer, y eso que han pasado casi cuarenta años. Un país que en un tiempo fue una
de las cunas de la civilización europea y mundial y que tiene muy variados
encantos para el viajero, tanto en temas históricos como paisajísticos —no solo
Atenas y su Partenón sino otros como el monte Athos, Meteora, el templo de Poseidón
en Cabo Sounion, las islas de Mikonos, Santorini, Rodas…— y también
culinarios —el yogurt griego y la «moussaka» no se me olvidarán nunca—. En uno
de los comentarios que tuvimos apareció la imagen que encabeza esta entrada.
Según
cuentan, este texto estaba situado en el pronaos del tempo dedicado al dios Apolo,
en la ciudad de Delfos y era considerado el saludo del Dios a los que acudían a
visitarle. En su día, cuando lo visité, no recuerdo haberme fijado, aunque
algún día trataré de encontrar un rato y rebuscar en las más de mil
diapositivas que tengo guardadas de ese viaje. Entender otro idioma que no es
el nuestro no es fácil, y la dificultad se acrecienta sobremanera cuando los
caracteres no coinciden con los de nuestro alfabeto, como por ejemplo «Σ», «Γ»
o «Ω». Al final detrás de todo símbolo hay una traducción posible, que en este
caso no es otra que «CONÓCETE A TI MISMO».
Desde
aquel hay fijada una copia impresa en el atril que tengo en mi
escritorio, en el que paso varias horas al día. Lo que ocurre es que muchas
veces van cayendo papeles encima y queda oculta, pero no desaparece. Los días
de limpieza como hoy vuelve a aflorar y recordarme que debo dedicar un tiempo
a satisfacer ese imperativo de conocerme a mí mismo. El ejercicio debería ser
diario, pues a diario nos acontecen un sinfín de situaciones que van
conformando nuestro bagaje personal y que modifican nuestro auto conocimiento. Quizá
sería bueno fijar una copia en algún otro sitio, como, por ejemplo, el espejo del
baño, de forma que en el aseo diario de primera hora de la mañana venga a mi
mente la tarea de dedicar un tiempo, por ejemplo, el del afeitado o la ducha, a
darle una vuelta de tuerca al asunto. Siempre redundará en beneficio propio y
por ende en el de los que nos rodean.
El
tiempo es el que es, pero en determinadas etapas de la vida parece que vuela. Y
no precisamente en un avión convencional sino en un cohete espacial pues tal es la
velocidad con que pasan días, semanas, meses y años sin que nos demos cuenta:
hace nada estábamos celebrando las fiestas de Navidad y ya tenemos el verano
encima… Por ello, es fundamental dedicarnos más tiempo a nosotros mismos y (quizá)
menos a los demás.
Esta
inquietante frasecita de marras tiene su enjundia. Se ha atribuido a varios filósofos
griegos, pero parece que fue el muy conocido Sócrates, ese que «solo sabía que no sabía nada», el que la
enseñaba hace miles de años a sus discípulos en sus clases de filosofía para
que se conocieran mejor a sí mismos, con lo que serían capaces de gobernar su
vida, de aprender a utilizar su pensamiento para dirigir sus acciones y relaciones
a cuestiones verdaderamente interesantes desde el punto de vista personal y
evitar las perjudiciales.
El
mundo gira muy deprisa y nosotros nos vemos arrastrados —nos dejamos arrastrar—
en esa velocidad endiablada. A poca curiosidad que tengamos, la información
ingente, escrita y en imágenes, a la que tenemos acceso hoy en día se nos va
acumulando «para después» y nos hace pasar muy por encima de temas que requerirían
una lectura pausada, mejor reflexión y mayor disfrute; el carpe diem toma cada vez más sentido invitándonos a disfrutar del
momento presente y no tener nuestra mente ocupada en otras cosas como, por
ejemplo, lo que vamos a hacer a continuación.
Conocernos
a nosotros mismos es fundamental para orientar nuestros pasos y gobernar
nuestra vida. Dediquémosle tiempo y redundará en nuestro beneficio sin ninguna
duda.