Tengo que empezar pidiendo disculpas por la utilización de
la imagen que está recogida de un diario hace unos meses en que mis antenas
detectaron que la noticia podría ser objeto de comentario en este blog. El
diario posiblemente fuera El País, al que cito en un intento de lavar mis
culpas por mi falta de previsión.
Hace ya unos meses el Gobierno se descolgó con una normativa
para atajar el problema de los horarios de los trabajadores en las empresas. Se
oye con mucha frecuencia aquello de que uno sabe cuándo entra, pero nunca
cuando va a poder a salir, especialmente en empresas que no tengan establecidos
turnos. La idea del Gobierno es muy buena, pero los comentarios sobre su
implementación en las diferentes empresas solo dejan lugar a la hilaridad, al
oportunismo y a comprobar una vez más como se desarrolla la picaresca a marchas
forzadas. La idea es «proteger» al trabajador de los abusos de las empresas y
contabilizar esa montonera de horas de más que se hacen en muchas empresas que
no se abonan, por las que no se cotiza a la Seguridad Social y que además, y
esto es lo grave, podrían suponer puestos de trabajo adicionales que de esta
forma quedan subsumidos.
Retirado ya de la vida laboral, he realizado un repaso a los
diferentes sistemas de fichaje por los que he transitado a lo largo de mi vida
desde que en un lejano 1973 comenzara a prestar mis servicios en un centro de
trabajo en el que estaban implantados sistemas de control de los trabajadores.
Empezaré por decir que a lo largo de toda mi vida he intentado cumplir mi
horario laboral con exactitud, llegando antes de mi hora y marchándome a la
hora convenida siempre que he podido. Los horarios están para ser cumplidos por
todas las partes implicadas en su establecimiento y control.
El primero en aquel año de 1973 era una hoja de firmas, que
estaba todas las mañanas en la mesa del jefe del departamento. Llegabas, el
jefe ponía la hora y tu firmabas. Eso sí, tras los diez minutos de cortesía que
había para la entrada, la hoja era retirada y enviada al departamento de
personal, con lo que los retrasados no podían estampar su firma ni su hora de
llegada. He de decir que no se registraba la hora de salida.
Con el tiempo se pasó a los relojes de fichaje, mecánicos,
en los que a la llegada insertabas una ficha y la hora quedaba estampada en el
día correspondiente. Aquí se utilizaba la picaresca, muchas veces avalada por
el visto bueno de los propios jefes, de forma que el primero que llegara al departamento cogía
todas las fichas una por una y «como si hubieran llegado todos». He de decir
que yo nunca lo hice, ocupándome de la mía y pidiendo que si algún día no
llegaba no me ficharan. Como anécdota referiré que un compañero tuvo un
accidente de tráfico en su desplazamiento al trabajo que motivó su ingreso en
un hospital. ¿Cómo era que estaba estampado el fichaje de ese compañero ese
día?
Este tema del reloj, más o menos sofisticado, se mantuvo en
varias empresas por las que fui pasando hasta 1993, en que aparecieron los
tornos de acceso en los que era necesario introducir una tarjeta magnética que
registraba todas las entradas y salidas del edificio. Hubo una conmoción en
este sistema cuando llegó la prohibición de fumar en los centros de trabajo, lo
que motivaba entradas y salidas frecuentes que colapsaron el sistema
informático, con lo que tuvieron que habilitar una zona en la terraza del
edificio para poder ir a fumar sin tener que salir y entrar por los tornos y
con ello se evitaba el fichaje y el registro.
En todos estos formatos electrónicos, el asunto es que el
trabajador se queda sin un registro fehaciente con el que poder demostrar ante
quién proceda las horas reales de entrada y salida. Recuerdo en una de las
empresas en las que el horario oficial era de 08:15 a 15:00. Entraras a la hora
que entraras antes de las 08:15 el fichaje quedaba establecido a las 08:15 y salieras a la hora que salieras se consignaban las 15:00. Además, todos estos
registros son electrónicos, acaban en una base de datos que es modificable y
que no supone ninguna garantía ni para el trabajador, ni para la empresa y
mucho menos ante una posible inspección.
El sistema de los tornos sigue funcionando en muchas
empresas, especialmente las de un cierto tamaño. En algunas se ha implementado
el uso de la huella digital e incluso el reconocimiento del iris, lo que hace
al sistema fiable en cuanto que ya no vale dejarle nuestra tarjeta a otro;
tendríamos que cortarnos un dedo o insertar nuestro ojo en un bolígrafo para
que otra persona accediera a un centro como si fuéramos nosotros. Y no quiero
dar ideas …
Y llegamos a la actualidad en la que por ley TODAS las
empresas tienen que tener habilitados sistemas de fichaje de entradas y
salidas bajo amenaza de multa si se recibe la visita de la inspección de
trabajo y no están disponibles los registros. Para las grandes empresas que
llevan muchos años con sistemas de control no ha supuesto un problema; si acaso
alguna adaptación. Pero las empresas pequeñas, aquellas en las que la relación
de confianza entre empresa y trabajador imperaba por encima de otras
consideraciones, han tenido que dar una pensada para tener disponibles unos
justificantes que ofrecer al inspector si se acerca por sus dependencias.
El magín ha empezado a funcionar y con ello la picaresca. Desde
listados de firmas en papel que los trabajadores firman «cuando se acuerdan»
hasta aplicaciones en los teléfonos móviles para controlar a trabajadores sin
un centro de trabajo fijo o que se desplazan por diversos lugares como puede
ser el caso de personas de servicio técnico de reparación de electrodomésticos.
Una de las que he visto en el móvil es muy curiosa y demuestra hasta donde se
puede llegar. Lo primero es que el trabajador tiene que tener móvil, esto es
una nueva obligación en el caso de que sea personal y no facilitado por la
empresa. Cuando se llega al centro de trabajo y se arranca la aplicación, el
GPS debe estar conectado para indicar el sitio donde estamos, no se nos vaya a
ocurrir fichar desde la cama. En empresas donde utilizan esto en el centro de
trabajo, el truco es dejar un móvil allí y el primero que llegue que fiche por
todos, un sistema que ya hemos comentado que se hacía con las tarjetas y los
relojes mecánicos. En este caso la aplicación envía también junto a la
identificación del trabajador el número de serie del teléfono con lo que ya no
vale tener un teléfono compartido.
Pero todo lo que es electrónico es…modificable. Han nacido
aplicaciones que «engañan» al GPS del teléfono. No son para esto, pero son
aplicables para que pueda parecer que estamos en un sitio cuando en realidad
estamos en otro. Y aplicaciones que cambian el número de serie, y que dicen que
es de noche cuando es de día… Todo lo electrónico es programable y todo lo
programable es susceptible de ser «convenientemente instruido» para que haga lo
que queramos que haga.
A este paso vamos a tener que llevar el teléfono soldado a
nuestra piel y rezar para que no se estropee o se quede sin batería. Ahora, en
muchos casos, sin teléfono no vamos a poder fichar nuestra entrada al trabajo.
Estamos apañados.