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domingo, 16 de junio de 2019

DESCARO





Escribía en este blog las entradas «CONFIANZA» y «CONFIANZA-2» en marzo de 2017 y octubre de 2018 respectivamente en las que aludía a la caída en picado que sufre día tras día la confianza en las personas e instituciones que rigen nuestros destinos e incluso en nosotros mismos, que muchas veces nos vemos forzados a realizar acciones en contra de nuestros principios y a sabiendas de que obramos mal. Mantener una integridad y una coherencia es una actitud que cuesta mucho y que cada vez está más en desuso al grito de… «todo el mundo lo hace», una justificación baladí que no se cree ni la propia persona que la invoca.


ELDIARIO.ES es una publicación reciente que se sustenta en el mundo digital. Bueno, reciente, reciente no es el término apropiado ya que su fundación data de 2012 y siete años en un mundo actual vertiginoso son sino una eternidad si una enormidad. En su portada aparece como seña de identidad la frase «Periodismo a pesar de todo». La palabra final, «todo», puede ser vista de forma aséptica y conecta con lo que hablábamos de la confianza en las personas, las instituciones y los medios. La fórmula que sustenta económicamente el diario es a través de sus socios, que sobrepasan ampliamente los 30.000 y que colaboran de forma desinteresada con el periódico mediante suscripción con cuotas voluntarias, cada uno lo que estima conveniente, pero que de media son unos cinco euros al mes lo que equivale a sesenta anuales.


Desde el punto de vista de la información, las ventajas de ser socio se circunscriben a poder leer las noticias unas horas antes. Los socios tienen acceso especial a lo que va a ser publicado en un día determinado, pero a las siete de la mañana el contenido es abierto de forma pública. Hay otras ventajas en el modo de sorteos de entradas para eventos especiales, revistas o algunas cosas más, pero lo importante, creo yo, es tener la sensación de colaborar con un proyecto muy necesario hoy en día en cuestiones de periodismo, pues ya sabemos cómo se las gastan los «grandes» en esto. Una referencia aquí al libro de David Jiménez, ex director de El Mundo, titulado «El director» del que podemos ver una reseña en el blog amigo de ALQS2D pulsando en este enlace.


Ha pasado un año y poco más desde que estalló el llamado caso «Máster Cifuentes» que combinado con un feo vídeo en la que se veía a la entonces presidenta de la Comunidad de Madrid sustrayendo unos cosméticos en un centro comercial, llevó a la dimisión de su cargo. El asunto ya ha quedado en el olvido, pero en estos días se ha publicado en formato podcast un detallado reportaje de todas las particularidades que rodearon a aquel asunto. Son un total de cinco entregas que totalizan una hora y veinte minutos de información y que desgranan pormenorizadamente los entresijos de aquel feo asunto que si bien acabó conociéndose a fondo no estuvo tan claro en sus primeros momentos. El poder de las instituciones, en este caso la Comunidad de Madrid o la universidad pública Rey Juan Carlos iniciaron las ya clásicas operaciones de «matar al mensajero» y se cebaron con ferocidad en los periodistas Ignacio Escolar y Raquel Ejerique que acabaron siendo denunciados en los tribunales por la publicación de los hechos. La clave estuvo en una profesora que se derrumbó y optó por dar la cara ante la justicia y responder de sus actos. De no haber sido así, mucho me temo que este caso hubiera quedado enterrado por el paso del tiempo como otros muchos. Por aludir a un ejemplo que está de actualidad en estos días de junio de 2019, el caso ocurrido hace seis años del borrado y destrucción de los discos duros de los ordenadores de Bárcenas… 

No hacen falta más detalles para constatar cómo el paso del tiempo y una justicia lenta de solemnidad acaban hundiendo en el olvido y dejando sin esclarecer hechos ocurridos de suma importancia. Recomiendo escuchar esos ochenta minutos de información que están disponibles en la web del propio diario pulsando en este enlace o en plataformas podcast como Ivoox u otras. Ideal para ponerlo en el teléfono móvil y escuchar los pormenores de este caso en un viaje en coche, como he hecho yo, en lugar de música o noticias. Un magnífico reportaje para viajar al fondo de una investigación periodística que al final concluyó con éxito.


Tras escuchar todos los hechos y su desarrollo, uno se debería sorprender del descaro, la desvergüenza y la desfachatez —no sigo con más adjetivos— con que las diferentes personas implicadas —la presidenta de la Comunidad de  Madrid, el rector de la universidad Rey Juan Carlos, el director del máster, las profesoras del máster, algunas funcionarias…— mintieron una y otra vez en una huida hacia adelante en la que se llegaron a falsificar documentos públicos con sus firmas y alterar indebidamente los registros informáticos para asignar un máster que nunca debiera haber sido. Las irregularidades y falacias fueron de tal calibre que ya no sorprende que no se les cayera la cara de la vergüenza a unos y otros en sus actuaciones.


La cosa se ha parado al fallecer el director del master, bajo el paraguas de un instituto con independencia económica dependiente de la propia universidad. En algún momento alguien debería dedicarse a investigar todas esas empresas opacas que andan a la vera de universidades, ayuntamientos y comunidades autónomas y que principalmente sirven para saltarse los controles que todo dinero público debería tener.


Lo malo de todo este asunto del que se llegó a saber la verdad casi de chiripa es que nos servirá de poco o nada. Salvo la presidenta que dimitió y el director del instituto que falleció, los intervinientes siguen a lo suyo y alguno de ellos como el rector de la universidad sigue en su puesto un año después y además apareciendo en estos días en la prensa por un uso cuando menos cuestionable de lo que todos conocemos por las tarjetas «black», de infausto recuerdo en otra institución y que sirven en muchos casos para financiar las juergas y caprichitos de los directivos sin ningún o poco control.


El denunciante de casos de corrupción no está realmente protegido por la justicia. Y cuando un valiente se decide a enviar un par de pantallazos a un periódico no sabe cómo acabará el asunto, ni si el periódico responderá a este llamamiento. Hay grandes y sonados casos exitosos en el periodismo mundial, pero son una gota de agua en el océano en comparación con los que quedan sepultados por la arrogancia y el peso de gobiernos e instituciones y además con infaustas consecuencias para el denunciante o los periodistas que han tratado de indagar. Por todo ello, mi enhorabuena y admiración para estos periodistas: ¡chapó!