Admitido. Somos animales de costumbres y nos apoyamos muchas
veces en las rutinas para transitar por la vida de forma rápida. Pero esta vida
alocada donde las cosas cambian de un día para otro, que digo, de un minuto
para otro, este ir rápido nos puede acarrear algún disgusto. En esta ocasión ha
sido leve: el aprendizaje me ha costado dos euros. No me puedo quejar porque se
me ha avisado, otra cosa es que la reiteración de los avisos lleve a uno a
pensar que es el mismo de la ocasión anterior.
Además de uno clásico, soy cliente de un banco de esos que
funcionan por internet y utilizo sus tarjetas para el trasiego diario de las
compras y la disposición de dineros en los cajeros automáticos. Al ser un banco
que no tiene (casi) oficinas físicas, se apoya en las redes de cajeros de otras
entidades. Ello implica que hay que tener cuidado con elegir bien el cajero en
el que sacar dinero para evitar las tan temidas comisiones.
Por ley, el propio cajero te avisa de las comisiones que se
van a cobrar tanto a ti como cliente como a la entidad emisora de la tarjeta que
estés utilizando. Tras leer atentamente, puedes optar por seguir adelante o
cancelar la operación. Pero… ¿Qué ocurre si llevas años leyendo (por encima) el
mensaje y das a continuar de forma automática? ¿Qué pasa si te han cambiado el
mensaje y no te enteras? Pues eso, que la has pifiado y te enterarás más tarde
cuando vayas a consultar los movimientos de tu cuenta corriente.
Las redes de cajeros del Banco Popular me permitían sacar
dinero sin comisiones, por lo que desde hace años me dirigía a una oficina de
este banco cada vez que necesitaba dinero en efectivo. Me avisaba que a mí no
me iba a cobrar comisión y que a mi banco le cobraría no sé qué cantidad,
tampoco me fijaba mucho.
También sé que, desde hace un tiempo, el Banco Popular cayó
en desgracia y fue a parar a las redes de otro banco español más grande, el
Santander. Pero las oficinas del Banco Popular seguían funcionando como tales y
sus cajeros seguían siendo gratuitos para mí. Pero las cosas cambian, como
digo, de un segundo para otro.
Como puede verse en la imagen, la oficina en cuyo cajero
llevo años operando sigue rezando como que es del Banco Popular, pero encima
del cajero han puesto un cartel del banco propietario, el Santander. No se puede
decir que no se vea, pero para ver las cosas hay que mirar y tengo que reconocer
que la última vez que acudí a sacar dinero no me fijé, como tampoco presté
atención al mensaje de las comisiones que seguramente habría cambiado y me
informaba de que me iban a clavar dos euritos por la operación.
Yo me pregunto cuántos habremos caído en esta «trampita» y
cuantos «dos euros» habrán ido a parar a las arcas del nuevo banco. No nos
podemos quejar, seguro que los mensajes han cambiado, pero la rutina y la velocidad
con que hacemos las cosas sin pararnos a leer nos llevan a esto. En el fondo no
ha sido muy caro el coste del aprendizaje. Para la vez siguiente estaremos más
listos.
Esto mismo nos ocurre con frecuencia en nuestros teléfonos y
en nuestros ordenadores cuando damos «aceptar» sin pararnos a leer lo que se ha
dado en llamar letra pequeña. Y aunque lo hayamos leído en ocasiones
anteriores, nadie nos garantiza que el mensaje siga siendo el mismo; puede
haber cambiado y estaremos aceptando algo que no conocemos y que nos puede
servir de perjuicio en el futuro. Pero tampoco se puede ir por la vida leyendo
detenidamente todo lo que se pone delante de nuestros ojos. ¿Qué hacer entonces?
Y es que ya lo dice el refrán, un poco irreverente a la luz
de los últimos tiempos, pero el refrán es el que es: «al papel y a la mujer hasta
el culo le has de ver».