Dicen que la inventaron los griegos, hace ya unos cuantos
años. En el diccionario hay unas cuantas acepciones de lo que significa, pero
su aplicación a la vida real dista mucho de ellas. Incluso en aquellos lejanos
tiempos griegos, la revisión práctica de como la ejercían en la vida real deja
muchas claves de su alcance. Pero hoy en día, nos llenamos la boca con la
palabra con demasiada frecuencia, especialmente en períodos convulsos como el
que estamos viviendo en estos últimos tiempos.
En un magnífico curso monográfico titulado «La España del
primer tercio del Siglo XX (1900-1936)», mi admirado profesor Ángel Bahamonde
nos está hablando de cómo estaba España cien años atrás, con preocupantes
similitudes con la época actual: se estaba bajo el paraguas de la Constitución
de 1876, pero en los primeros años de 1900 los gobiernos se cambiaban incluso
en meses, el ejército intervenía en la vida política y… ya sabemos lo que
ocurrió en 1923. Y posteriormente en 1931 y en 1936. No aprendemos de la
Historia, con mayúscula y, claro está, esta se repite machaconamente porque nos
empeñamos en tropezar dos veces, o las que haga falta, en la misma piedra.
El color de la piel o el lugar donde has nacido no se elige.
Pero hay otras cuestiones que si elegimos a lo largo de nuestra vida y alguna
de ellas tienen mucho que ver con el título de esta entrada. A modo de ejemplo,
elegimos nuestra ideología política, nuestra religión o nuestro equipo de
fútbol. Son cuestiones que pueden ir evolucionando e incluso cambiando a lo
largo de nuestra vida. Pero siempre deberemos tener claro, nosotros y los
demás, que pertenecen a nuestra esfera de lo privado. Y con ello, ni nosotros
ni nadie debe imponerlas mediante coacción o fuerza alguna.
Está bien que queramos convencer a nuestros amigos o
conocidos para que se hagan simpatizantes del Betis, ese equipo que es bueno
«manque pierda», pero deberemos hacerlo con razones y nunca con imposiciones o
coacciones de ningún tipo, y menos por supuesto violentas. Y esto que con un
equipo de fútbol se entiende muy bien, parece que no se entiende tanto con la
religión o con la política. Es frecuente ver a lo largo y ancho del mundo
violencias físicas por estas cuestiones que en ningún caso son admisibles. Las
ideas políticas o religiosas se tienen en la esfera privada, se comparten y comentan,
pero nunca se imponen por la fuerza. Esto parece que no lo tienen muy claro
demasiadas personas, algunas muy cercanas a nosotros.
Hoy domingo 10 de noviembre de 2019 los españoles estamos
convocados de nuevo a las urnas, a expresar (si queremos voluntariamente)
nuestra opción en este momento, —puede ser distinta o no de la de la vez
anterior—. Lamentablemente, gran número de ciudadanos no tiene claras muchas
cuestiones en relación con la votación al Congreso, cómo por ejemplo el asunto
de las listas cerradas, circunscripciones, la diferencia entre los votos en
blanco o nulos y otras cuestiones más sibilinas en las que cada uno debería
formarse una opinión y contrastarla para saber a qué atenerse.
Nos sorprenderíamos si preguntáramos a un votante de Madrid
que vota a Sánchez o Casado o XXX si sabe que un cántabro (es un ejemplo) no
puede votarles y votaría a Casares o Movellán o XXX respectivamente. O que un cántabro
puede votar a Mazín (Partido Regionalista de Cantabria) mientras que un madrileño no puede hacerlo. Y que una vez
que en cada provincia, es decir, circunscripción, salgan elegidos tales o
cuales, estos señores se juntarán en el Congreso y decidirán, si pueden o son
capaces, quién será el presidente. Últimamente ha quedado demostrado que no son
capaces de alcanzar acuerdos.
Lo de las circunscripciones es un mal, a mi entender, que
arrastramos desde la Constitución, lo que propicia una ley electoral que, a mi
juicio, está desfasada. Si el Congreso es un órgano nacional, fuera circunscripciones
y «un español, un voto» sin tejemanejes posteriores que derivan en que minorías
que sacan partido de estas circunscripciones «secuestren» la voluntad popular: numerosos
ejemplos tenemos a lo largo de estas últimas décadas en las que el presidente electo y
su gobierno han estado en manos de vascos, catalanes y hasta de canarios,
teniendo que hacer concesiones muy por encima de lo que sería admisible.
Insisto, a mi entender, en mi opinión, y no quiero convencer a nadie de esto
que yo pienso.
Hay muchas cuestiones que han quedado desfasadas. Apunto
algunas. La existencia del Senado, de las Diputaciones Provinciales, de las
Autonomías (al menos con el grado de capacidades que tienen sobre asuntos que
deberían ser de ámbito nacional), de la duración de la política como profesión
remunerada, de las empresas privadas participadas y (poco o mal) manejadas por
entes públicos, los chanchullos de tipo «cementerio de los elefantes» para políticos,
las prebendas a los políticos al final de su mandato, los puestos en organismos
privados… En fin, muchas cosas que darían casi para una Biblia o un Quijote, pero… ¡me tengo
que ir a votar!